Mario Sznajder-El Correo
Profesor emérito de Ciencia Política, Universidad Hebrea de Jerusalén
- El acto en la Casa Blanca debe abrir una nueva etapa para la zona y el mundo
En Oriente Próximo, los altos niveles de odio entre las partes en guerra -en este caso palestinos e israelíes, entre Hamás e Israel- hacen muy difícil a ambas sociedades presentar propuestas de paz. En el gran teatro político los líderes -Donald Trump y Benjamin Netanyahu- realizan actos públicos dramáticos, como la conferencia de prensa (sin preguntas de periodistas) en la Casa Blanca en la que presentaron el plan de paz del presidente norteamericano y la respuesta positiva del primer ministro israelí.
Los precedentes fueron claros. El presidente egipcio Sadat, con su viaje a Jerusalén y sus encuentros con Begin, logró lanzar el plan de paz entre Egipto e Israel. Rabin y Arafat se estrecharon la mano junto a Clinton en el jardín de la Casa Blanca al firmar la Declaración de Principios que lanzó los Acuerdos de Oslo entre palestinos e israelíes. Hussein y Rabin lo hicieron respecto al plan de paz entre Jordania e Israel. El acto teatral político en la Casa Blanca debería abrir una nueva época para Oriente Próximo y el mundo.
Israel está muy polarizado. La derecha nacionalista, en parte mesiánica, se resiente de la declaración de Trump de que no permitirá la anexión de Cisjordania -y tampoco de Gaza- y también de la hostilidad de países europeos y de su apoyo a un Estado palestino -entre ellos España-. La parte progresista recibe con esperanza la propuesta del presidente de EE UU que implica el fin de la guerra en Gaza, a través de un alto de fuego, la liberación de todos los rehenes israelíes y un plan de 20 puntos para encaminar a todo Oriente Próximo hacia la paz.
La presentación frente a las cámaras de televisión fue muy dramática, con declaraciones, acuerdos, promesas, posibles cambios geopolíticos y apoyos por parte de muchos países relevantes e importantes. Sin embargo, lo extraño fue que la negociación del plan se hizo entre EE UU e Israel -aliados- sin la participación de la contraparte enemiga palestina de Hamás. El proyecto presentado es muy general y el diablo está en los detalles. Hay puntos que requieren aclaración, agendas, cantidades, participantes directos y mucho más.
El apartado sobre el retorno de los 48 rehenes israelíes -los vivos y los restos de los fallecidos- en el plazo de 72 horas tras la firma del acuerdo, la desocupación gradual de Gaza tras el alto el fuego que pondría fin a la guerra y la liberación de un gran número de presos y prisioneros palestinos que volverán a la Franja inspiran esperanzas en amplios sectores, tanto de la sociedad israelí como de la palestina. Hamás recibió el proyecto de Trump solo después de la conferencia de prensa en la Casa Blanca y Catar, tras las disculpas públicas de Netanyahu por el ataque de Israel en Doha, ha vuelto a hacer de intermediario en las negociaciones con Hamás.
El mundo árabe y musulmán, y hoy también la mayoría de las democracias occidentales, ya no permiten que se deje de lado el problema palestino. En Israel, la derecha nacionalista, mesiánica, y el mismo Netanyahu se oponen a la creación del Estado palestino, que ven como un futuro ente terrorista que amenazaría directamente a la existencia de Israel. El resto de los políticos y gran parte de la sociedad israelí se han desentendido del problema, especialmente desde el fracaso del proceso de Oslo en los años 90. La tragedia humana palestina y la destrucción de Gaza tampoco han sido seguidas, en su mayoría, por el público en Israel.
Los partidos de extrema derecha, liderados por Smotrich (Sionismo Religioso) y Ben Gvir (Poder Judío), han amenazado de forma consistente con retirarse de la coalición y así hacer caer al Gobierno de Netanyahu, pero frente a un dictado de Trump, y la enorme dependencia actual respecto de EE UU, probablemente estarán más interesados en que el Ejecutivo sobreviva con su propia cooperación a las fuertes presiones exteriores que implicarán serias negociaciones hacia la resolución del problema palestino.
La aplicación de sanciones, por parte de las Naciones Unidas, contra Irán, en el plano nuclear y general, son vistas positivamente en Israel y facilitarán negociaciones futuras ya que alejan la amenaza atómica de este país, percibida como existencial y muy empleada por la derecha local.
La falta de propuestas políticas estratégicas israelíes crea un cuadro en el que los gobiernos hebreos afrontan negociaciones en las que no llevan la iniciativa y, en estas situaciones, terminan pagando todos los precios posibles.
Mario Sznajder es autor de ‘Historia mínima de Israel’ (Editorial Turner).