Teodoro León Gross-ABC
- Hay una masa de gente dispuesta a creer cosas absolutamente inverosímiles contra toda evidencia
Sánchez ha apelado a su clientela para que crean que él nunca supo nada, que él preside «el mejor Gobierno que ha tenido España en mucho tiempo frente a la peor alternativa que ha tenido nunca» y es víctima de «una operación de demolición», como dice en su III Carta de Pedro a los Militenses, una amenaza a la democracia española con el apoyo de «lobbies oscuros». Al cabo, confía en el ‘terrasanchismo’, porque supone, como en el caso de terraplanismo, que hay una masa de gente dispuesta a creer cosas absolutamente inverosímiles contra toda evidencia. Sánchez parece decirles, como en la humorada maravillosa de Groucho, ¿a quién vais a creer, a mí o a vuestros propios ojos? Los terrasanchistas, por supuesto, lo creen a él, no al resto del mundo hostil. Con una clientela así, un político puede verse capaz de enfrentar su propia corrupción presentándose como víctima acosada.
Sánchez se ha mostrado sobre todo ofendidísimo, escandalizado como «una monja insulina», que diría la fontanera de Ferraz, por el modo en que Ábalos y Koldo hablaban de las mujeres. Y es de un cinismo oceánico muy ridículo. La simple idea de que recorrió España metido en un coche con esos tres verracos sin saber cómo eran, cuando ya ejercían de sus Tres Mosquepedros, una banda con aire de gánsteres setenteros de Scorsese que colaban papeletas fraudulentamente y hacían de las suyas en las casas del pueblo. El cine ha explorado lo que ocurre si metes a un grupo apenas tres días en una cabaña de campo: no tardan en aflorar las pasiones y demonios. En aquellos viajes de 2017 en el Peugeot, ni siquiera cabe que los Tres Mosquepedros se callasen por pudor ante el presidente, porque no era presidente y ni siquiera secretario general. Se trataba de una banda dispuesta a todo en el asalto del poder. Pero Sánchez pretende ahora que a él los puteros le parecían entonces intelectuales de la República de Weimar. Es imposible que en estos más de diez años no viera su calaña. Es, de hecho, absolutamente imposible que echara a su mano derecha en 2021 sin saber nada. Sólo hay algo verosímil: Sánchez era uno de ellos pero ahora quiere ser otro y, como en tantas cosas, anula el pasado. El impostor siempre está ahí.
Ahora se presenta ante el país con el mensaje de ‘La Democracia Soy Yo’, como un Rey Sol del barrio de Tetuán. Plantea desahogadamente que no puede dejar España en manos de la voluntad popular, porque ya está él para liderar un ‘no pasarán’ a la derecha. Los tics autocráticos se le repiten más que el ajo. Pero como suele suceder, nadie desmonta mejor a Sánchez en 2025 que Sánchez en 2018: no basta con pedir perdón, los corruptos van a la cuenta de quien los nombró y hay que asumir la responsabilidad más allá de la retórica hueca. Hoy el farsante ofrece a los suyos lo contrario. Y sólo un terrasanchista podría creerle. Pero ahí está el problema: el sanchismo se sustenta, desde tiempo atrás, en el terrasanchismo.