ARCADI ESPADA-EL MUNDO

CUANDO a los 20 años hicimos el primer viaje a Italia sus mapas de carreteras eran difíciles de creer. En España dos escuálidas líneas de autopistas unían Barcelona con Valencia y Zaragoza. Pero de Milán hasta Roma los nudos eran indescifrables, y aun se permitían soltar algún cabo hacia el sur. En 40 años de constante frecuentación de Italia habré visto agrietarse el asfalto de las autopistas y ver crecer bosques exuberantes en las grietas; habré visto aquella modélica señalización del espacio público perder el color y las letras y caerse literalmente a pedazos; y envejecer el parque de coches y el mobiliario urbano, y la vida entera. Lejos de la convencional imagen de vieja dama afectada por los achaques, pero aún sugerente y hermosa, Italia es una lúgubre residencia de viejos consumidos por la pobreza. Úrica, mal ventilada y que provoca solo aprensión. A la decadencia del antiguo esplendor se añade su torpe acceso a la modernidad: la relación de sus ciudadanos con las redes digitales es la misma que mis padres tenían con la centralita: alambicados trámites y confianza en la fortuna.

La recogida de las basuras es uno de los graves problemas irresueltos de las ciudades. Pero la solución que han dado al asunto tantas ciudades italianas, empezando por Roma, hace honor a la fama de laboratorio de la modernidad que la nación un día tuvo: están probando no recogerlas. De momento la acumulación de desechos ya ha fertilizado: Matteo Salvini es el fruto que más destaca. Su elección y la de la mayoría que hoy gobierna está lejos de representar la frivolidad burguesa que desde Viena hasta Washington ha dado el poder al populismo. Es de una coherencia indiscutible que Italia se haya entregado al antisistema. No es que la democracia eche allí una cana al aire; es que en Italia ha fracasado la democracia. Lo que aguarda es peor. El fracaso democrático no puede resolverse fuera de la democracia. Cuando Salvini culpa a Europa de impedir que Italia tenga carreteras decentes no solo miente con grosería; es que señala la ruta autoritaria de demagogias y mentiras que planea recorrer. Italia es el séptimo PIB del mundo. Si todo lo común ofrece allí el actual aspecto devastado es porque un denso tapón de corrupción y desánimo impide que emerja la riqueza. Y cuando Salvini dispara a Europa o a los negros solo indica que quiere seguir taponando.

La cuestión no es que se caiga un puente en Génova. También en la ejemplar España –hay que cambiar el lema: no es «España va bien», es «España va mejor»– se caen los muelles. La cuestión es cómo resiste el resto de puentes de aquel país que fue la tensa juventud de Europa.