Eduardo Uriarte-Editores
Vaya por delante mi convencimiento de que en toda emergencia existen fallos. La misma emergencia los crea, en ocasiones los manuales y protocolos concebidos para aplacarla pueden convertirse en trampa acrecentando el daño en su inadecuada aplicación. No existe seguridad total ni siquiera en momentos normales, y en momentos excepcionales, lo saben bien los militares, el que crea tenerlo cubierto todo no cubre nada.
Lo que no significa que intente excluir de responsabilidad a nadie sobre la tragedia de las inundaciones en Levante. Mazón fue muy torpe, no quiso aceptar la posibilidad del peor desastre, y en plan prepotente no dio explicaciones inmediatas. Por lo visto, tampoco tuvo un asesoramiento político y funcionarial adecuado. Los que saben de medidas ante la emergencia son los técnicos y funcionarios, los políticos están para dar amplios criterios o tomar decisiones. Pero el error de Mazón, insisto, es su falta de explicación y su actitud de querer aparentar el ser ajeno a la tramitación de la emergencia.
Y si él actuó mal, qué decir del Gobierno central desaparecido en días. Mi experiencia es la de las inundaciones en Euskadi en el 83. Allí no había protocolos y el marco legal era muy limitado y simple, pero suficiente si el criterio político era el de colaboración y lealtad. No el buscar culpables desde el primer momento para aniquilar al adversario, no aprovechar el desastre e incluso profundizarlo para aniquilarlo. Adversario que en aquellas inundaciones del 83 estaba a tu lado con una pala en la mano.
El PP vuelve a manifestarse como un partido torpe y los cuadros socialistas le tienen cogido por su talón de Aquiles. La izquierda y el nacionalismo no fue capaz de capitalizar la culpabilización que endosaron a la derecha en la crisis del Prestige, pero fue un ensayo. Porque aunque la gestión del caos provocado el 11 M lo realizara eficazmente las administraciones gestionadas por el PP en Madrid, la culpabilización le alcanzó en la ofensiva mediática ante la falta de explicación por renunciar a abandonar la hipótesis de la autoría de ETA, y la capitalización de esa reticencia con la autoría por el islamismo radical, como apareció, y su conexión, absolutamente falsa por inexistente, con la presencia de España en la guerra de Irak. “Los españoles se merecen un Gobierno que les diga la verdad” (¡qué diría hoy Rubalcaba!). Y aquel Gobierno del PP se hundió, no por la gestión de la crisis -la célula terrorista fue eliminada en muy pocas fechas-, sino por una pésima comunicación de la que salió perjudicado. La actitud displicente del PP ante la comunicación en momentos de crisis le ha arrastrado a sus peores fracasos, frente a la inmunidad que manifiesta el populismo no solo ante esa actitud sino ante la mentira.
La perjudicial acción comunicativa que ofrece el PP en situaciones de crisis facilita a la movilización izquierdista su capitalización política, construyendo todo un relato en su favor, salvo en el acoso de Ayuso durante la pandemia. Ahora, la movilización contra Mazón pertenece al manual de la agit-prop del izquierdismo. Monzón se retrasó cuatro horas, mal. Sánchez días, peor, pero pocos miran hacia el mayor irresponsable. Para colmo, en vez de actuar, como lo hiciera González en el 83, declamó la frase del autócrata con la que pasará a la historia: “si necesitan ayuda que lo pidan”. Doce días después Sánchez solicita a la Unión Europea las ayudas materiales y humanas que ésta le había ofrecido a España al día siguiente de la tragedia.
Sin embargo, la maldad del comportamiento del presidente del gobierno no sólo reside en las características de un líder populista, cesarismo, mutación del partido en un instrumento al servicio personal, colonización de las instituciones, combinado con el recurso impúdico a la mentira, sino, especialmente, en el caso de la necesaria colaboración ante la emergencia, en el fomento de la división como principal arma política.
En un Estado descentralizado cuya dirección se ha convertido en caótica en manos de la coalición Frankenstein, es imposible una mínima colaboración cuando el presidente se jacta de haber levantado un muro con la oposición, y es un representante de ésta el que está al frente de la comunidad que necesita ayuda. Es la dialéctica estratégica del sanchismo de aniquilación de la derecha, del adversario político, consecuencia de su negación de la nación -espacio donde caben todos los ciudadanos de España y comunidades autónomas sean del color político que sean- lo que hace imposible una razonable gestión de los problemas, mucho menos en una emergencia, cuando el representante de los necesitados no es de los suyos.
Si no sabe lo que es una nación no se sentirá comprometido con cualquiera de las partes que entienda que no son de los suyos. Así, que ya sabéis, valencianos, la causa de la demora en la ayuda es no tener un presidente Frankenstein. Ahí radica lo peor y malvado de la tragedia que padecéis. con el pernicioso final de que el sectario y malvado proceder acabe ganando el relato por torpeza de la derecha.