EL MUNDO – 05/06/16 – ARCADI ESPADA
· Mi liberada: Ya he pasado del prólogo del libro de Luc FerryLa revolución transhumanista. El libro tiene el valor de una summa sobre el estado de la cuestión. Su autor es ponderado, presenta los distintos argumentos con objetividad y sus decantaciones suelen ser siempre razonables. Además escribe con claridad, salvo cuando se empeña en empresas difíciles como negar cualquier posibilidad de que las máquinas lleguen a ser conscientes. Pero si hoy te lo traigo de nuevo aquí no es por su enfermedad profesional de filósofo sino por la discusión sobre dos argumentos de Jürgen Habermas contra la manipulación genética recogidos en artículos y entrevistas diversos, y en especial en su libro El futuro de la naturaleza humana.
El interés dialéctico de esos argumentos es que encaran el problema desde el punto de vista del hijo, es decir, del objeto del mejoramiento genético. La cita es larga y el papel no lleva links: «Hasta ahora nuestra naturaleza era algo dado e intangible, pero ya puede ser objeto de manipulaciones y de programaciones por una persona que interviene intencionadamente, y en función de sus propias preferencias, sobre el equipamiento genético y las disposiciones naturales de otro. Yo me pregunto, por ejemplo, a partir de qué instante el incremento de la libertad de elección ofrecida a los padres puede ir en detrimento de la libertad de los hijos. Pienso en un hombre joven que se entera un día de que su equipamiento genético ha sido modificado antes de su nacimiento y sin ninguna razón terapéutica justificada…».
Luego continúo con el resto de la cita. De momento tenemos suficiente para desatar una falacia asociada al ejercicio de la libertad, que son las falacias más correosas y oh là, là, là. Empieza haciéndolo el propio Ferry al subrayar la obviedad: no hay noticia de que la familia de Nadal (el tenista lo pongo yo) hubiera manipulado su Adn; pero es difícil sostener que no trataron de que se dedicara al tenis. Si hasta ahora los padres no han podido intervenir desacomplejadamente en la nature sí lo han hecho, y sin problema alguno de conciencia, en la nurture. Siguiendo el prosaico carril de Habermas, un par de personas han intervenido intencionadamente, y en función de sus propias preferencias, sobre el destino de sus hijos. A veces tratando de hacer del hijo lo que uno es, y otras lo que uno no pudo ser.
Sin embargo, este razonamiento es superficial y deja a nuestro filósofo la posibilidad de responder, como lo hará, que la dotación genética es más determinante que la cultural. El supuesto reproche del hijo al padre por haberse tomado determinadas libertades con el diseño de su genética empalidece cuando se considera la premisa previa: la libertad que se toma el padre para traer alguien al mundo sin su permiso previo. Es la premisa, furiosamente encarnada, que tantos padres han tenido que oír de sus hijos en la tópica y desesperada adolescencia: «¡Para qué coño me trajisteis al mundo!». Traer un hijo al mundo es un acto determinado por la voluntad (¡sea lo que sea eso!) mientras que su dotación genética está determinada en buena parte por el azar. Al concebir un hijo, los padres se entregan al azar cuando en muchas otras decisiones sustanciales de su vida tratarían de limitar drásticamente su influencia. No parece injusto ni descabellado que ahora los padres utilicen la ciencia para traer un hijo al mundo que sea SU hijo, dándole al posesivo un sentido completo. Solo el catolicismo resolvía y resuelve mejor la circunstancia. Todos los hijos son, en realidad, hijos de dios y su llegada al mundo, una decisión divina. El carácter aleatorio marca el proceso de principio a fin.
Al margen de la religión no se ve motivo por el que los padres que asumen la decisión de concebir debieran eludir la decisión de diseñar. Para identificar el absurdo basta con plantearse la hipótesis de la inversión cronológica: ¿aceptaría una humanidad que pudiera elegir el diseño de su descendencia entregárselo de repente al azar para que el azar resolviera? Una humanidad diseñada plantea una infinidad de problemas que ni siquiera pueden percibirse desde nuestro lugar actual. El azar es eficiente: resuelve de un plumazo, por ejemplo, el problema de la variedad, que una sociedad diseñada debería resolver por sí misma. Pero los seres humanos, hijos de infinitas mutaciones azarosas, están dotados de un paradójico motorcillo incansable. Es el ansia de conocimiento y tiene como objetivo principal el de revolverse contra su condición de origen. Los hombres, hijos del azar, solo quieren dominarlo.
La cita de Habermas continuaba: «Así pues no es seguro que el futuro adulto haga suyas las representaciones y preferencias de sus padres. Si él no se identifica con ellas puede ponerlas en cuestión y preguntarse, por ejemplo, por qué sus padres le dotaron de un don para las matemáticas antes que de capacidades atléticas o musicales que habrían sido más útiles para la carrera de deportista de alto nivel o de pianista que querría haber seguido».
Esta hipótesis de Habermas no sólo revela su extraño conocimiento de la naturaleza humana, sino que es contradictoria con el carácter imperioso y fatal que atribuye a la dotación genética. Como Ferry le objeta en primera instancia es dudoso que exista un gen de las matemáticas. Pero dando ese reduccionismo por hecho es más dudoso aún que el niño se volviera contra sus padres, porque ese niño estaría diseñado para disfrutar de las matemáticas. Es una verdad histórica que Manuel Vázquez Montalbán quiso ser, en su etapa rusa, primera bailarina del Bolshoi y luego, en su etapa nacionalista, delantero centro del club de fútbol Barcelona. Pero más allá de las recreativas y ensoñadas especulaciones sobre lo que cualquiera pudo haber sido y no fue, no veo al tenista Nadal reprochándole a sus padres que le hicieran tenista en vez de filósofo alemán.
Como buen socialdemócrata, Habermas deja una salida libre a su reivindicación de la oscuridad. Se trata de la manipulación genética que llama «estrictamente terapéutica», y ante la que se muestra favorable. En este sentido, aconseja al Estado que empiece a hacer una lista de las intervenciones genéticas que tendrían «el asentimiento potencial» del hijo a nacer. El asentimiento… Estoy por llegarme al lago Starnberg, al sur de Munich. Y presentarle al anciano filósofo alguno de esos posmodernos que llaman a las horribles discapacidades de algún nacido «otra forma de salud». La lista… Toda la lista de Habermas cabe en la palabra muerte. La enfermedad contra la que se lucha. El bárbaro señorío del azar.
Sigue, ciega, tu camino.
EL MUNDO – 05/06/16 – ARCADI ESPADA