JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO

  • La estrategia de apaciguamiento de Sánchez quiere afianzar la alianza con ERC y buscar en Cataluña los votos que compensen el desgaste en el resto de España

Tras la publicitada reunión bilateral Estado-Generalitat de Cataluña, la portavoz del Gobierno informa de que se ha creado un grupo de trabajo para estudiar, entre otras, la transferencia de la competencia sobre el acceso de los MIR, los médicos internos residentes que se someten a una prueba anual de ámbito estatal que determina la entrada de los candidatos en la sanidad publica y las especialidades que van a cubrir. Apenas horas después, la titular de Sanidad niega que esta transferencia se encuentre en la agenda del Gobierno. «No hay caso», afirmó la ministra Darias. En respuesta a esta, la correspondiente consejera del Gobierno autonómico catalán desmentía a la ministra de Sanidad: el asunto se estaba considerando y, por tanto, sí se encuentra en la agenda que discuten ambos ejecutivos.

Como la credibilidad de este Gobierno tiende a cero cuando afirma o niega que vaya a tomar una determinada decisión, este nuevo enredo apenas sorprende. Nada de lo que diga una u otra ministra tiene valor alguno porque al final se hará lo que dicten las urgencias de Pedro Sánchez, con la única posibilidad de recurso a los tribunales a modo de control diferido que con carácter retroactivo viene dando fe del exceso de poder en el que vive instalado el Ejecutivo, ya sea cuando mecaniza la producción de decretos leyes o se salta las restricciones constitucionales a la hora de imponer el confinamiento domiciliario para afrontar la pandemia.

En este caso, al afirmar al mismo tiempo una cosa y su contraria, el Gobierno se condena él solito a una nueva mentira. Tal vez a Sánchez y sus ministros haya dejado de importarles la caducidad instantánea de sus manifestaciones. Pero la consecuencia de creer que la autenticidad -incluso cuando se yerra- no tiene espacio en la política es el creciente número de ciudadanos que escuchan a quienes dirigen el país como quien oye llover y dejan esas autocomplacientes filípicas salidas del ‘spinning’ gubernamental para el disfrute solitario del ministro de turno o, en ocasiones señaladas, del propio presidente del Gobierno.

El episodio de los MIR, chusco pero inquietante por frívolo, remite, además, a la operación de apaciguamiento que Sánchez intenta consolidar con el independentismo catalán. Se trata de que en el tiempo que queda de legislatura el Gobierno mantenga el apoyo parlamentario de ERC, y para ello es esencial que el ‘procés’ no rebrote. El ruido catalán no permitiría a Sánchez exprimir la baza de los fondos europeos y la recuperación, con ocasionales proclamaciones de victoria sobre el virus.

Mientras tanto, mucha literatura del «reencuentro», asignaciones multimillonarias a la Generalitat, cerco fiscal a Madrid para desviar la atención de las cesiones a la comunidad catalana y, para disponer de un discurso que no sea autonómico -los soberanistas no lo aceptan- ni federal -porque tampoco lo aceptan los soberanistas-, el lanzamiento de la «España multinivel» que es una construcción politológica que nada tiene que ver con lo que los nacionalistas sostienen ni con lo que practican.

Lo que Sánchez ha puesto en marcha es una gran operación de encubrimiento de lo que no es más que una estrategia de apaciguamiento, extraordinariamente costosa para el Estado y no sólo en términos financieros, cuyo objetivo consiste en afianzar la alianza con ERC y buscar en Cataluña los réditos electorales que, en su momento, puedan compensar el desgaste que Sánchez y el PSOE están sufriendo en el resto de España y del que los resultados de las elecciones en Madrid constituyen un indicador fiable.

Va a resultarle muy difícil a Pedro Sánchez convencer al número suficiente de ciudadanos de que en esta retórica del «reencuentro» -a la que los independentistas muestran una receptividad perfectamente descriptible- hay algo más que un descarnado cálculo de poder. El Partido Socialista pretende llenar con palabrería pretenciosa la falta de un proyecto nacional para el conjunto de los españoles y para España como nación y como Estado. Hoy es lo «multinivel» como ha sido lo «federal» o la «nación de naciones» o la «España en red» de Maragall, o la anacrónica nostalgia austracista para halagar el oído de los independentistas con una grosera deformación del pasado.

Una falta de proyecto nacional que es directamente proporcional a la dependencia creciente del PSOE respecto al socialismo catalán, de la asunción por aquel de la gravosa hipoteca política que suponen todas las contradicciones del PSC y del tropismo nacionalista de los socialistas catalanes que han instalado en el socialismo español un único imperativo estratégico: que Junqueras no se enfade para que los socialistas puedan seguir gobernando.