Matteo Re-ABC

  • La clave está en equilibrar la prudencia con la valentía, asegurando que el terrorismo no nos impida vivir nuestras vidas plenamente

Analizar el miedo es una tarea compleja, especialmente cuando se traslada del ámbito individual al colectivo. El ser humano suele temer por su futuro cuando es incierto, imaginando acontecimientos negativos y anticipando posibles situaciones de peligro, aunque sean poco o nada realistas. Este peligro, en la mayoría de los casos, se ve magnificado por sesgos cognitivos que impiden un análisis lúcido y ponderado de lo que está ocurriendo. El miedo, además, aseveran los psicólogos, puede presentarse en varios niveles: como ansiedad en su forma anticipatoria, como angustia cuando el objeto del miedo no es evidente, y como terror o pánico cuando el pavor es desmesurado.

El miedo hacia algo o alguien puede provocar dos posibles reacciones: la huida o la resistencia. Podemos intentar escapar, evitar aquello que nos inquieta, o enfrentarnos a la amenaza. No obstante, a veces ninguna de estas opciones es viable. En esos casos, solo nos queda pedir auxilio. Pero si nuestra petición es desatendida y nos sentimos desprotegidos, el miedo nos vence. Este es el escenario que se presenta, por ejemplo, en territorios que dominan organizaciones criminales como la mafia en Italia o grupos terroristas, y donde el Estado es incapaz de ofrecer a los ciudadanos una protección completa. El silencio de las personas que viven en tales escenarios, a menudo malinterpretado como fragilidad o cobardía, en realidad oculta una desconfianza en la capacidad protectora de las instituciones y denuncia un estado de abandono y desamparo, ya sea real o percibido.

Los terroristas no solo son conscientes del efecto que producen sus acciones en la población, sino que lo provocan conscientemente. Saben que la difusión del terror puede polarizar y activar la espiral del silencio. La existencia de la banda terrorista ETA durante más de cincuenta años no es entendible sin incluir el miedo que creó y que la alimentó. Ese sentimiento era esencial para que el terrorismo prosperara, como ilustró Andrés Rábago en una viñeta para ‘El País’ el 1 de diciembre de 1999, donde dos etarras comentaban: «Habrá que volver a matar, están perdiendo el miedo». ETA acababa de anunciar el cese de la tregua que había mantenido durante catorce meses.

Por otra parte, los terroristas comprenden que el temor aumenta con la difusión de sus acciones en los medios de comunicación. Existe un paradigma según el cual, a mayor difusión mediática, mayor alarma social, sin importar (por lo general) el número de víctimas. Durante la guerra de independencia argelina, Abane Ramdane, líder político del Frente de Liberación Nacional, consideraba más eficaz matar a un solo enemigo en el centro de Argel, donde la noticia se propagaría rápidamente, que a diez en un remoto valle donde nadie hablaría de ello. Antonio Rivera e Irene Moreno nos recuerdan que el terrorismo «solo tiene sentido si consigue sobredimensionar los efectos de su acción violenta a través de su multiplicación en los medios de comunicación». La dirección de ETA político-militar lo tenía también muy claro cuando afirmaba que «una de las cosas más graves y negativas que puede ocurrir a una acción armada es que pase desapercibida».

Los terroristas, de hoy y de antaño, son conscientes de este vínculo perverso con los medios de comunicación. El diario ‘Egin’ estaba vinculado a ETA hasta tal punto de que dos de sus periodistas eran miembros del comando Sugoi: cometieron un atentado y luego informaron de ello a su periódico, el cual publicó la noticia en exclusiva. Las Brigadas Rojas italianas lograron que algunos medios de comunicación difundieran sus comunicados a cambio de la liberación de un rehén. En los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972, los terroristas palestinos de Septiembre Negro secuestraron y mataron a atletas israelíes, y el evento fue ampliamente cubierto en directo por los medios. En 1981, la Yihad Islámica egipcia atentó contra el presidente Anwar al Sadat durante un desfile militar televisado por la cadena estatal. El asesinato quedó así grabado para siempre. El 11 de septiembre de 2001, las cámaras retransmitieron en vivo los ataques al World Trade Center. Estos son solo algunos ejemplos de cómo los terroristas se aprovechan de los medios de comunicación, los cuales, aunque a veces sean excesivamente sensacionalistas, no hacen más que cumplir con su labor de informar.

A finales de los setenta del pasado siglo, en plena tercera ola terrorista en Europa occidental, Umberto Eco llegó a afirmar que «sin medios de comunicación no habría terrorismo», y Marshall McLuhan fue aún más allá en la provocación, aseverando que «sin comunicación no habría terrorismo». Aunque muchos intelectuales propusieran ignorar a los terroristas, esto era impensable entonces y lo es aún más en la actualidad, donde las noticias se propagan rápidamente y las redes sociales se han sumado a los medios de información tradicionales. De hecho, en los atentados de la sala Bataclan en París en 2015, del Manchester Arena en 2017, y del Crocus City Hall en las afueras de Moscú de hace unos meses, las únicas imágenes de las que disponemos acerca de lo ocurrido en el interior de los tres recintos son las que grabaron con sus móviles las víctimas y los testigos. Por su parte, Estado Islámico y Al Qaeda han llegado a crear sus propias plataformas mediáticas para producir y difundir sus mensajes de terror.

Pero el pánico no debe vencernos, y lo sabemos. Cuando el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, conmemoró los atentados del 11-S en 2016, instó a la población a recordar que Estados Unidos «nunca se rinde al miedo». En España, tras los atentados del 17 de agosto de 2017 en Barcelona y Cambrils, se hizo viral el lema ‘no tinc por’ (no tengo miedo), repetido en los actos de homenaje a las víctimas.

Ahora bien, alarmarse ante un peligro es una reacción humana lógica y una actitud de supervivencia. Solo el insensato no tiene miedo en situaciones peligrosas. Sin embargo, con los datos en la mano, podemos afirmar que es muy improbable sufrir un ataque terrorista.

Estos días en los Juegos Olímpicos de París la inquietud por sufrir un ataque terrorista es elevada. A pesar del aumento de las medidas de seguridad en Francia, no se puede garantizar completamente la ausencia de atentados. Esta realidad crea un ambiente de incertidumbre que puede alimentar un miedo excesivo y paralizante. Es crucial encontrar un equilibrio entre afrontar el peligro real del terrorismo y evitar caer en un pánico injustificado. Además, es importante fomentar una narrativa que no solo se centre en el miedo, sino también en la fortaleza de las comunidades frente a la amenaza terrorista. En última instancia, la clave está en equilibrar la prudencia con la valentía, asegurando que el terrorismo no nos impida vivir nuestras vidas plenamente y disfrutar de eventos como los Juegos Olímpicos, que representan la paz, la amistad y la competición sana entre naciones.