Ignacio Camacho-ABC
- Hay que cambiar el decreto de alarma ya. Ahora mismo. Mientras quede alguna opción de evitar el confinamiento íntegro
Ante una crecida del contagio como la presente, que ha batido ya el sobrecogedor récord diario de la primavera, la única alternativa al confinamiento general y rígido es… el confinamiento parcial y menos estricto. Es decir, cuarentenas limitadas por comarcas o municipios con medidas de restricción de movilidad en espacios y horarios específicos. El segundo encierro total, aunque es la opción que proponen bastantes expertos, ofrece el riesgo de prolongarse más tiempo del previsto y acabar así de abatir a los sectores productivos que aún no se han hundido. Antes de esa baza tajante, ultima ratio en caso de colapso crítico, es menester agotar el margen de ajuste fino modulado con criterios más precisos. Pero ese método exige que el Gobierno modifique el actual decreto de alarma y dote a las autonomías de instrumentos jurídicos para intervenir sobre el terreno según la evolución de la incidencia del virus. Y hay que hacerlo ya. No mañana ni dentro de dos semanas: ahora mismo. Por encima de cualquier conveniencia particular o prejuicio político. Mientras quede alguna posibilidad de evitar el cierre íntegro que para muchas empresas, negocios y personas constituiría el golpe definitivo.
Por alguna razón inexplicable, o acaso inconfesable, el Ejecutivo no da el paso. La cogobernanza -descogobernanza la llama Ignacio Varela- se ha convertido en la táctica del perro del hortelano, que bloquea cualquier salida propia o ajena del marasmo. Lo mismo ocurre con la campaña de vacunación, cuyo atasco podría encontrar alivio en el concurso de la red hospitalaria privada y las mutuas de trabajo, un sector con casi veinte mil profesionales de enfermería y más de diez millones de usuarios. Nada. El ministro de Sanidad ejerce el cargo desdoblado en su condición de candidato, que invalida toda presunción de imparcialidad, y el presidente ha desertado de la responsabilidad del mando. Ambos permanecen aferrados a un marco legal diseñado en octubre, cuando el ritmo de transmisión era mucho más bajo, y por ahora no hay indicios de que vayan a torcer el brazo. Si acaban cediendo habrá que hacer cálculos, como los que Sánchez hizo en verano, de los enfermos y muertos que podrían haberse evitado en este gratuito intervalo.
Y en éstas salió en el «Diario Vasco» Iván Redondo, el factótum, con un tambor sobre la mesa (es donostiarra) que parece el símbolo involuntario de la política de autobombo. Él también habla de «su persona», delatando la autoría de ese pomposo recurso retórico. Pero ni su persona ni la persona del Otro aparentan darse por enteradas de que en el país que dirigen (?) se está muriendo gente a chorros en medio de una perturbadora sensación de despropósito, de caos, de anomia, de abandono. Y no habrá redoble de propaganda, ni relato edulcorado, ni reparto discrecional de fondos, ni mercadeo de elogios que puedan camuflar ese fracaso histórico.