Tras el susto de la reñida aprobación el jueves en el Congreso del decreto de medidas contra los efectos de la guerra, el INE nos proporcionó ayer el disgusto de un dato trimestral de crecimiento alarmante. Un 0,3% supone una decepción, por más que previsible, que nos sitúa al borde de iniciar un temido proceso de recesión. El culpable apareció enseguida en forma de una demanda interna muy alicaída como consecuencia evidente de la erosión que provoca en las rentas una inflación tan desbocada como la actual. Si usted mantiene sus ingresos y todos los precios le suben casi un 10%, quiere decir que dispone de menos dinero para comprar. Además ya sabe que la inflación es el impuesto más injusto, pues afecta con mayor intensidad a las personas de menores ingresos ya que dedican un mayor porcentaje de ellos al consumo de bienes y servicios básicos.
También sonaron otras alarmas. Resulta que la encuesta de la EPA, conocida asimismo el jueves, ha descubierto que el número de horas trabajadas en España ha subido mucho a lo largo del trimestre pasado. Es decir, hemos empleado más horas para producir prácticamente lo mismo, lo que apunta hacia una productividad en retroceso. Y lo hace cuando hay que negociar la renovación de convenios que, por culpa otra vez de la inflación, va a ser muy duro ya que nadie está dispuesto a perder capacidad de compra. Ello presionará al alza los salarios y a su vez alimentará la caldera de la inflación, abriendo una espiral de precios infernal. Si unen ambas circunstancias, precios al alza y crecimiento inexistente -no hablamos de momento de recesión-, tendrán un horizonte preocupante que afrontamos con el liderazgo de un Gobierno tambaleante y débil, con apoyos menguantes y acosado por las encuestas.
Hay otro dato negativo. Lo siento, en cuanto aparezca alguno bueno ¡se lo grito! Prometido. Me refiero a la floja evolución de las importaciones, que aumentan mucho cuando incluimos las de productos energéticos, pero que deducidas estas y en comparación interanual solo suben un 8,3%, con un efecto de precios del 17,9%, lo que pone de manifiesto un mal comportamiento de la inversión dado el peso de sus componentes en nuestras compras exteriores. La caída de la productividad que nos provoca un escaso crecimiento debería inducir un mayor compromiso inversor para mejorarla. Pero no es así. Las incertidumbres son tantas que las decisiones se tornan temerosas y el dinero se retrae.