Antonio Elorza, EL CORREO 23/11/12
EL PSC está más alarmado por un posible ‘sorpasso’ de los populares catalanes que por la decisión de Mas de llevar a cabo su proyecto de secesión al margen del orden constitucional.
El socialismo nunca se encontró cómodo ante la entrada en escena del nacionalismo. La nación interfería en los planteamientos al uso, basados en la lucha o en el conflicto de clases, y venía además a plantear un reto bien preciso con su llamamiento a dejar en un segundo plano los problemas económicos, a efectos de atender a la construcción de un agregado social y político donde la identidad fuera el criterio dominante. En consecuencia, al igual que otros movimientos de su especie, el socialismo español optó durante muchos años por marginar el tema, y solo en vísperas de la Guerra Civil Indalecio Prieto, igual que hiciera Palmiro Togliatti para el comunismo en el curso del conflicto, se atrevió a poner de manifiesto que ese olvido del tema nacional, respecto del cual nadie podía reprocharle la ausencia de críticas, constituía una auténtica mutilación que podía llevarle a un callejón sin salida en su estrategia política.
El socialismo vasco tropezó con esa misma piedra, una vez que la restauración de la democracia le obligó a pensar más allá de la estable alianza con el PNV en un frente forzoso contra la dictadura. De un lado, persistía la oposición ideológica, heredada del primer tercio de siglo; de otro, la experiencia en común, y sobre todo los resultados electorales, aconsejaron reanudar la coalición, con el inconveniente para el PSE de que una y otra vez quedó relegado a una posición subalterna. Solo la ruptura provocada por el cambio de rumbo del PNV, en dirección hacia ETA, forzó una maniobra de adecuación socialista, alineado con un PP ahora más próximo por la sucesión de crímenes terroristas sufridos por ambos. Pero el frente constitucional, al perder las elecciones de 2001, vino a probar la distancia existente entre ambos electorados, que se confirmó en 2009, a pesar del generoso apoyo prestado por los conservadores al Gobierno de Patxi López. Y, lo que es más grave de cara al futuro, el fracaso de lo que fue una correcta gestión, cuando se trató de diseñar una política nacional vasca, alternativa a la del PNV, llevó a la situación actual de impotencia. Euskadi quedó en manos de los nacionalistas, mientras el PSE se ocupa sobre todo de insistir en su rechazo de la política económica de Rajoy.
La pugna permanente con el PP ha influido asimismo en la trayectoria errática del PSC, de nuevo más alarmado ante un posible ‘sorpasso’ de los populares catalanes, en un escenario de miseria electoral de ambos, que por afrontar el problema verdadero: la decisión de Artur Mas para llevar a cabo su proyecto de secesión al margen del orden constitucional. Los zigzags del PSC, acompañados por los del PSOE, se habían multiplicado desde el momento en que el tripartito fuera establecido en Barcelona, y entre Zapatero y Maragall pusieron en marcha el costoso episodio de la elaboración del nuevo Estatuto.
Lo que debía servir para alcanzar el poder se convirtió en una frustración generalizada y en una subida en flecha del independentismo. Además, como en vez de abordar con rapidez los problemas pendientes mediante un congreso, una vez perdidas las elecciones, los dirigentes socialistas optaron por abrir un largo período de indefinición, nada estuvo listo para una eventualidad como la que ahora ha surgido. Nada tiene de extraño que se plantearan posturas encontradas desde el mismo debate sobre el anuncio por Mas de su proyecto de «Estado propio».
A partir de entonces, lo único claro ha sido el propósito de marcar distancias respecto del PP, como si lo único que contara fuese la victoria en el enfrentamiento que ambos partidos tienen en Madrid. La fórmula consiste en proponer el federalismo frente a la independencia y en respaldar la exigencia de un referéndum o consulta para que el pueblo catalán ejerza «el derecho a decidir». Ninguna crítica de fondo al procedimiento seguido por Mas para convertir las elecciones democráticas en plebiscito sobre su iniciativa y en declarar que realizará el referéndum-disfrazado-de-consulta-pero-que-es-referéndum. Los diputados socialistas catalanes secundaron a la representación del PSOE en el Congreso frente a tal consulta, pero eso parece carecer de importancia, ante el dictamen de las encuestas, favorable –como sucede en Euskadi– al ejercicio de la autodeterminación, muy por encima del independentismo. Y en este caso, para quien sepa leer y escuchar, autodeterminación o su eufemismo «derecho a decidir» supone independencia.
No va a ser un federalismo indeterminado, al que se adhiere el partido como salvavidas en el último momento, lo que cambie el curso de las cosas. Más aún cuando en el programa electoral, el PSC apunta rasgos de una cuasi-independencia, con mínimas competencias del Estado y «las menos posibles» compartidas. Como advierte el constitucionalista canadiense Stéphane Dion, en estos temas la claridad es capital. Ni siquiera la pregunta trampa adelantada por Mas sobre el posible referéndum conmueve a Pere Navarro. Y obviamente tampoco le conmueve que la inconstitucionalidad de una consulta similar, por mucho que vote una ley el Parlamento de Cataluña, es cuestión ya resuelta por el Tribunal Constitucional, y en referencia al plan Ibarretxe, por sentencia del TC 103/2008 de 11 de septiembre.
Tal vez consiga así el PSC mantenerse por delante del PP en el Principado, pero el precio a pagar es muy alto, y no solo porque la cohesión constitucionalista desaparezca, sino porque cualquiera que sea su voto en la ‘consulta’, el simple apoyo, y más aun, su participación, la avala como si se tratara de la máxima expresión de la democracia y no de un fraude evidente en los términos que conocemos. Y encima con Carme Chacón en el papel de convidado de piedra. Los socialistas catalanes debieran recordar cuál era el comportamiento de los demócratas frente a los referéndums del pasado régimen.
Antonio Elorza, EL CORREO 23/11/12