El PSOE debe abanderar una política de grandes consensos para salir de la crisis, para enfrentar el final de ETA y para una inevitable reforma de nuestro sistema energético y productivo. Para estos grandes retos, es necesario un congreso; para que todo siga igual no merecería la pena que los protagonistas de la tragedia fueran infieles a su pasado reciente.
Las elecciones municipales en España han tenido una influencia determinante en la vida pública española. La Segunda República se estableció después de unos comicios municipales al considerar el rey Alfonso XIII que representaban una impugnación definitiva a la Monarquía y a su manera de llevar a cabo su función.
Por suerte, la situación actual no es la misma, pero el desastre electoral del PSOE en estas últimas elecciones autonómicas y municipales ha abierto una profunda crisis en la centenaria organización.
El proceso de paz con ETA
Por desgracia, la aprobación del Estatuto de Autonomía Catalán no provocó ninguna clase de marejada en las filas socialistas, aunque muchos en privado mostraban un rechazo explícito al compromiso de los socialistas con ese proyecto, que fue posteriormente enmendado por el Tribunal Constitucional. Tampoco el fracasado proceso de paz con ETA se tradujo en un rechazo o provocó ninguna oposición, si exceptuamos algunas crípticas declaraciones de Felipe González.
Ni tan siquiera la Ley de Memoria Histórica, que en un principio impugnaba tanto el franquismo como la Transición española y la forma consensuada de transitar desde el autoritarismo militar a la democracia consagrada en la Constitución del 78, perturbó las calmadas aguas internas del socialismo español. Durante estos ocho años, no hemos vislumbrado ningún debate público que expresara una enriquecedora pluralidad de criterios sobre la estrategia de alianzas.
Así, asistimos con mansedumbre acomodaticia a una política influida por la alianza del PSOE con los nacionalistas más radicales y con la izquierda de Llamazares; esta ubicación en el tablero político español ha provocado dos consecuencias indiscutidas en el seno del partido de Pablo Iglesias. La primera fue el aislamiento del primer partido de la oposición, que desarrolló un papel marginal en las grandes líneas políticas; la segunda, que el partido de Rodríguez Zapatero se adueñó y utilizó un discurso radical e izquierdista alejado de la socialdemocracia clásica o de la tercera vía de Blair.
Una tercera consecuencia, que ha mostrado su importancia en estas recientes elecciones, es que las victorias electorales del PSOE, nunca suficientemente amplias, se basaban en los votantes de una IU que ha ido languideciendo durante las dos últimas legislaturas hasta llegar a tener dos diputados en el Congreso a costa de perder influencia en los sectores más moderados y centrados de la sociedad española.
Con la dramática irrupción de la crisis económica, los votantes prestados por nuestra izquierda nos han abandonado, más por los efectos de la crisis que por las políticas desarrolladas, y los votantes moderados, disgustados y desconfiados por las políticas del Gobierno, han optado en estos últimos comicios por otras formaciones o sencillamente se han quedado en casa. Nada de todo esto ha provocado un debate intenso sobre su conveniencia o su oportunidad, debido a que todos se beneficiaban de la gran tarta del poder y a la creencia sectaria e infantil de que cualquier disputa política, por noble que fuera, podía ser utilizada por el primer partido de la oposición.
Derrota electoral
Ha sido, sin embargo, la derrota electoral, la pérdida palpable de poder, la que ha abierto en canal la pugna interna. Pero, por desgracia, las hostilidades no se centran en una reflexión crítica sobre la gestión realizada, sino en la conveniencia de elegir al nuevo candidato mediante unas primarias o un congreso. Considero que las primarias, un mecanismo por el que fui elegido candidato a lendakari hace ya unos cuantos años, no sirven en España -en contraste con lo que sucede en EEUU- para la confrontación de programas, ideas y discursos. Tienen todo su sentido en periodos de normalidad.
Pero en este caso las proponen, con buena y recta intención, quienes consideran que el elegido será un mero sucesor de Zapatero y sus políticas. El congreso, sea ordinario o extraordinario, puede elegir un secretario general, que puede o no someterse a unas primarias para ser escogido candidato a la presidencia del Gobierno, y, sobre todo, puede poner distancia respecto a la gestión anterior y proponer un discurso distinto; esta última parece la opción de Patxi López. Ahora bien, la convocatoria de un congreso, tan democrático como unas primarias, obligaría, tal y como están planteadas las diversas posiciones y sobre todo dada la inclinación del presidente por las primarias, a convocar elecciones este mismo año, lo que supone, se quiera o no, una impugnación al secretario general y presidente.
Esta importante consecuencia, por otro lado dolorosa y poco habitual, sólo tiene sentido si los proponentes están decididos a cambiar el rumbo político del centenario partido y a llevar a cabo una profunda renovación de personas. No quiero decir que las tengan que buscar en las filas de Juventudes Socialistas o en los pioneros socialistas si existen, sino sobre la base de su currículum personal y político. Si al día siguiente del congreso el único que no está en la foto es Zapatero, habremos asistido a una pugna palaciega por el poder que los electores castigarán con dureza.
Salvando las distancias, esta situación recuerda la de UCD cuando las disputas internas postergaron a Calvo Sotelo, presidente del Gobierno, en beneficio de Landelino Lavilla, personajes ambos que gozaron de gran reputación y hoy injustamente olvidados por la derecha y por los españoles, y que cosecharon una estrepitosa derrota en las elecciones de 1982.
La trascendencia del envite obligaría a una refundación del Partido Socialista que le acercara a las posiciones más centradas, una vez comprobado el fracaso de una política radical y, en ocasiones, subordinada a la fortaleza de los nacionalismos periféricos. Es el momento de dar la espalda a discursos fracasados, antiguos, decimonónicos, que no tienen en cuenta los cambios y las necesidades de los ciudadanos.
Demonización del contrato
Es perentorio dar la espalda a los discursos que sólo tienen como idea central la demonización del contrario, ¡que viene la derecha!, discursos disparatados que ponen el acento en la propiedad pública de los servicios que conforman la sociedad de bienestar, confundiendo ésta, basada en el derecho de los ciudadanos a recibir una educación pública digna, una sanidad eficiente, etc?, con la presencia funcionarial omnipresente del Estado. No debe oponerse el socialismo del siglo XXI a que parte del bienestar sea gestionado con reglamentaciones tuitivas y rigurosas por el sector privado. Debemos volver a la defensa de lo común, de la ciudadanía española y de la nación compatible con las autonomías e incompatible con inventos de cosoberanía y relaciones bilaterales entre la Administración Central y algunas comunidades autónomas; debemos estar en condiciones de tener un discurso nacional, no tantos como estatutos de autonomía. La política exterior no debe estar sometida a las ocurrencias del ministro de turno, como lo ha estado durante un largo periodo de estos últimos años, y debe tener como objetivo la defensa de nuestros intereses económicos, compatibles con la defensa inteligente de los derechos humanos, la libertad y la democracia, olvidando posicionamientos puramente ideológicos.
El PSOE debe abanderar una política de grandes consensos para salir de la crisis, para enfrentar el final de ETA y para una inevitable reforma de nuestro sistema energético y productivo. Para estos grandes retos, es necesario un congreso; para que todo siga igual no merecería la pena que los protagonistas de la tragedia fueran infieles a su pasado reciente.
Nicolás Redondo, EL ECONOMISTA, 27/5/2011