MANUEL MONTERO-EL CORREO

  • Los grupos disconformes con el poder desarrollan planteamientos diversos y dispersos para el desgaste. Su presencia en un Gobierno europeo es chocante

Los hay en la extrema derecha, pero los grupos antisistema sobreabundan por la izquierda. Comparten la disconformidad con el poder establecido y el régimen socioeconómico, pero son muy diversos. La denominación suele juntar a grupos de filiación muy variada (anarquista, comunista, ecológica, socialista, feminista, etcétera). Siempre se consideran la variante radical y genuina de su ideario. La formulación ‘anti’ viene como anillo al dedo de las querencias patrias, más a gusto cuando se mueven a la contra. Tenemos anticapitalistas, antiglobalización, antiimperialistas, antifascistas y muchos más.

Los antisistemas españoles (de izquierdas) presentan un par de singularidades: a) no hay anticomunistas; b) algunos adoptan el nacionalismo antiespañol (en el País Vasco y en Cataluña), que, en conjunto, estos antisistemas consideran la quintaesencia de la autenticidad.

Las ideologías antisistema no suelen ser articulaciones completas, pues su punto de partida busca expresar una oposición extrema al sistema en alguna de sus facetas, sea social, económico, político, ambiental, sexual. Desmontar de una tacada el capitalismo, encontrarle fallos, resulta relativamente sencillo si no buscas una crítica sistemática ni articular una alternativa. Para el caso, resulta suficiente despotricar de las compañías eléctricas y de la avaricia del Ibex-35, sin entrar en la formación del precio de la luz, materia ardua que por lo visto escapa incluso a las lumbreras que forman nuestro Gobierno.

Tampoco lo pretende, pero el mundo antisistema no es coherente. Contribuye a ello la diversidad doctrinal de sus componentes. El discurso anarquista tradicional incluía toda una cosmovisión, lo mismo que las distintas teorías comunistas, pero eran (y son) opuestas entre sí, con lógicas antagónicas. Conjugarlas en un planteamiento compartido resulta imposible y solo cabe imaginarlas desde su reducción a mantras deslavazados.

Contribuye al caos la llegada de nuevas percepciones, creadas en otras latitudes, tales como las teorías ‘queer’ norteamericanas, los postulados bolivarianos o las plurinacionalidades de Bolivia, entendidas a la brava, junto a la sumisión acrítica a cualquier antioccidentalismo.

Para incrementar la confusión, los grupos antisistema asumen con ahínco las tesis elaboradas por grupos especializados (antifascistas, nacionalistas radicales, antifranquistas sobrevenidos, revisionistas de la Transición), practicando un ‘totum revolutum’. Desarrollan simultáneamente planteamientos diversos, dispersos y con frecuencia contradictorios, en los que no hay un criterio único, salvo la común oposición a un enemigo virtual (capitalismo, heteropatriarcado, Estados Unidos, España, Israel, etcétera).

La oposición al enemigo perverso no conlleva una propuesta en positivo. Declarar la guerra a la monarquía, a Amancio Ortega y a los bancos que desahucian sugiere odios bien asentados y saber contra quién toca marchar, pero no un proyecto a realizar. Las evocaciones antisistemas no son muy complejas, reduciéndose a la exposición de lemas que hacen las veces de un ideario y sugieren un propósito de vida. Estas doctrinas se construyen para el desgaste y la movilización convulsa, pero no para el ejercicio de gobierno, que requiere la elaboración de programas.

Por eso, la presencia antisistema en un Gobierno europeo resulta chocante. El supuesto de que quieren mejorar el sistema y no reventarlo no tiene sentido. Su propósito no es regenerar el sistema sino desgastarlo. Por ejemplo, los antisistemas considerarían un gran éxito si gracias a su acoso la monarquía se desplomase. Lo entenderían como su gran contribución histórica.

El pacto antisistema con el PSOE tiene una consecuencia peculiar, derivada de la idea de que toda la izquierda comparte sensibilidades y utopías, y del abandono socialista del reformismo socialdemócrata. El PSOE pocas veces se enfrenta al radicalismo, pues no quiere que le digan facha. La mayor parte del tiempo parece asumir las tesis antisistema, cuyas ocurrencias son la referencia en las discusiones políticas: no las propuestas socialistas, sino las radicalidades antisistema.

Agudiza el problema otra rareza. Tienen afiliaciones muy reducidas, lo que no solía suceder en los partidos de izquierda, y resultan de composición socialmente ininteligible. En Podemos encontramos restos de antiguas movidas radicales junto a graduados en Políticas de la Complutense y así. En estos años no han aumentado sus apoyos, sino que se les contraen. Su núcleo se asemeja a colegas de la universidad, unidos por vínculos de aire adolescente, cuya preparación y percepción de la realidad nunca ha parecido muy allá. Así que el santo y la limosna se lo está llevando el PCE, con más pedigrí e instinto de poder, capaz de pasar por sistema y antisistema según se tercie.