Miquel Escudero-El Correo
No hay que cansarse de insistir en lo decisivo que es para la paz y el progreso tener sociedades instruidas, que se basen más en el conocimiento que en la opinión y no confundan los hechos con las opiniones. Alguien me dirá que soy un iluso, pero tengo claro que no hay otra forma de afianzar la democracia y las libertades. No es una quimera, es una necesidad que nunca se alcanza plenamente y por la que siempre hay que trabajar.
El filósofo Epicteto, quien de niño fue vendido como esclavo y luego obtuvo la libertad, afirmó que los sucesos no nos afectan por lo que son en sí, sino por la valoración que hagamos de ellos. Podríamos apostillar que, asimismo, las noticias, verdaderas o falseadas, nos influyen en la medida del crédito que les lleguemos a conceder. Imagínese nuestra indefensión cuando organizaciones potentes se dedican a desfigurarlo todo.
En aquellas mismas fechas, entre los siglos I y II, el autor de ‘Vidas paralelas’, Plutarco, entendía que «no hay que considerar enemigo a ningún ciudadano», a menos que uno llegue a ser una plaga y un ‘tumor de Estado’. Ensalzaba que unos políticos rivales tuvieran en privado un trato amistoso y exento de rencor, aunque discreparan vivamente en público. Y agregaba entre sus consejos políticos que cuando los adversarios dicen o hacen algo bueno, no hay que escatimarles palabras de felicitación. A mí todo esto me parece excelente y necesario.
Importa que cada ciudadano sea consciente de los supuestos ocultos en que llega a basarse un argumento. No es fácil liberarse del rebaño familiar o tribal cuando intimida y castiga. Reivindicar nuestra dignidad y libertad exige valor y voluntad.