ARCADI ESPADA-EL MUNDO
La recogida de las basuras es uno de los graves problemas irresueltos de las ciudades. Pero la solución que han dado al asunto tantas ciudades italianas, empezando por Roma, hace honor a la fama de laboratorio de la modernidad que la nación un día tuvo: están probando no recogerlas. De momento la acumulación de desechos ya ha fertilizado: Matteo Salvini es el fruto que más destaca. Su elección y la de la mayoría que hoy gobierna está lejos de representar la frivolidad burguesa que desde Viena hasta Washington ha dado el poder al populismo. Es de una coherencia indiscutible que Italia se haya entregado al antisistema. No es que la democracia eche allí una cana al aire; es que en Italia ha fracasado la democracia. Lo que aguarda es peor. El fracaso democrático no puede resolverse fuera de la democracia. Cuando Salvini culpa a Europa de impedir que Italia tenga carreteras decentes no solo miente con grosería; es que señala la ruta autoritaria de demagogias y mentiras que planea recorrer. Italia es el séptimo PIB del mundo. Si todo lo común ofrece allí el actual aspecto devastado es porque un denso tapón de corrupción y desánimo impide que emerja la riqueza. Y cuando Salvini dispara a Europa o a los negros solo indica que quiere seguir taponando.
La cuestión no es que se caiga un puente en Génova. También en la ejemplar España –hay que cambiar el lema: no es «España va bien», es «España va mejor»– se caen los muelles. La cuestión es cómo resiste el resto de puentes de aquel país que fue la tensa juventud de Europa.