Los cómplices de ETA ya estuvieron en el Parlamento Vasco durante años. En las últimas legislaturas facilitaron, entre otras cosas, la mayoría del Gobierno de Ibarretxe. ¿En qué tesitura quiere moverse Egibar? ¿En que el entorno ETA facilite un Gobierno del PNV, o en que su expulsión de las instituciones libere a éstas del chantaje de la violencia?
Los primeros seis meses del Gobierno vasco de Patxi López han pasado con tanta normalidad que sus detractores le menosprecian porque creen que si no provoca bronca no está haciendo nada notable. Y sus partidarios dicen que el cambio es demasiado tímido. Como amonestación esencial reprochan al lehendakari que el cambio está discurriendo tan sosegado que es apenas perceptible. Pero de eso se trataba. Ni frentismo, ni revanchismo. Evitar a toda costa que el relevo en el timón de Euskadi fuese asociado a más crispación. Pero en ese término medio, probablemente, está la virtud, en un país tan acostumbrado al enfrentamiento constante.
Pero tan sólo han pasado seis meses y la sociedad se va aclimatando a la gestión tranquila. Es lo que tiene haber sufrido tantos años de confrontación: que los ciudadanos quieren políticos que les resuelvan los problemas en lugar de plantearlos. El PNV se empeñaba en decir que «no hay nada nuevo» en la política gubernamental porque el recién estrenado equipo de Patxi López, en los planteamientos presupuestarios sobre todo, no ha inventado nada, que no está haciendo otra cosa que dar continuidad a lo que empezó el anterior lehendakari. Como frase de consuelo no está mal pensada, pero no encaja con la realidad. Si los jelkides necesitaban un asidero donde apoyarse para justificar su pacto de estabilidad, pase. Pero el cambio va calando poco a poco. Como el sirimiri.
El palmarés en política antiterrorista no tiene parangón. El consejero Rodolfo Ares ha logrado dar la vuelta a la política contra ETA ya en los dos primeros meses con un giro tan radical, que su pulso con los terroristas callejeros al principio puso en guardia a muchos representantes institucionales que se vieron agobiados ante una política de confrontación directa con el entorno de ETA a la que, desde luego, no estaban acostumbrados. Siguió por la cooperación con organismos como Eudel (la asociación de municipios vascos) para retirar la publicidad terrorista de las calles del País Vasco. Y ha cerrado el círculo implicando a alcaldes de importantes municipios para impedir la propaganda del entorno de la banda en los recintos festivos.
Tan decidida fue la impronta del consejero de Interior que muchos observadores se preguntaban si, además de Rodolfo Ares, el resto del Gobierno vasco tenía vida propia. Y, desde luego, la tiene. Con sus luces y sus sombras, porque los resbalones de los principiantes se daban por descontados. Y han existido. Empezar a gobernar con una situación de crisis económica tan pronunciada y con un conflicto en la flota pesquera en el Índico no era tarea fácil. Y la consejera Pilar Unzalu metió la pata en un pozo de donde tuvo que salir en cuestión de horas al percatarse de que estaba criticando a sus propios compañeros de partido.
El PNV está aprovechando cualquier resquicio para arremeter contra el nuevo Gobierno de Ajuria Enea. Pero como está dejando de ser el epicentro de la política vasca, por mucho que condicione el apoyo parlamentario a Zapatero en el Congreso, tiene que moverse constantemente, desde la oposición. A veces, para ir a la contra y convertir su acción en pura táctica ¿O cómo debería considerarse su viraje en torno a la reforma de la ley del aborto? Al decir Egibar que Patxi López no sería lehendakari sin el apoyo del PP (una obviedad al alcance de un becario) y sin los beneficios de la Ley de Partidos, cree que está desvelando alguna trampa oculta.
Pero lo único que manifiesta es su falta de coraje democrático para reconocer la legitimidad de un Gobierno del cambio. Un Gobierno que ha sido posible gracias a que el entorno de ETA no está en el Parlamento debería ser un motivo de orgullo democrático. Ya estuvieron los cómplices de ETA en el Parlamento Vasco. Durante años. Y, en las últimas legislaturas facilitaron, entre otras cosas, la mayoría del Gobierno de Ibarretxe. ¿En qué tesitura quiere moverse Egibar? ¿En que el entorno ETA facilite un Gobierno del PNV o en que su expulsión de las instituciones libere a las instituciones del chantaje de la violencia? Ésa es la cuestión.
Patxi López no está haciendo de la confrontación un pilar de su acción de gobierno y ésa es una de las claves del cambio. En EITB se van dando pasos no tímidos sino muy pensados. Algunas voces desubicadas se desgañitan descalificando a los nuevos responsables de Interior, pero la innegable mejora del clima social y político que configura la ahora llamada ‘burbuja vasca’ desmiente sus argumentos en la realidad diaria. El tiempo corre a favor de la normalidad, de que la novedosa transversalidad constitucional se convierta en el relevo de los gobiernos de coalición de otros tiempos o de experimentos radicales que desembocaron en el caduco soberanismo de Ibarretxe que, sin llegar a nacer, se extinguió por arcaico. Es importante ahora sostener la apuesta de la normalización social y política porque el país se juega poder salir de la espiral -victimismo, nacionalismo, violencia-, para entrar en la normalidad democrática de la alternancia en el poder determinada exclusivamente por la fuerza de las voluntades sólo condicionadas por la gestión de los partidos en las instituciones. Parece muy sencillo pero al País Vasco le ha costado veintinueve años romper la inercia.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 2/11/2009