Juan Laborda-Vozpópuli
La mejor política doméstica es la de buscar el pleno empleo y la estabilidad de precios, no la de perseguir déficits públicos o techos de deuda arbitrarios
El crecimiento de la economía española en términos reales registró en el segundo trimestre de este año una caída histórica, la mayor entre los países de la Unión Europea y de la OCDE. Nuestra economía se contrajo en términos intertrimestrales sin anualizar un 18,5% frente al 12,1% de la Unión Europea, o el 9,5% de los Estados Unidos. En términos interanuales el PIB real de nuestra querida España cayó un 22,1% frente al 15% de la Zona Euro o el 9,5% de los Estados Unidos. Es cierto que España sufrió uno de los confinamientos más estrictos debido a la covid-19, pero las cifras deben ser analizadas más allá de la pandemia. Lo que subyace detrás del dato, y sus efectos posteriores, es una profunda crisis social, económica, política e institucional. Si bien la crisis sistémica afecta a casi todo Occidente, en nuestro caso se amplifica como consecuencia de las sendas tomadas por nuestras élites, y avaladas en las urnas. El diseño que nos dimos como país se tambalea, y va más allá de lo que estamos conociendo estos días.
A la hora de estudiar el impacto de la covid-19 sobre la economía española se producen dos paradojas. Las empresas españolas estaban curiosamente saneadas, por el proceso de desapalancamiento en la Gran Recesión. Sin embargo, ese proceso no sirvió para incrementar a nivel agregado las inversiones necesarias para dar un impulso productivo, aunque las condiciones ex-ante eran para ello. Paradójicamente la situación de las empresas estadounidenses y de otras europeas era de mucha mayor fragilidad. Por otro lado, sin embargo, nuestro modelo productivo, basado en turismo, otros servicios y construcción, era el más vulnerable a los shocks de la covid-19.
Las decisiones de nuestras élites
El diseño institucional que nos creamos en su momento explica la deriva actual. Hay un trasfondo de naturaleza global, el declive de ese sistema de gobernanza denominado neoliberalismo, donde España intentó siempre, tanto con gobiernos del PSOE como del PP, ser un alumno aventajado. Se abandonó el objetivo de pleno empleo y se reemplazó con mucho entusiasmo por objetivos de inflación. Nuestras élites asumieron a pies y puntillas el libre mercado y la globalización sin estar preparados. Con la entrada en vigor del Tratado de Adhesión a la Comunidad Europea se exigió a España una reconversión industrial y una liberalización y apertura de sus mercados de bienes y servicios que, unidos a la libre movilidad de capitales, acabó siendo absolutamente nefasto para nuestro devenir futuro. El papel que nos “asignaron” implicaba una desindustrialización masiva, una tercerización de la economía y una bancarización excesiva. Y, dejémonos de tonterías, solo la industria y ciertos servicios de valor añadido ligados a ella garantizan salarios altos, todo lo demás pamplinas.
Nuestras élites, además, salvo honrosas excepciones, adaptaron un enfoque empresarial basado exclusivamente en la maximización del valor para los accionistas, en lugar de la reinversión y el crecimiento económico. La desinversión del Ibex 35 en nuestro país, unido a un proceso de internacionalización absolutamente ruinoso, se ha traducido en que el 57% de nuestra industria está en manos de capital foráneo. Y su rendimiento es profundamente atractivo, muy superior a las inversiones llevadas a cabo por los linces del Ibex35 en el extranjero. Finalmente, la búsqueda de mercados laborales flexibles con la disrupción de sindicatos y trabajadores, a través de las enésimas reformas laborales, no ha supuesto ninguna mejora de competitividad sino simplemente una caída de la participación de los trabajadores en la renta nacional en beneficio del capital y de los más acaudalados. Para entender está idea permítanme recomendarles el último libro de Michael Pettis, el otrora economista jefe de Credit Swiss First Boston y en la actualidad profesor de finanzas en la Universidad de Pekin: “Trade Wars Are Class Wars: How Rising Inequality Distorts the Global Economy and Threatens International Peace.”
La Unión Monetaria como problema de fondo
La recesión exógena derivada de la covid-19 está poniendo encima de la mesa además el comportamiento mezquino de las élites europeas. La Unión Monetaria Europea (UME) es un sistema defectuoso desde sus orígenes, lo que se ha traducido en una idea básica: el Sur de Europa ha estado financiando al Norte y Centro de Europa desde el nacimiento del Euro. Frente a ello, la respuesta europea a la covid-19 es insuficiente y condicionada.
El fondo de recuperación es una distracción de lo realmente importante: la austeridad masiva, que se mantiene. ¿Cómo es posible que en plena pandemia el consumo público de nuestro país apenas ha repuntado un 0,4% intertrimestral en el segundo trimestre? Simplemente por el sacrosanto mandamiento de mantener la austeridad fiscal por encima de todo, en un contexto donde los déficits presupuestarios se están disparando por la covid-19. Debido al gasto anticíclico y a los impuestos procíclicos, el presupuesto del sector público actúa como un poderoso estabilizador fiscal automático, por eso durante la recesión los déficits aumentan abruptamente. Si no fuera así acabaríamos en una Gran Depresión. La mejor política doméstica es la de buscar el pleno empleo y la estabilidad de precios, no la de perseguir déficits públicos o techos de deuda arbitrarios. El consumo público debería aumentar y mucho. Pero la realidad es que ni está ni se le espera. ¡Triste devenir el de nuestro país!