Fallé en no preguntarle al licenciado Entrena, que era el que los había encontrado y llevado ante el magistrado Barrientos. Algunos operaban desde paraísos de dulces nombres exóticos: Vilanant, Roda de Ter… Y todos desde un mismo paraíso moral. Como era de esperar sus declaraciones no ofrecieron ningún resquicio. En ningún momento revelaron en nombre de quién trabajaban ni tampoco dieron muestras de angustia psicológica. Hay mucha literatura sobre el desasosiego del que presta su identidad a bajo precio, pero suele ser mala. En cualquier caso los testaferros del licenciado Entrena mostraron su orgullo de trabajar para el Espíritu Santo y su soplo. Un Carles Fernández, que no llegó a aclarar si operó como testaferro, pero que se presentó como empleado de prensa de la vicepresidenta Ortega, vino armado de una potente metáfora con la que proteger a su dueña. Es sabido que el 9 de noviembre la vicepresidenta, en medio de un gran énfasis institucional y mediático, fue dando los resultados de la consulta a la búlgara, y que es justamente por esas apariciones por las que se sienta en el banquillo de los acusados. Para su empleado de prensa, sin embargo, su papel no fue diferente del que le tocó desempeñar en la catástrofe del vuelo 9525 de Germanwings, cuando un avión pilotado por un demente se estrelló cerca de Barcelonette. Palabras claves: pilotar, demente, estrellado, Barcelonette. Cier- tamente hay cabezas de hierro, y en lenguaje recto.
Sin embargo, ni siquiera la pericia metafórica de Fernández fue capaz de robarle protagonismo al lucero de la mañana, la testaferra Gemma Calvet. Para juzgar su declaración es imprescindible un mínimo de contexto, como por cierto ella exigió en un momento de su declaración cuando el sufrido Barrientos trataba de hacerla volver a lo real.
En el año 1980, coincidiendo con el inicio del Gobierno nacionalista, se dio a conocer un grupo teatral llamado La Cubana que ha tenido luego una larga y exitosa carrera. En sus primeros años, y alojado en escenarios poco convencionales, el grupo practicaba un teatro paródico y sorprendente, en el que no siem- pre era fácil distinguir al actor de su público. La fachada de una iglesia les servía para organizar inopinadamente el posado de una boda, con todos sus tipos y arquetipos. De pronto estallaba un vistoso incidente entre los novios, sus familias o los invitados y la gente se paraba a observarlos, convencida de que no había la menor ficción en aquel asalto a la monotonía callejera. Poco a poco fueron desarrollando una técnica fieramente natu- ralista. Hubo un tiempo, en Barcelona, en que uno entraba en un café o subía al autobús y no estaba totalmente segu- ro de que allí no hubiera gen- te trabajando para el grupo. Fueron momentos, pueden creerme, de una gran inquie- tud civil.
Cuando ayer la testaferra Calvet fue llamada por el licenciado Entrena y empezó a responder a sus preguntas volví con gran emoción a mi juventud. El consejo es que se hagan con su intervención completa. Yo solo puedo dar un páli- do fuego. Preguntaba el letra- do: «¿Usted consultó la página web del proceso participativo el 9 de noviembre?». Y ella contestaba: «Los observadores internacionales se hacían cruces del proceso de parálisis democrática del Estado». El sufrido Barrientos le cortó para aleccionarla. Y la testaferra respondió: «Este es un juicio de contexto, ¿no?».
Me di a la humillación de teclear su nombre en Google, sabiendo que sería una cubanada. Pero no. Gemma Calvet existe. No solo existe. Fue diputada de Esquerra Republicana. No solo es diputada. Es jurista. No solo es jurista. El lema de su vida es el de su maestro, un Bernard Cahen: «El buen abogado no puede serlo sin el ansia de cultivar la cultura, la literatura y las humanidades».
No solo existe Gemma Calvet. También este juicio.