- Recreación navideña de una escena deseada, una moción anhelada, una sesión mágica
Sus señorías entran en el hemiciclo del Congreso con rostro entre serio y preocupado. La sesión plenaria para la que han sido convocados es muy singular y ello les desconcierta. Han vivido en el pasado otras mociones de censura y están preparados para afrontarlas, pero en esta ocasión ni el candidato a presidente de Gobierno ni el planteamiento de esta figura parlamentaria responde a los modos al uso, todo en esta ocasión es extraño, original, inédito y a medida que ocupan sus escaños los miembros de la Cámara se miran entre sí con gesto perplejo, dilatan las pupilas, fruncen las cejas, en gestos de mutua interrogación. La moción ha sido presentada por los tres principales grupos de la oposición, el Popular, el de Vox y el de Ciudadanos, más unos pocos integrantes del Grupo Mixto, pero la persona designada para encabezar la iniciativa que pretende desbancar a Pedro Sánchez no pertenece a ninguna de las fuerzas políticas que apoyan la operación, es más, no milita en ningún partido ni nunca lo ha hecho. Se trata de una personalidad de la sociedad civil de larga y reconocida trayectoria, de acrisolada honradez, de indudable talla intelectual y humana e inatacable por su indiscutible estatura moral y su acendrado patriotismo. A lo largo de su vida ha demostrado ecuanimidad, objetividad, sabiduría y firmeza de convicciones, siempre alejada del sectarismo, del interés egoísta o de la parcialidad. Una de esas raras biografías de las que un país se enorgullece y que merece el aplauso general por encima de posiciones ideológicas o de ubicaciones sociales.
Una vaga e inquietante sensación le posee, un presagio que intenta reprimir airado consigo mismo, una premonición sombría de que quizá le haya llegado el momento de hallarse frente a una inesperada némesis
El jefe del Ejecutivo así desafiado se sienta en su lugar en el extremo del banco gubernamental con la mandíbula más contraída de lo habitual y una indisimulable incomodidad por la anómala situación que debe encarar. Su oponente en este lance le supera ampliamente en formación, en respetabilidad, en logros personales, en coherencia y en solidez ética. Al no venir marcado por siglas partidistas le resulta de difícil clasificación y no ofrece, por tanto, ángulos de ataque visibles, y una descalificación agresiva y mordiente carecería de base y se volvería contra el atacante, que perdería automáticamente cualquier atisbo de credibilidad. Por primera vez en su carrera política, Pedro Sánchez es consciente de que sus técnicas típicas, la audacia rayana en la temeridad, la mentira descarada, el trilerismo tramposo, el lanzamiento de señuelos engañosos, la desfachatez desafiante, la demagogia sin escrúpulos y la apelación a las bajas pasiones de su audiencia, no son aplicables en la coyuntura en la que se encuentra. Espera, pues, expectante y tenso, la intervención del protagonista de la jornada sin haber dibujado una estrategia de respuesta. Una vaga e inquietante sensación le posee, un presagio que intenta reprimir airado consigo mismo, una premonición sombría de que quizá le haya llegado el momento de hallarse frente a una inesperada némesis.
La persona elegida por los grupos opositores para intentar derribar al Gobierno hace su entrada en el hemiciclo con andar pausado y seguro, desprendiendo una mezcla atrayente de limpieza de corazón, tranquilidad de ánimo y cordialidad afable. Sube a la tribuna, recorre con mirada amable, casi afectuosa, el semicírculo que le contempla extático y la fija por unos segundos en el presidente del Gobierno al que pretende sustituir. Su expresión en este primer cruce silencioso de presencias contrapuestas es de atención desapasionada, casi de naturalista que examina un ejemplar de una especie curiosa que se dispone a estudiar, Vuelve a dirigir sus ojos al frente, pronuncia el saludo ritual a la presidencia y a los asistentes y desgrana en tono simultáneamente grave y sereno, como quien describe con precisión un paisaje agreste, su intervención.
Habla primero de España, de su tremenda envergadura histórica, de sus aportaciones decisivas a la civilización occidental, de su gigantesco patrimonio cultural, artístico y literario, de su considerable potencial para ser una nación próspera, prestigiada y habitable. Recorre después la etapa de la Transición, su loable voluntad armonizadora, su noble pretensión de suturar viejas heridas y de encarar el futuro con esperanza, su acierto en el tránsito de un régimen autoritario a una democracia plena, pero no rehúye señalar sus fragilidades y sus errores, fruto de la ingenuidad y del apresuramiento, también sin duda del oneroso peso del pasado reciente y de un excesivo e injustificado optimismo. Pasa a continuación a diagnosticar los problemas que hoy nos atormentan y realiza una disección inapelable del escenario actual de división, ausencia de sentido de Estado y debilitamiento de los valores, instituciones y hábitos de conducta que caracterizan a las sociedades viables, estables, pacíficas, cohesionadas y desarrolladas, el trabajo, el esfuerzo, la búsqueda de la excelencia, la sana emulación, el imperio de la ley, la separación de poderes, una justicia independiente y rápida, una prensa libre de las influencias del poder político, una educación de calidad y un entorno fiscal, mental y regulatorio favorable a la creación y crecimiento de las empresas. Acto seguido, anima a las distintas opciones electorales a poner el énfasis en lo que las une por encima de lo que las separa, a evitar los choques maniqueos, a trabajar por el bien común y a respetar al adversario. Esboza por último una ambiciosa agenda de cambio para España, recorriendo todos los aspectos más relevantes de la acción legislativa y de gobierno y recomendando para cada uno medidas concretas basadas en la experiencia y en la razón, huyendo de dogmatismos o de esquemas de pensamiento prefabricados. Anuncia que, si gana la moción, formará un Gabinete técnico con el propósito de convocar elecciones de inmediato, comicios a los que no se presentará. Hace por último una llamada a la conciencia de todos y cada uno de los representantes allí reunidos, les recuerda que no tienen mandato imperativo y que más allá de disciplinas de partido y de afán de preservar sus carreras personales, su deber con España ha de primar sobre cualquier otra consideración y que los acontecimientos recientes han encendido luces rojas de alarma de tal manera que la propia existencia de la Nación se ve amenazada. En ningún momento expresa reproches a organizaciones, órganos, sectores o individualidades específicos. Su alocución, invariablemente constructiva y deferente con aquellos a los que se dirige, se reduce, a pesar de no tener límite reglamentario de tiempo, a una hora escasa y termina con una manifestación de confianza en sus oyentes evocando la forma en que una asamblea de un régimen no democrático supo votar en 1976 a favor de su propia extinción por responsabilidad, realismo y asunción de su deber. Le comunica a la presidencia que considera cumplida su misión y que no va a debatir con los cabezas de los grupos parlamentarios porque su intención al haber aceptado el encargo de los patrocinadores de la moción no ha sido en absoluto polemizar, sino abrir un camino de salida a un laberinto intransitable.
Una estatua de sal petrificada
A la vista de esta renuncia del candidato a los siguientes turnos, los grupos se abstienen también de hacer uso de la palabra y se procede a la votación. Entonces, sucede algo inusitado, asombroso y decisivo. Una treintena de diputados socialistas, sobre todo de Castilla-La Mancha y Aragón a los que se suman otros de Madrid, Extremadura, Asturias y Andalucía, respaldan la moción de censura. La Cámara enmudece y no se producen aplausos ni vítores ni improperios ni ninguna demostración de alegría o de rechazo. La presidencia proclama con voz trémula el resultado y Pedro Sánchez permanece inmóvil en su sitio como una estatua de sal petrificada por un cruel destino.
Justo en este instante, el durmiente cuyo reposo se ha visto amenizado por las escenas descritas despierta y tras desperezarse se dispone a padecer un día más una cotidianeidad áspera, decepcionante, amarga y hostil.