Iñaki Ezkerra-El Correo

  • El disparo a Vidal-Quadras trae a la mente tenebrosos fantasmas del pasado

Como tantos españoles, recibí ayer con perplejidad y conmoción la noticia de que un individuo había disparado a Alejo Vidal-Quadras en pleno rostro cuando se encontraba caminando por una calle del centro de Madrid. La conmoción fue doble, porque casualmente había estado comiendo con él y con un grupo de amigos comunes el día anterior, el miércoles, en un asador de la provincia de Ávila. Comida en la que Alejo brilló, como lo hace siempre, con esa impagable ironía suya, ácida y culta, que hoy echamos tan de menos en toda nuestra clase política, en la vida pública y en esta España marcada por la falta de sosiego, de inteligencia y de sentido del humor.

Confieso que de pronto me vinieron a la mente todos los tenebrosos fantasmas del pasado aún reciente de este país; el recuerdo trágico de los atentados de ETA; el de aquellos tiros que un desconocido daba a un general cuando salía de una iglesia allá por los llamados ‘años de plomo’ (Alejo Vidal-Quadras también salía de misa -¿casualmente?- cuando recibió el impacto de esa bala en la cara); el recuerdo del tiro que José Ramón Recalde también recibió en la mandíbula en septiembre de 2000, cuando la banda terrorista ya había perdido mucha de su efectividad operativa en sus seguimientos y cuando desde el Movimiento Cívico ya habíamos conseguido que la sociedad vasca se movilizara en una buena medida contra el terrorismo.

Uno no está por hacer fáciles, imprudentes ni precipitadas conjeturas sobre la autoría de ese acto innombrable de barbarie, pero le sorprende la urgencia con la que algunos se adelantaron ya en las primeras horas a descartar el móvil político. Como si fuera normal que alguien se moviera en una céntrica calle de la capital de España con un arma en la mano y dispuesto a usarla contra un hombre que, ciertamente, ya no está en la política activa, pero que sigue siendo todavía una voz de referencia en la defensa de los valores democráticos. Precisamente, en ese almuerzo del que he hablado y en el que coincidimos con él varios amigos, Alejo recibió la felicitación unánime por un lúcido artículo sobre las salidas que puede tener la endiablada y lacerante situación a la que nos ha conducido el actual Gobierno.

Para una semana marcada por las concentraciones, unas cívicas y otras violentas, contra la amnistía anticonstitucional con la que Sánchez quiere pagar el precio de su investidura a un prófugo de la Justicia que todavía no ha sido juzgado, el tiro en la cara a Alejo Vidal-Quadras se presenta como un broche inquietante. No haremos conjeturas, de acuerdo, pero sí me parece oportuno que valoremos todo el dolor que nos ha costado convertir el disparo a bocajarro, que ayer fue rutina, en un hecho hoy sorprendente y extemporáneo.