José Alejandro Vara-Vozpópuli
Sánchez quería mecerse en la hamaca del estado de alarma al menos hasta el verano. Cambio de planes sobre la marcha. Y de socio. Vuelve Inés
No fue muy preciso Sánchez al anunciar el sábado su deseo de prorrogar por quinta vez el estado de alerta. Se manejó entre nebulosas vaguedades a la hora de fijar plazos. «Será la última prórroga de aproximadamente un mes», apuntó. ¿Aproximadamente?. «Pretende ser el último estado de alarma». ¿Pretende?. «Alrededor de un mes la vigencia de este, esperemos, estado de alarma». ¿Esperemos? No parecía la forma más adecuada para que un presidente del Gobierno comunicara una iniciativa de la que dependen el empleo y el futuro de millones de familias. ‘Aproximadamente’, ‘esperemos’, ‘pretende’… términos de una ambigüedad desconcertante, que dejaban la puerta abierta al anhelo inconfeso de Sánchez de mecerse sin sobresaltos en la hamaca de la alarma hasta los sanfermines. Hasta el 5 de julio, en concreto, según filtraron desde Moncloa. Casi 45 días más de Gobierno omnímodo y omnipotente. Y entonces llegaron Inés y Rufián.
Sánchez empezaba así su intento por blanquear los 30.000 muertos de su mochila, bajo su estado de alarma y bajo su mandato. ‘O alarma o muerte’, venía a resumir Sánchez en su último Aló presidente
Cuentan quienes han desfilado estos días por La Moncloa que Sánchez, superada la fase de depresión o pánico de las negras semanas de abril, se ha venido arriba. Este fin de semana recuperó su tono altanero al asegurar que gracias a su gestión se han evitado más de 300.000 muertes. Un disparate que sonaba a afrenta. Entre otras cosas, porque esa es la cifra de muertos que ha habido hasta ahora en todo el mundo. Sánchez empezaba así su intento por blanquear los 30.000 fallecidos que cuelgan de su mochila, ocurridos bajo su estado de alarma y bajo su mandato. ‘O alarma o muerte’, venía a resumir Sánchez este sábado, en otra ocurrencia casi caribeña. Y los muertos, desde ahora, pasarán al debe del PP.
Un argumento tramposo y falaz, como se estila en la fábrica de Iván Redondo. Entre otras cosas, porque algo falla si pese al estado de alarma más hermético y feroz de toda Europa, estamos a la cabeza del planeta en cuanto a número de fallecidos y de sanitarios contagiados. Algo falla si ocho semanas después de cerrar a cal y canto casas, fábricas, bares, tiendas, carreteras, playas, piscinas, bares, aduanas, aeropuertos…todavía el presidente centra el eje de su estrategia en prorrogar esta medida excepcional, a todas luces arbitraria, inadecuada e inhumana.
«Que abdique el Borbón», llegaron a reclamar los de ERC en sus negociaciones con Carmen Calvo, ‘la doña’ como le dicen en Cataluña
Lo va a conseguir. No por un mes, como pretendía en sus sueños más mórbidos. Serán quince días. La mayoría parlamentaria socialista es muy escueta y Ciudadanos le ha puesto el freno y las condiciones. Breve, muy breve triunfo para Arrimadas, que ya cobra dividendos en la Bolsa trucha del CIS. Quizás había un pacto previo y secreto. Quizás Junqueras se pasó con el Benedictine y colmó el cáliz de las exigencias. «Que abdique el Borbón y que nos pongan la mesa…de negociación». En otro singular traspiés, el Gobierno enmienda lo que acababa de aprobar en el Consejo de Ministros (escandalazo superlativo). No pedirá el Congreso un mes de prórroga, sino dos semanas. Una prolongación de condena al pueblo más mortificado de Europa.
Un paraíso sin oposición
Nuestros vecinos europeos se lanzan ya a la vida, recobran con prudencia el pulso de la actividad, reabren sus fronteras, sus medios de transporte, sus aulas, sus industrias… El virus sigue ahí, ya lo sabemos, Simón, pero todos ellos avanzan ya hacia la auténtica ‘normalidad’, no hacia ese estadio tenebroso al que nos conducen Redondo e Iglesias, que poco se comparece con lo que entendemos por una democracia.
Sánchez lleva ya dos meses y medio recostado en su estrado de sitio particular, en ese confortable paraíso sin oposición, sin jueces, sin leyes, sin coches, sin protestas (salvo los pijos de Alcorcón y Móstoles, grandes golfistas), sin voces disidentes. España es lo más parecido a un calabozo de gente enmudecida y atemorizada, vigilado por un grupo de sicópatas, obsesionados con el poder y desprendidos de todo tipo de escrúpulos. Cuidado, Ayuso, que vamos a por ti, acaba de amenazar el vicepresidente del Gobierno a la presidenta de la principal región de España. Este es el nombre del juego. Esta es el marco de nuestra grotesca democracia.
Los planes de Sánchez salen levemente lesionados. Quería llegar hasta el 5 de julio con la alarma bajo el brazo, cerrar luego el Congreso por vacaciones de verano y preparar el asalto a los fondos de la UE
Ampliar los plazos de la excepcionalidad, aunque sea por quince días, en lugar de reducirlos, cuando ya tres cuartas partes del territorio nacional se encuentra en fase 1, es una medida muy cuestionable desde una perspectiva constitucional. En especial si se considera que su vigencia se ha aprovechado para que el Ejecutivo perpetre todo tipo de decretos ajenos a la sanidad y a la pandemia. Ocho semanas de un presidencialismo hipertrofiado, que poco tiene que ver con nuestro edificio Constitucional que a duras penas permanece aún en pie.
Quince días más, en efecto, aunque con este Ejecutivo, incapaz de cumplir su palabra, vedado a asumir una promesa, nunca se sabe. Los planes de Sánchez resultan levemente lesionados. Quería llegar hasta el 5 de julio con la alarma bajo el brazo y en pleno vigor, cerrar luego el Congreso por vacaciones de verano y volver en septiembre con su palinodia antieuropea para forzar el acuerdo de los fondos reclamados a la UE. Y, de este modo, seguir tirando. Un día más en la Moncloa. Cinco meses más gobernando como ha hecho hasta ahora, investido de un poder sin límites, entre la arbitrariedad y el cesarismo, lo más parecido a un extemporáneo bonapartismo que se despacha en el mercado. La gran incógnita es el papel que le tiene reservado a Inés, si mero paje de la cabalgata o reina consorte en una corte sin Iglesias y con Pablo Casado de mayordomo con candil.