ABC-IGNACIO CAMACHO
La reforma del sistema de investidura es otro ardid propagandístico que Sánchez olvidará en cuanto salga elegido
LO primero y tal vez casi lo único que enseñan los recientes bloqueos políticos, éste y el anterior de 2015-16, es que tienden a prolongarse tanto como lo permitan los plazos legales. La primera norma de una negociación es no regalar ni una hora y dejar que la cuenta atrás ablande a la otra parte en la convicción de que los acuerdos siempre son más fáciles cuanto más tarden. La segunda regla consiste en preparar a la vez los argumentos para señalar culpables en caso de que el trato fracase. A partir de ahí es menester esperar sin precipitarse, tensar la cuerda al máximo y, si hay que ceder, que sea al final y ni un minuto antes. Eso es lo que están haciendo Iglesias y Sánchez: apurar los tiempos mientras buscan el modo de eludir responsabilidades lanzándose mutuas acusaciones de sabotaje. Los pactos que se firman demasiado pronto siempre dejan a alguien con la incómoda sensación de haber podido sacar una ventaja más sustanciosa o un rédito más importante.
En medio de ese tira y afloja, el presidente se ha sacado de la manga una propuesta de reforma constitucional que olvidará en cuanto salga investido. La idea de favorecer el gobierno de la lista más votada, como sucede cuando no hay mayoría en los municipios, contó con su férrea oposición cuando la sugería el marianismo. Es un truco de prestidigitación política, una humareda improvisada, un ardid propagandístico para reforzar su relato victimista de vencedor legítimo al que la oposición trata de apartar por métodos espurios de su luminoso destino. Si llevase adelante el proyecto, que en términos generales representaría un avance positivo, sería la enésima deconstrucción de sí mismo, una nueva pirueta revocatoria de sus propios principios. No ocurrirá, y lo sabe, porque cualquier partido podría reclamar un referéndum que acarrearía muchos más problemas que beneficios.
Lo que le interesa es enredar, proyectar la imagen de gobernante responsable obstruido por sus intransigentes adversarios. No tiene estrategia, sólo reflejos tácticos. Ha convertido la investidura en un trile, en un fullero juego de manos en el que la bolita no se mueve de sitio mientras él maneja a toda velocidad los vasos. Pero su reputación de ventajista ya no confunde a ningún incauto: no traga el PP, no traga Ciudadanos y Podemos aguanta más de lo que cabía en sus cálculos. Si logra la reelección sin volver a las urnas, este proceso maniobrero quedará como el ensayo general de una legislatura inestable llena de forcejeos en precario.
Claro que había otro camino, el de una coalición con Cs para armar un Gobierno moderado de amplio respaldo. Pero ni Sánchez ni Rivera han querido explorarlo, uno porque no le gusta y el otro porque está curado de engaños. La única opción es ya la de repetir las elecciones o aceptar a una fuerza antisistema en el poder del Estado. Y sólo queda aguardar hasta que venza el plazo.