Ignacio Varela-El Confidencial
- Arrastrado por su vis demagógica, el propio Gobierno provocó que la parte valiosa de la ley se fuera por el sumidero y convirtió en pancarta y título de horror lo más detestable de ella
Las dos aportaciones más memorables del sanchismo a la historia del pensamiento político son dos sandeces con pretensión fallida de retruécano: nació proclamando al mundo que “no es no” y enfila su final con un bodrio jurídico que han dado en llamar “ley del solo sí es sí”. Mucho más profundo resultó el maestro Boskov cuando grabó en piedra que “fútbol es fútbol”.
La norma tuvo en origen un nombre menos bobalicón: se publicó en el BOE como “ley de garantía integral de libertad sexual” y presenta algunos avances reales y estimables para su presunto objetivo, la garantía de la libertad sexual (especialmente la de las mujeres, privadas de ella durante siglos). Pero, arrastrado por su vis demagógica, el propio Gobierno provocó que la parte valiosa de la ley se fuera por el sumidero y convirtió en pancarta y título de horror lo más detestable de ella: una reforma del Código Penal hecha con las pezuñas..El Gobierno de coalición, en guerra por la ley del solo sí es sí.
Como excepcionalmente la ley se tramitó respetando el procedimiento legislativo ortodoxo, esa vez el Consejo de Ministros y el Parlamento dispusieron de todos los informes previos de rigor. El diagnóstico de los expertos fue unánime: con esa extraña fusión de delitos para la galería y las penas sin aquilatar —les dijeron— cometerán ustedes un estropicio de efectos procesales nefastos, que resultará beneficioso para los agresores de mujeres y humillante para sus víctimas. A lo cual se hizo oídos de mercader y, como ha reconocido Carmen Calvo, “se tiró p’adelante” con plena conciencia de la cagada.
En el escándalo de esta ley se condensan muchos de los rasgos definidores de la presente coalición de gobierno. El seguimiento de su recorrido ayuda también a comprender el estado andrajoso de la propia coalición a cuatro meses del primer examen final de la legislatura.
Este Gobierno mantiene desde su nacimiento una relación de mutua hostilidad con el principio de legalidad y con los principios generales del derecho, a los que contempla más como estorbo que como guía. Se combinan tres elementos: por un lado, el analfabetismo jurídico del podemismo, imbuido del arcaico prejuicio ideológico sobre la ley como un invento de la burguesía para afianzar su dominación sobre el pueblo. Por otro, el cinismo infinito de los ministros socialistas, que sí saben de derecho, pero pasan directamente de él por el servicio de la causa; o, lo que es peor, utilizan torcidamente sus saberes para revestir, camuflar y avalar como políticos lo que jamás justificarían como juristas. Por fin y sobre todo, el accidentalismo extremo en cuestión de principios —en realidad, en cualquier cuestión— de un presidente truhan, atrabiliario y absorto en Su Persona.
En el parto de la ley prevaleció la soberbia de quien se cree moralmente superior y, por tanto, omnipotente: a ver quién se atreverá a oponerse a una ley feminista promulgada por el Gobierno más progresista que vieron los tiempos. Era cuando el megamacho Iglesias se permitía ridiculizar las tímidas objeciones del ministro de Justicia, pintándole públicamente la cara como machista irredento.
En cierto momento de la polémica, como cantó Carlos Puebla, “se acabó la diversión: llegó el comandante y mandó a parar”. Esto sale como está, resolvió Pedro, porque lo digo yo y porque no están el horno ni la coalición para bollos. Lo que hizo con aquel gesto arbitrario, como con tantos otros, fue dejar por delante un camino sembrado de minas, que han ido explotando puntualmente y seguirán haciéndolo hasta el final.
El desbarajuste de estos días es también la mejor expresión del estado comatoso de una coalición que nunca fue un instrumento sólido de gobierno, sino, más bien, un armisticio improvisado en 24 horas por Iglesias y Sánchez tras un ridículo juego gorilesco de apareamiento en el verano del 19 y un posterior fiasco electoral de ambos. Con el tiempo, se verá más claro que, en realidad, ERC y Bildu no han sido el complemento necesario de la coalición, sino su pegamento. La consistencia política del nacionalismo radical ha vertebrado y sostenido en pie el tinglado Frankenstein, pese a las múltiples inconsistencias y contradicciones del sanchismo y el podemismo, dos productos bastardos al servicio de dos egos hipertrofiados.
Nada hay de discrepancia ideológica de fondo ni de disparidad en la concepción del Gobierno y del Estado en la zapatiesta doméstica de estos días. Eso al menos daría al conflicto cierta dignidad, de la que carece por completo. Los problemas no vienen por ese lado: el partido de Sánchez ha evolucionado a buen ritmo hacia el socialpopulismo y el de Iglesias se ha enamorado de las moquetas del poder y le costará abandonarlas.
Tampoco hay nada de preocupación real por las mujeres agredidas o por la higiene jurídica. La bronca ha venido por esta ley malhadada, pero podría haber sido por cualquier otra cosa. De hecho, aún nos quedan por ver unas cuantas situaciones más de esta clase en los próximos meses. La digestión del 28 de mayo promete ser realmente pesada.
La bronca ha venido por esta ley malhadada, pero podría haber sido por cualquier otra cosa
Todo es mucho más pedestre. Se trata, básicamente, de que el tamaño de la tarta se reduce por días y, además, ya no son dos al reparto, sino, al menos, tres. Hoy no se sabe a cuántos miembros del Gobierno representa Yolanda Díaz ni a cuántos diputados lidera. El suyo es, por el momento, un liderazgo evanescente. Pero sí se sabe que, sin ella, todo estará perdido para los socios fundadores, Pedro y Pablo.
En la izquierda se ha iniciado ya una carrera en dos direcciones con exigencias contrapuestas. Por un lado, se trata de hacer un último intento de reproducir una mayoría que permita conservar el poder durante cuatro años más. En esa carrera, unos y otros se necesitan de forma imperiosa. Es preciso que a todos les vaya bien para que le vaya bien a cada uno. De nada les sirve crecer o sostenerse a costa del otro: solo hay una lancha salvavidas y es común.
Pero aumenta la probabilidad de que el naufragio se consume y ello abre —ya se ha abierto— otra carrera: quién conducirá en la práctica una oposición, que será de tierra quemada, contra un Gobierno de Feijóo con el concurso de Vox (mucho mejor para la izquierda si Vox está fuerte y está dentro).
En esa segunda carrera, los actuales socios se repelen y se contemplan como enemigos. Cada centímetro que uno avance es una amenaza para el otro, porque alguien pagará la factura del fracaso y alguien se hará con el cetro y el hacha de guerra contra el Gobierno facha. Se iniciará de nuevo la pelea por el sorpaso, y presumir que Sánchez abandonará mansamente el campo de batalla tras la derrota es presumir demasiado o confundir los deseos con la realidad: su sucesor será él mismo o alguien que él designe. En ese escenario, Yolanda dejaría de ser un refugio necesario para convertirse en un estorbo para todos.
Gobernar así durante un año entero será un ejercicio complicado. Si en mayo sucede lo que se presagia, la coalición será un infierno, con presidencia europea o sin ella. El dinero clientelar se repartirá a mansalva y habrá problemas en ambos campos para distinguir el fuego amigo del enemigo. Puede ganar cualquiera, menos el país.