Gregorio Morán-Vozpópuli

  • Ayer tuvimos Diada, pronto llegará la Mercè. Una fiesta permanente en una ciudad que, después de pegarse varios disparos en el pie, parece abocada a descerrajarse la sien

La única idea razonable que ha parido la Alcaldía de Barcelona en su ominoso reinado es la de encargar el pregón de la Mercè -patrona de la ciudad- a un payaso. Se llama Jaume Mateu y su nombre de guerra es “Tortell Poltrona”. Nada más adecuado al momento de tristeza y desánimo que esta aportación circense que presidirá la alcaldesa Ada Colau dentro de unos días. Ayer tuvimos Diada, pronto llegará la Mercè. Una fiesta permanente en una ciudad que, después de pegarse varios disparos en el pie, parece abocada a descerrajarse la sien. Voluntariamente, como corresponde al derecho a decidir de quienes han llegado al poder a codazos y se mantienen a mamporros.

¿No jaleaban contra el turismo rompedor de la plácida vida urbanita de quienes disfrutan de segunda residencia? Pues ya no hay turistas y tampoco claman por que vengan, por más que la quiebra económica haya dejado a la ciudad en ruinas. Aquí el coronavirus llegó antes que la pandemia. Se le ha alimentado repartiendo los fondos entre los integrados. ¡Quién nos iba a decir que el lado práctico de aquel libro sarcástico del primer Umberto Eco, que tanto dio que hablar a la inteligencia premoderna de los sesenta, que llevaba por título ‘Apocalípticos e integrados’, se iba a consumar en Barcelona!

Por aquellas fechas se distinguía la ciudad por cierta luz, apenas resplandores, pero llamativa porque España, y muy en concreto Madrid, tenía la grisura que desparrama el cielo agobiante de la mediocridad del Franquismo. Duró lo que duró, apenas una década, un embeleco del que algunos viven aún; los fondos de la inteligencia prosperan cuando están bien colocados en esa bolsa de cotizaciones que es la subvención. La gente común suele juzgar las llamadas Exposiciones Universales por las atracciones y la vistosidad, nadie suele detenerse en lo que reparten en “picos, palas y azadones”, en lo que revierten con la creación de multitud cargos, carguitos, asesorías, accesorios y demás chamarilería que convierten a los empleados en adictos. Nadie, que yo sepa, hizo nunca balance de las partidas que generaron los Juegos Olímpicos del 92. La cara “b” es más ignota para nosotros que la oculta cara de la luna.

Jordi Pujol no fue el abuelo cascarrabias, sino el hombre más corrupto que jamás disfrutó de tanto poder en Cataluña. Modelo de doblez y de cinismo

Los que vivimos en Barcelona no estamos encerrados en una burbuja, sino en un sótano donde de vez en cuando aparecen los fantasmas. Esta ciudad, que siempre fue de la luz y jactanciosa de su liberalidad, ahora se enseñorea en los siniestros posos de la xenofobia y la prepotencia. Por mucha que sea la trayectoria de corrupción institucional del PP o del PSOE nunca se había alcanzado la categoría de ser gobernados por una familia mafiosa. Lo hemos logrado y aún pasean su palmito.

Decir Pujol no es una ofensa ni un insulto o al menos una palabra vedada; al contrario, es el padre de las mesnadas que ahora se disputan el poder. Jordi Pujol no fue el abuelo cascarrabias, sino el hombre más corrupto que jamás disfrutó de tanto poder en Cataluña. Modelo de doblez y de cinismo. Como los grandes capos sicilianos, atento devoto de cuanta tradición religiosa, católica y catalana se le pusiera delante. Pecaba mucho, me consta, pero se arrepentía impelido por el servicio a Cataluña. A esta bazofia política, astuta y curtida, le debe Barcelona, emblema del país, la inclinación al suicidio voluntario. ¡Es de los nuestros! El más principal de todos, al que no cabe achacar ninguna maldad congénita ni otra ambición que el poder para sí y para su familia. ¿Y los secuaces? ¿Cuál de ellos tuvo al menos un gesto de honor o de vergüenza? Se conforman, como los sicarios, con escaquearse. “También roban los otros”. Cuando declaró ante el Parlament por sus desmanes, la presidenta de la Cámara le invitó previamente a almorzar, como se haría con Don Vito o Provenzano.

Caminar por Barcelona ahora es pasear por una ciudad herida de muerte. No son sólo los locales cerrados, o amenazados por la inminencia de su final, es también la conciencia de que hay barrios vedados donde la alcaldesa y sus asesores no pisarán nunca. Antaño se llamó Barrio Chino, donde ahora no hay chinos tan tontos como para meterse en ese residuo del páramo, imperio de mafias de menor cuantía y alto riesgo. El Raval le dicen ahora, o le decían, porque ya se cuenta por calles donde llevar un Rolex es como una sentencia, y el menudeo de la droga se ha hecho tan común que lo difícil es dónde comprar pan o tomar una cerveza, pero buscar maría o farlopa está al alcance de todos los bolsillos que puedas arramblar.

Cuando el Partido Socialista de Cataluña tenía la ambición de ser protagonista de algo parecido a un cambio hubo una concejal, Itziar González, que se propuso sanear El Raval. No sólo la amenazaron de muerte, si no que asaltaron su casa y pusieron precio a su frágil figura. Su propio partido se quejó de excesos puritanos y la abandonaron a su suerte, es decir, la sentenciaron. Tuvo que marcharse fuera y aún hoy sus compañeros cubren de silencio aquella complacencia mafiosa. Por eso baila Miquel Iceta, y pasean el antaño radical José Zaragoza y Narcís Serra, el rey de los sobresueldos. No bajan ni con escolta a eso que llaman “el lado mar” de las estribaciones del Ensanche.

Si alguien cree que el suicidio de una ciudad permite vivir más holgados a los supervivientes, se equivoca

Ha pasado desapercibido que el president Torra programe clases de islamización en las escuelas catalanas. Tantos años pidiendo que la religión saliera de los templos laicos que constituyen la enseñanza pública y ahora además el Islam. Quizá ven ahí un caladero de votos al igual que Jordi Pujol favorecía la emigración musulmana porque no tenía poso de lengua castellana.

Si alguien cree que el suicidio de una ciudad permite vivir más holgados a los supervivientes, se equivoca. Una muerte voluntaria nos interroga a todos y más ahora que los animosos independentistas de antaño han descubierto que sus intereses pueden irse al traste en el caos que alimentaron. Uno de esos barómetros del oportunismo intelectual, al que conozco desde 1976, Josep Ramoneda, ya lo apunta al referirse al “camelo de la redención patriótica”. Cabe la duda de si se refiere a Vox o a quienes como él formaron parte de la lista electoral de la CUP rompe bicicletas. Un pistoletazo para el suicidio y otro para abrir la carrera de la “nueva normalidad” política. Con razón el escritor del entorno barcelonés Javier Pérez Andújar escribió con demoledor sarcasmo: “Van 5 consellers de Cultura en 4 años. Ya no hacen electrodomésticos como los de antes”.