Arcadi Espada-El Mundo
Mi liberada: Hace unos días la televisión pública dio publicidad a la performance de un par de gansas sobre la prostitución después de que hubiera hecho algo de camino en las redes bajo el hashtag #holaputero. Como tantas otras veces se produjo el equívoco. Un determinado vídeo alcanza visibilidad en las redes y la televisión se hace eco porque cree que esa visibilidad es noticia. Y lo que sucede es que, solo gracias a la televisión, se producen la verdadera noticia y el verdadero furor en la redes. Este procedimiento de inclusión en el espacio público tiene la lamentable y, en un primer momento, falsa justificación de la audiencia. La televisión se ocupa de lo que emerge en las redes al margen de su relación con la verdad o la razón. Basta el volumen, en todos los sentidos. Y por tanto la contribución de la televisión a la consolidación de mitos, mentiras y propaganda es decisiva. Por supuesto no es un asunto limitadamente español. La histeria colectiva que se ha apoderado de América ante los acosos sexuales supuestos o reales del pasado, y que tanto recuerda la epidemia de los ochenta y noventa de los falsos recuerdos sobre abusos sexuales en la infancia, denunciada en los estrados judiciales y en sus libros por Elizabeth Loftus, tiene relación con esa continua segregación de falsedades. Si es que no obedece también, por cierto, a una elaborada conspiración política. El senador demócrata Al Franken, que va a dimitir después de que varias mujeres denunciaran que las acosó sexualmente en el pasado, dijo el otro día lo que cualquiera lleva pensando desde hace tiempo. Según la crónica de El País, «Franken consideró paradójico que él se vea forzado a dimitir cuando ‘un hombre que ha alardeado en una cinta sobre su historial de asalto sexual se sienta en el despacho oval’». El senador aludía a una grabación del año 2005, que difundió el Post en plena campaña electoral en la que Trump, hablando con un locutor de televisión, dictaminaba que cuando eres una estrella las mujeres te dejan hacerles de todo. «Agarrarlas por el coño. Hacer lo que quieras». La posibilidad de que alguien acuse al presidente de un antiguo acoso sexual será cuestión de tiempo. Y la epidemia actual, una simple creación del paisaje imprescindible para que esa acusación se tradujera en impeachment. Las conspiraciones se me hacen cuesta arriba en la medida en que presupongan un cerebro. Otra cosa son las conspiraciones espontáneas que la vida va organizando y cuyos efectos no requieren de un diseño inteligente. El #holaputero se beneficia de este paisaje americano –es decir, global– y, localmente, del presunto delito cometido por un grupo de hombres en Pamplona. En todo ello encuentra su difusión, su mayúsculo atrevimiento y la benevolencia, cuando no la celebración, con que se ha recibido. A pesar de que su mensaje refleja una ignorancia y una inmoralidad tan profundas que de ningún modo pueden ser deliberadas. Tampoco hay cerebro en ese tipo de conspiraciones. Solo la impunidad atmosférica que expande l’air du temps.
El objetivo principal de la campaña es responsabilizar al putero del crimen de la prostitución. Yo agradezco mucho a estas chicas que llamen a las cosas por su nombre. Nada me pone más de los nervios que se llame usuario al pirata intelectual (y no digamos ya que lo llamen intelectual) o consumidor al drogadicto. Supongo que la diferencia de trato está relacionada con la inocencia. Al eufemismo no puede aspirar el culpable y por eso no se dice del violador «persona de sexualidad exaltada» o del asesino «persona con estilo de vida diferente». O sea que putero está muy bien y lo comprendo. El único problema es que cada putero necesita su puta. Y ahí las chicas flojean, porque atenuar puta con mujer no parece lo más adecuado. Detrás del lenguaje directo está la tesis de que la prostitución existe solo porque hay demanda. También me parece bien este planteamiento, y me alegro que rompa con los criterios que este tipo de chicas mantiene frente al consumo en general y la archidenostada creación de necesidades –y en consecuencia de demandas– artificiales. En efecto: hay una fundacional demanda de prostitución, porque muchos varones quieren más sexo del que tienen. Siendo esto verdadero no habría que pasar por alto las intrincadas relaciones que mantienen la oferta y la demanda. Y que, desde ese punto de vista, tan justificado está que las dos gansas se dirijan arrogantes al putero para que decaiga, como que lo hicieran a la puta exigiéndole que suba estratosféricamente los precios.
Porque como bien sabe el Gobierno los precios regulan la relación entre oferta y demanda y si cualquier completo costara a 20 mil euros la prostitución iniciaría un franco descenso. O sea que #holaputero de acuerdo, pero saludando también a la puta. No sé si esos precios aumentarían las violaciones. Entre prostitución y violación hay una relación que parece obvia. La prostitución, en su origen, propondría como en tantas otras actividades humanas el intercambio en vez del asalto, el comercio en vez de la conquista. Sin embargo, las dos chicas no distinguen: ir con una puta es siempre violarla. Cada vez que se utilizan palabras desproporcionadamente grandes el resultado es el enmascaramiento de las víctimas reales. Es decir, de las mujeres que son efectivamente violadas y entre ellas, destacadamente, aquellas de las mujeres que ejercen la prostitución. Un oficio de alto riesgo entre cuyas consecuencias indeseables está el riesgo de ser violadas. Un riesgo, por cierto, que crece en la medida en que la prostitución se oculta, por su prohibición, a la mirada y a los códigos públicos.
La cruzada de las dos rebeldes, que aunque lejos están de sospecharlo tiene un inefable aire falangista, administra un último recordatorio al putero: ella no querría estar contigo. Es comprensible. Desde el punto de vista de la mecánica de los cuerpos la prostitución es un oficio repulsivo. Tampoco la enfermera que limpia a los viejos quisiera estar allí. Desde una consideración estrictamente técnica, los dos oficios se parecen mucho y las disposiciones morales no deberían velar esta evidencia. Tampoco los rendimientos económicos: entre las afrentas más hirientes de la desigualdad están los sueldos escandalosamente bajos de las enfermeras. Ella no querría estar ahí, pero el putero tampoco. Le mortifica pagar por lo que otros tienen gratis. Estas desigualdades intolerables de la riqueza, la edad o la belleza. El putero y su puta son muchas veces naipes precarios que uno al otro se sostienen, algo que un hashtag no puede comprender. Este feminismo de la brutalidad cognitiva, que le dice al putero no compres para no preguntarse por qué, ¡mi cuerpo es mío!, la puta se vende. Y sigue ciega tu camino A.