El tardocomunismo

ABC 10/04/17
IGNACIO CAMACHO

· Con Podemos, el comunismo español regresa 40 años después al arrepentimiento de su mayor gesto de grandeza histórica

EL hecho crucial de la Transición fue la legalización, el 9 de abril de 1977 –el célebre Sábado Santo Rojo–, del Partido Comunista. Sucedió como consecuencia de la convicción de Suárez de que sin ese paso no podía organizar unas elecciones democráticamente limpias. Pero también por la presión de Santiago Carrillo, que amenazó con desestabilizar el proceso si no entraba en liza. No era un farol: el PCE disponía en aquel momento de una organización disciplinada y combativa, con potente capacidad de presión social, sindical y política. El compromiso se produjo sobre la base de unas condiciones que Carrillo se comprometió a cumplir y cumplió: sólo una semana más tarde impuso al Comité Central la aceptación de las reglas de juego, incluidos los símbolos de la bandera rojigualda y la monarquía.

Aquella reconversión exprés, dirigida con técnica estalinista, tuvo su coste y lo pagó en las urnas, ante las que el PSOE se manejó con mejor percepción intuitiva; pero el reconocimiento del papel histórico del PCE en la construcción de la democracia es un acto de estricta justicia. Se da sin embargo la paradoja de que quienes peor encajaron su patriótica contribución fueron los propios comunistas, torturados por la idea de que el pragmatismo de Carrillo los condujo a una posición subsidiaria y a una decadencia abatida. La ruptura no ha dejado de estar presente en el imaginario marxista-leninista, impermeable incluso a la caída del Muro de Berlín; ni siquiera el sólido recorrido de la España de las libertades ha logrado disipar esa sensación de asignatura pendiente, arraigada casi como una mitología.

Esta tradición de desengaño forma parte del ADN de Podemos, un partido de nítido corte tardocomunista cuyos dirigentes usan el populismo como herramienta táctica, no como ideología. La distancia temporal con la Transición les ha permitido presentar el régimen constitucional a las nuevas generaciones como el pacto vergonzante que permitió la continuidad camuflada de las estructuras franquistas. Semejante superchería histórica ha funcionado en primer lugar por los estragos de la crisis, en segundo término por la corrupción de los partidos y el colapso de las instituciones y, finalmente, por el fracaso pedagógico del sistema para instalar un consenso de autoestima.

De este modo el comunismo español, y con él buena parte de la izquierda sociológica, ha vuelto a regresar cuatro décadas después al punto de partida. Al arrepentimiento de su mayor gesto de grandeza histórica, al repudio de la reconciliación nacional que cerró los traumas de la Guerra Civil con un acuerdo sellado en una mutua amnistía. Los jóvenes que votan a Podemos no lo saben o no lo creen, pero al apoyar el programa rupturista se están subiendo al tren del eterno retorno, el que siempre acaba en la vía muerta del fracaso, varado en la estación de las oportunidades perdidas.