EL MUNDO – 26/04/15
· Nagam reprime una mueca de dolor mientras rememora el día que huyó de Qaraqosh. «Cuando el [autodenominado] Estado Islámico (IS) invadió la ciudad, el 6 de agosto de 2014, escuchamos por los altavoces de la mezquita que ahora la ciudad les pertenecía y que sólo teníamos dos opciones, salir huyendo o pagar un impuesto.
Pero quedarse significaba la muerte», relata una mujer iraquí. Hace un año trabajaba como secretaria en la Universidad de Mosul y ahora reside, junto a su marido y sus dos hijos, en apenas tres metros cuadrados del templo Mar Elías, situado a las afueras de Amán. Como ella, más de 7.500 cristianos viven en Jordania gracias a la ayuda de la Iglesia, que los aloja dentro de sus propios lugares de culto.
De la vida que dejaron atrás sólo se informan por las llamadas que aún mantienen con sus vecinos musulmanes, que decidieron quedarse y acatar la nueva ley que imponía el autodenominado Estado Islámico. «Ocuparon nuestras propiedades y se adueñaron de muebles, dinero, joyas. Nos robaron las pocas pertenencias que llevábamos encima en el último checkpoint antes de llegar a Erbil», cuenta Kamal, el marido de Nagam. Las paredes de sus casas amanecieron con la letra Nun, de la palabra árabe nasraní, que significa cristiano, la señal de que ahora pertenecían a las hordas del IS.
Kamal apenas puede levantar los párpados. «Es por el cansancio de esperar, llevamos así nueve meses», dice Nagam de su marido. Un tablero de backgammon reposa sobre una pequeña mesa de plástico. Varias mujeres cocinan judías y trigo relleno de carne picada para las familias que comparten el mismo techo. Nagam mira al suelo y chasquea la lengua mientras explica que aquellos que no podían cruzar el último tramo del camino tuvieron que pagar 10 dólares para ser transportados por los propios miembros del IS hasta llegar al Kurdistán iraquí.
«Fue en Erbil donde oímos hablar de Abu al Nur», dice Kamal sobre el sacerdote responsable de que 1.100 de esos refugiados obtuvieran el visado jordano concedido expresamente por el rey Abdullah de Jordania. «Nos comentaron que varias iglesias y monasterios en Amán estaban acogiendo a los iraquíes que huíamos del IS y apuntamos nuestros nombres en una lista», recuerda también Haitham, uno de los afortunados. Contable en Mosul, ahora trabaja para Cáritas como responsable del mantenimiento del local, de la comida y del tratamiento médico de sus compatriotas dentro del reciento propiedad de la Iglesia. Es la excepción a la regla: su condición de refugiados les prohíbe trabajar en el país.
A través de Cáritas, los refugiados iraquíes alojados en ese y otros templos reciben manutención diaria. La organización se encarga de aportar los alimentos necesarios para las familias, además de pagar los medicamentos y las consultas en los hospitales donde son atendidos. La vida cotidiana apenas encuentra separación de la liturgia. Pocos metros separan las estancias improvisadas con colchones y mantas de la capilla donde se celebra la misa del domingo en el monasterio que regenta el padre Khalil, en el barrio de Marka.
Abu Khalil, de origen palestino pero acogido por Honduras tras las guerra del 67, se encarga de la manutención de 12 familias que residen dentro de este templo. Los gastos son sufragados en su totalidad por la organización española Mensajeros por la Paz. «Pero también pagamos 27 apartamentos que se encuentran alrededor del monasterio. En cada uno viven dos familias», recalca enseñando las facturas, que reflejan un alquiler mensual de entre 200 y 350 dinares (265 y 460 euros aproximadamente). Además Abu Khalil invita a comer cuatro veces por semana a refugiados que viven fuera del monasterio. «Doy de comer a unas 500 familias y cocinamos a diario unos 50 kilos de arroz».
Una fotografía con el Papa Francisco reposa en su mesa de trabajo. «Le estoy entregando este pin con la insignia grabada de la Nun», aclara mostrando la letra en árabe. «Pensamos que es un símbolo del sufrimiento de los cristianos en Irak, como lo fue el pez durante las persecuciones de los primeros cristianos». Insiste en que la labor que están realizando en el monasterio no es de carácter religioso, sino humanitario y que cristianos y musulmanes son invitados a todas las actividades.
«La relación entre cristianos y musulmanes, gracias al rey de Jordania, es buena. Aquí no vemos el odio y la violencia que se está cebando con los cristianos en Siria e Irak», afirma mientras recibe en su oficina a Jacob, un iraquí de Qaraqosh que antes hacía reportajes de bodas y que ahora se encarga de editar fotos y vídeos de las actividades del centro. «Es el ministro de comunicaciones del monasterio», comenta Abu Khalil. Jacob sonríe tímido. «Es una forma de que se mantengan ocupados y de dignificarlos».
El padre se prepara para oficiar la ceremonia de las seis de la tarde. A los asistentes se les insufla coraje para afrontar las dificultades. «He visto cómo nuestros vecinos musulmanes admiran nuestra unión y es así como tenemos que permanecer, unidos». Los fieles rezan el padrenuestro en un árabe clásico perfecto y resonante. Las mismas palabras que recitan los cristianos del resto del mundo para encontrar consuelo frente a la barbarie. Ellos de momento encuentran amparo en el Reino Hachemita, pero durante un tiempo que parece interminable.
EL MUNDO – 26/04/15