Teodoro León Gross, DIARIO VASCO, 15/6/11
De acuerdo, lo del Tribunal Constitucional (TC) español es un desastre. Aceptada esa premisa, conviene matizar: el problema no está en el Tribunal Constitucional, sino en ser español. El TC se contamina de una cultura democrática necrosada en los usos y abusos de la partitocracia. La forma de fichar, la forma de elegir, la forma de bloquear, la forma de retratar a los magistrados haciendo ‘dianas del odio’ como los diarios sensacionales británicos, la forma de votar, las formas… emanan directamente de los malos modos de la partitocracia. Así que la pancarta de la despolitización de la Justicia, aunque el 15M ya no sea una referencia tras naufragar los acampados bajo la melodía de ‘el perroflautista de Hamelin’, es apremiante. De hecho, lo que socava la credibilidad del TC no es la elección de sus miembros, sino quienes hacen esa elección. Los negociadores del Gobierno y el PP han enseñado sus cartas y juegan como tahúres.
Confundir el poder de la Justicia con la Justicia del poder. Ese es el quid. Nadie puede tomar mínimamente en serio la hipótesis de que los partidos actúan como actúan para salvaguardar el prestigio y la credibilidad, sino para asegurarse la aritmética y unas fidelidades más o menos perrunas. La guerra de las recusaciones solo es la puesta en escena de esa instrumentalización. Y en ese punto la sociedad española al menos puede estar tranquila: aunque renueven ahora, las cosas no van a cambiar. No cabe decepcionarse cuando no hay ninguna esperanza fundada.
Los dirigentes políticos españoles han mostrado que pueden ser muy eficaces, aunque de momento solo en eliminar la autocrítica del debate político. Nivel cero. Son capaces de no admitir un solo error o siquiera la parte alícuota de un error. Ayer era inútil tratar de buscar un solo mensaje donde se asumieran culpas disculpándose con los ciudadanos por el espectáculo sonrojante y el enlodamiento de la altísima institución. Los dirigentes políticos llevan la consigna grabada como un tatuaje legionario: ‘la culpa es siempre del otro’. El PP rápidamente se ha desmarcado de esta crisis, aunque tenga desde hace años bloqueado el proceso imponiendo un nombre sin perfil ya rechazado por el Senado; y el Gobierno del PSOE parece incapaz de reaccionar ante la esclerosis institucional. Basta eliminar las siglas de la frase anterior para contemplarse el conflicto en toda su sinrazón. Pero lo que envenena el problema es precisamente que las siglas van siempre por delante; impidiendo una lectura ética al margen del partidismo, de modo que al final todo se reduce al veredicto de ‘la culpa es del otro’. O sea, los males del Tribunal Constitucional español no son del Tribunal Constitucional, sino del ADN español.
Teodoro León Gross, DIARIO VASCO, 15/6/11