Juan Pablo Colmenarejo-Vozpópuli
- Si el Gobierno se enfrenta al Supremo, concediendo el indulto, se abrirá una brecha inédita en la democracia del 78
Tirando de manual. Cada semana un nuevo hito para el relato. La supervivencia para el que se la trabaja. El presidente del Gobierno se aferra al guion y no cambia ni una coma. Hasta por dos veces se lo repitió a Casado:” Hay un tiempo para el castigo y hay un tiempo para la concordia”. En cada turno de palabra la misma frase que, al ser repetida con tan poca diferencia de segundos, se convirtió en la consigna a seguir, como las patadas defensivas en el rugby, un ataque en toda regla con un buen puntapié para escapar del acoso del contario. Hasta en cuatro momentos había reiterado el día anterior, tras el Consejo Europeo de Bruselas, su defensa de los indultos frente “la venganza o la revancha”. Una y otra vez machacando las palabras para crear un marco mental. El relato como política.
Dos semanas después del resultado de Madrid sigue eludiendo el hecho, cual truco de magia. Para mantenerse a flote hay que indultar a los sediciosos. Lejos de las elecciones generales y cerca del día de mañana en el que necesitará a los diputados de ERC para seguir los 32 meses. Los sociólogos insisten. Los cambios profundos en el electorado se producen a largo plazo. Por supuesto que una convulsión cercana afecta, pero como se ha visto en Madrid, las decisiones se habían tomado un año antes. Sánchez ha aprovechado la ventaja que le daba tener al PP partido en varios pedazos. Todavía confía en que la pujanza de Vox le de alguna posibilidad de formar Gobierno en el 2023. Aspira a mantener con vida a Frankenstein. El indulto de hoy para la investidura de mañana.
Durante los meses de pandemia ha demostrado su alergia al control parlamentario. Sueña con 300 diputados, un mar de escaños, una flota de sanchistas dominando el océano político
Sánchez no improvisa. Ni cuando utiliza palabras como venganza, revancha y castigo o si afirma, con esa solemnidad impostada que tan bien le sale, que “hubiera hecho lo mismo con 300 diputados”. También lo repitió en los dos turnos de palabra en la sesión de control, en el intercambio con Casado. Repentizó, con naturalidad y se le escapó, entre medias, la incomodidad que padece con 120. Durante los meses de pandemia ha demostrado su alergia al control parlamentario. Sueña con 300 diputados, un mar de escaños, una flota de sanchistas dominando el océano político español. Ni más ni menos que el 85% de los representantes del soberano pueblo español bajo su dominio. Nunca se pondría el sol en el Palacio de las Marismillas.
Sale del paso y suelta el sintagma para ganar el espacio. Nuevo juego de palabras. No haría lo mismo, ni por recomendación del adversario que le quedara en pie con semejante poder absoluto. Con 300 bajo su mando, Junqueras y compañía se pasarían toda la condena en la cárcel porque sus votos no serían necesarios o ni siquiera tendrían presencia en el Parlamento. No le ocuparían ni un minuto de su tiempo. No es verdad, no hubiera hecho lo mismo. ¿Cuánto dura la palabra del presidente del Gobierno? Hace dos años defendió el cumplimiento de la condena y ahora lo contrario porque necesita ganar tiempo tras las elecciones en Madrid y el cambio de ciclo político detectado por los pronósticos de las empresas de sondeos de opinión. Nunca sabremos si Sánchez hubiera dado este paso tan pronto sin el acelerador de la victoria de Ayuso. El hecho del indulto tendrá efecto cuando se abran las urnas. Como se ha demostrado en la pandemia, de su gestión y posterior desistimiento se toma buena nota.
Una brecha inédita
Los jueces no han improvisado su informe sobre el indulto. No han tenido más que observar el comportamiento de los condenados como para no albergar ninguna duda desde el día en que por unanimidad firmaron la sentencia que Sánchez ha rebajado a venganza o revancha. Si el Gobierno se enfrenta al Supremo, concediendo el indulto con el apoyo parlamentario de los partidos de los condenados, se abrirá una brecha inédita en la democracia del 78. Hasta el discurso del Rey parando el golpe, poniéndose al frente del Estado, quedará desamparado. La gravedad del paso dado por el Gobierno no tiene medida posible en cuanto a las consecuencias para el futuro. Se traspasa el límite para obtener un objetivo político. Se utilizan palabras como “concordia” y “convivencia” con los autores de unos hechos contrarios a los valores de una Constitución que se dice defender. No hay escrúpulos ni para airear que, en verano, con los españoles mirando al mar, sería el momento adecuado para renovar la póliza de crédito firmada hace tres años, en la moción de censura a Rajoy. Cada vencimiento tiene un precio. Y el cobrado desde las cárceles por los sediciosos el más caro para Sánchez, el superviviente del corto plazo. A la larga, la democracia del 78 recibe otro estoconazo hasta la bola.