Ignacio Camacho, ABC, 26/7/12
El nacionalismo catalán insiste en que sus males provienen de España aunque sea en España donde busca la solución
EL nacionalismo catalán se ha encontrado de bruces ante dos problemas muy conflictivos para su orgullo identitario: el primero que Cataluña está en quiebra, y el segundo que sólo puede afrontarla mediante el enojoso trámite de solicitar ayuda al Estado español. Para digerir el mal trago de esta bandera blanca financiera los soberanistas han levantado al mismo tiempo la que mejor saben enarbolar, que es la de la reclamación de más autonomía amparada en el tradicional bucle victimista. El talismán ficticio del pacto fiscal encubre con disfraz reivindicativo un fracaso político que, en justicia, no cabe atribuir sólo a Convergencia i Unió porque el tripartito le dejó en herencia una ruina inasumible. Pero en vez de negociar con honestidad un acuerdo honorable, la Generalitat ha preferido la amenaza de echar el carro por las piedras y abrir la caja de Pandora del independentismo. Siempre la fuga hacia adelante basada en la idea de que todos los males catalanes proceden de España. Incluso cuando toca aceptar, con los dientes apretados, que en este caso también está en España la única solución a su alcance.En este juego del embudo los nacionalistas han sacado su vena más fenicia. Piden ayuda y se hacen los ofendidos. Quieren lo suyo sólo para ellos y repartir entre todos lo de los demás. Con una mano piden como panacea la soberanía fiscal que impugna de forma expresa la solidaridad constitucional entre las autonomías, y con la otra reclaman su derecho —que lo tienen, claro— a acogerse al Fondo de Liquidez que el Gobierno ha dispuesto con dinero de todos los contribuyentes españoles… y de los jugadores de Lotería. La evidente contradicción la combaten agarrados al falaz argumento de que España les perjudica, cuando no directamente les roba. El Estado opresor de los independentistas vascos se transforma para sus correligionarios catalanes en el Estado ladrón. Nadie dirá allí que una Cataluña independiente sería hoy una Cataluña en suspensión de pagos.
La estrategia de presión de Mas va dirigida a lograr que el Gobierno pague y calle sin meterse en camisas de once varas ni enviar los «hombres de gris» de Montoro. Se trata de escapar de la intervención cortando a base de alharaca soberanista cualquier tentación gubernamental de meter mano en el detalle del gasto, lo que supondría de facto una humillante suspensión parcial del autogobierno. Nada demasiado diferente, en el fondo, de lo que el propio Gabinete central reclama a los socios europeos: un crédito blando sin contrapartidas que evite el conflictivo término de «rescate». Sólo que España lo hace reclamando más Europa y Cataluña aprovecha para reivindicar menos España. Porque puede y le dejan, claro; si Rajoy amenazase en Bruselas con salir de la Unión monetaria correría serio riesgo de que algunos presuntos aliados cediesen a la tentación de tomarle la palabra.
Ignacio Camacho, ABC, 26/7/12