VICENTE CARRIÓN ARREGUI-EL CORREO
- Una cosa es la simpatía general que suscita la lengua vasca y otra distinta el uso que de ello ha hecho la comunidad nacionalista
Que un sindicato como LAB, hasta hace poco parte del MLNV, te acuse de «odiar el euskera», hace nada venía a ser como una orden de destierro, por no imaginar nada peor. Por eso la jueza que se ha atrevido a afirmar la obviedad de lo difícil que es aprender bien euskera, más a partir de los 45 años, merece toda mi admiración. Ha desafiado un tabú y ojalá seamos muchos los que sigamos su camino.
Cualquiera que consulte el porcentaje de vascos que utiliza el euskera como lengua laboral y familiar comprobará que muy a duras penas alcanza el 20% de la población de la comunidad autónoma. Los datos del propio Instituto de Evaluación (IVEI) del Gobierno vasco hablan de un 16% de alumnos de 2º de la ESO que viven en euskera. Y pese a que el Deustobarómetro de diciembre de 2021 afirma que solo un 16,4% de los padres considera que la inmersión lingüística en euskera es la tarea prioritaria del sistema educativo -frente a un 43,4% partidario de estudiar en la lengua materna-, los principales partidos nacionalistas, PNV y Bildu, están tramando una nueva ley educativa en donde se intensifique la presencia del euskera. Si no quieres taza, taza y media. En vez de reconocer el delirio totalitario, un escaso 20% de la población se empeña en seguir amargando la vida al 80% restante en nombre de entelequias patrióticas.
¿Cómo es posible que con estos datos sea indiscutible el enorme apoyo social a la euskaldunización, a la exigencia de perfiles altos en la Administración y a la reclamación de mayores inversiones económicas para fomentar el uso del euskera?
Un 80% de vascos, preferentemente en ciudades, crecimos y vivimos sin complejos en castellano
Aunque sea tabú sugerirlo, una cosa es la simpatía general que suscita el euskera como seña de identidad vasca y otra muy distinta es el uso que ha hecho de ello la comunidad nacionalista, confundiendo el derecho a expresarse en vascuence con el deber de imponer su aprendizaje. La presencia tutelar de ETA y la presión abertzale, sutilmente orientada a considerar ‘no vasco’ a quien no manifestara un apoyo incondicional al euskera, han asentado algunos mitos muy dañinos. Porque la identificación entre vasco y euskaldun es radicalmente falsa, como bien sabemos ese 80% de vascos que, preferentemente en las ciudades, hemos nacido, crecido y vivido sin complejos en castellano.
El nacionalismo -amén de llamar «enemigos del pueblo vasco» a los partidos no abertzales en el infausto Pacto de Lizarra- nos ha hecho creer que todos éramos euskaldunes hasta que vinieron Franco y la Guardia Civil. A la inmensa mayoría de la población emigrante de los años 60-70 se les hizo saber que si querían integrarse en Euskadi más les valía convertirse en ardientes euskaltzales. El precio de no hacerlo, para los recién llegados y para los de dentro, era plantarte la etiqueta de facha y españolista. Demasiado valor.
Pero la realidad es tozuda: por muy extendido que esté mostrarse acérrimo defensor del euskera, apenas sigue sin llegar a un 20% la población que trabaja, vive y hace el amor en euskera. Y pese a que los de las pistolas ya no están en ejercicio, todos conocemos a quienes han de renunciar a sus aspiraciones profesionales o marcharse de Euskadi porque entrar en la enseñanza, en la sanidad o en la Administración pública sin acreditar un alto nivel lingüístico es, para muchos, tarea imposible por múltiples razones.
El resultado es que la minoría euskaldun, en un ejercicio de competencia desleal, está haciéndose con los puestos laborales más apetecidos por la ciudadanía, aunque luego a veces sea muy parcial el uso que hace de sus conocimientos lingüísticos. Durante muchos años hemos vivido el goteo de ‘trasterrados’, personas obligadas por la situación política a abandonar su tierra, a poder ser sin hacer ruido, pero, lamentablemente, sigue ocurriendo.
Aunque ya no exista la amenaza directa de ETA, la política lingüística del Gobierno vasco sigue cerrando las puertas profesionales, vitales y educativas a muchos de nuestros jóvenes y a cantidad de profesionales que no vieron claro lo de convertirse en lingüistas y prefirieron dedicar su energía a mejorar su cualificación laboral. Todos lo sabemos: unos pocos se benefician mucho, pero sigue siendo tabú decir que el euskera es difícil, que el derecho de unos a expresarse en su lengua materna no puede sostenerse en la represión de la lengua materna de la mayoría. Todos deberíamos hacer un esfuerzo para entendernos, posibilitando que cada cual se exprese como prefiera sin exigir al interlocutor niveles filológicos ficticios y discriminatorios.