El problema español no estriba tanto en la inmigración como en la negligente política que facilita el negocio de logreros gubernamentales que pretenden convertir a estos emigrantes en proyectiles electorales
Con clarividencia de pensador libérrimo y brillante, Jean-François Revel, autor de El conocimiento inútil, entre otros esclarecidos ensayos, sentenció que “una civilización que se siente culpable de todo lo que es y hace, carece de la energía y la convicción para defenderse a sí misma”, y donde el ilustre filósofo francés anotó “civilización” póngase indistintamente “nación”. Basta observar el devenir español en dos cuestiones básicas como la unidad nacional alanceada por los socios separatistas del Ufano de La Moncloa y como la emigración ilegal ha transformado a su litoral en primer puerto de atraque continental justamente por esa renuncia a “defenderse a sí misma”.
Así, al aguardo de lo pergeñado sobre el “proceso español”, como extensión del “procés” catalán, por el “Trío de Lanzarote” (Sánchez, Zapatero e Illa), en su tenida de agosto, teniendo en cuenta que sus respectivas trayectorias los hacen merecedores de viejo dicho de “tres eran, tres, las hijas de Elena; tres eran, tres, y ninguna era buena”, España alcanza cifras récord en entrada de inmigrantes. Al cabo de seis años, cosecha copiosamente las secuelas del gesto de telediario de Sánchez de junio de 2018 al recibir con entusiasmo al buque Aquarius con los emigrantes recogidos en aguas próximas a Italia y Malta al negarse sus autoridades a su desembarco en fondeaderos atiborrados como hoy los canarios.
Como era previsible, la supuesta audacia ha trocado en temeridad, aunque Sánchez trate de esquivar ese bumerán para ver si descalabra a la oposición, después de vanagloriarse en su Manual de resistencia de que aquella machada le reconfortó con la política. En aquel frenesí propagandístico, con el Aquarius anclado en el muelle de Valencia, su fútil ministro Marlaska, se puso tan maravilloso que prometió reemplazar las verjas fronterizas con Marruecos por empalizadas solidarias en las que poco menos que los asaltantes serían bienvenidos con carteles como los que los ediles podemitas colgaban en balcones consistoriales. Pero, como los sueños de la razón producen monstruos, el jacarandoso titular de Interior acabaría reprobado política y judicialmente por como reprimió el asalto de la valla de Melilla de junio de 2022. Si el cirio armado con el Aquarius no generaba un “efecto llamada” que bajara Dios y lo viera. De hecho, los traficantes de seres humanos no aguardaron siquiera a esa certificación del Altísimo. Dado que Sánchez circula a rueda de Zapatero y sin retrovisor, toca recordar como éste entregó la cabeza de su ministro Caldera, pese a aplicar a pie juntillas la política que él mismo le deletreaba. Lejos de desalentar a las mafias, les traspasó el timón que hogaño recobran con Sánchez al que ahora asiste como consejero principal en condominio con el sátrapa Maduro. Dios los cría y el diablo los junta.
Yendo en pos del Aquarius, cuando no cejaban de arribar inmigrantes por el Estrecho de Gibraltar con el vecino del sur usando ésta como válvula de escape y para tomar la temperatura a sus relaciones con España, Sánchez hundía la frágil estrategia de sujeción de la emigración. Con lógica aplastante, los gerifaltes de aquellos países podían deducir que carecía de sentido comprometerse con un país que acudía a buscar los emigrantes, los recibía con banda de música y les montaba en horas 24 una ciudad de lona. Nada que ver tal ímpetu con la pasividad que padece Canarias donde las penosas escenas, de tanto repetidas, ya casi ni aparecen en las colas de los telediarios.
Valga como botón de muestra que España no puede reintegrar a Marruecos ningún menor no acompañado pese al acuerdo bilateral sellado en 2003, pero inédito, por ignorado. Se aseguraba en su articulado el retorno de esos “menas” marroquíes que subasta el Gobierno y con cuya polémica trata situar la discusión en su reparto, y no en la evitación de su llegada al ser una competencia exclusiva suya. Y, cuando se apura, aplica la “Ley de Godwin” por la que, según este sociólogo estadounidense, cuando un debate se prolonga emerge la descalificación “facha” o “racista”. Como ejemplifica el Consejo de ministros de Sánchez alcanzando cada vez antes el “punto Godwin”, esto es, el insulto para defender ideas tan absurdas que sólo un ministro podría creérselas.
Así, salvo fases de disimulo, a más remesas de España, más cayucos y pateras a mansalva por parte de quienes usan el éxodo de compatriotas como pagarés
Si los secesionistas esquilman los Presupuestos del Estado para disfrutar de una independencia de facto sufragada por aquellos a los que parasita como si fueran colonia suya, otro tanto los gobiernos cleptómanos de los países de partida de los emigrantes ilegales que operan como si persiguieran a unos mercaderes de personas que son parte de su negocio y que les sirven para engrosar sus pingües ingresos por lo que hacen la vista gorda para no matar a su particular gallina de los huevos de oro.
De igual manera que el segregacionismo exige más cuanto más cobra, ídem quienes amparan este modo de esclavitud contemporánea. Así, salvo fases de disimulo, a más remesas de España, más cayucos y pateras a mansalva por parte de quienes usan el éxodo de compatriotas como pagarés. Además, como esos trasterrados suelen ser los más instruidos y más críticos con sus autoridades, miel sobre hojuelas, para estas tiranías que se desembarazan de “pepitos grillos”. Si se auditaran estas contribuciones al desarrollo y se averiguara su estación término, ardería Troya. Sí que serían “auditorías de infarto”, y no aquellas con las que el PSOE atemorizó a los panolis de UCD en cuanto ganara las elecciones.
Si periódicamente se promulga lo que antes se formuló como inadmisible y se alientan las expectativas de los mercaderes de personas, estos esclavistas perciben a la España de Sánchez como un coladero inestimable de inmigrantes para que luego, si lo desean y consiguen, se adentren al interior europeo. España ha cimentado su civilización gracias a las migraciones y debe seguir posibilitándolo. Pero allanando su integración y evitando su desarraigo para preservar la convivencia. Para ello, cualquier gobernante ha de impedir los movimientos migratorios anárquicos y que la instalación del emigrante dependa sólo de su decisión unilateral. Un Estado no debe tolerar que los inmigrantes permanezcan al margen de la ley a la espera de que el Gobierno, a merced de mafias y aprovechados, ceda y legalice su situación.
En este sentido, ¿por qué exceptuarlos de los esfuerzos de integración que debieron hacer los españoles cuando se vieron obligados a ganarse la vida aquende o allende de los mares como otras muchas gentes? ¿Por qué algunos creyentes van a quedar exentos de la separación de los órdenes espiritual y temporal dando a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César retrotrayendo a la Europa de las Luces a la oscuridad medieval de las sociedades teocráticas? El Estado de Derecho es garantía de civilización frente a la barbarie y no se puede haber dejación del mismo para establecer menús a la carta acordes a cada tribu que decida acampar en Europa.
Para limpiar la basura que se vuelca en internet a derecha e izquierda, ojo con poner al zorro a guardar el gallinero si, además, se trata de Sánchez, uno de los grandes fabuladores de bulos que sólo quiere garantizarse el monopolio de los mismos
En un país de emigrantes como en España, estos deben ser bien acogidos y tratados no por lo que son, sino por lo que hacen por integrarse y por respetar su legalidad constitucional, sin caer ni en la ingenuidad biempensante ni en la satanización del extranjero. Sin duda, no se debe establecer una relación directa entre la emigración con la delincuencia, como tampoco asociar la pobreza a ésta, como hace para justificarla esa izquierda woke que vive del erario y alejada de zonas donde la violencia se vive pared con pared, escalera con escalera.
Así, ante las alarmas que desatan las supuestas autorías de delitos, tan pernicioso es ocultar que el porcentaje de actos delictivos perpetrados por emigrantes excede a la proporción de la población española que representan como reducir la delincuencia a estos con aquelarres tan nefandos y deplorables como los que auspician agitadores del odio que apalean sus ganancias a base de agitar el río revuelto de las redes sociales. Para limpiar la basura que se vuelca en internet a derecha e izquierda, ojo con poner al zorro a guardar el gallinero si, además, se trata de Sánchez, uno de los grandes fabuladores de bulos que sólo quiere garantizarse el monopolio de los mismos. Ya lo demostró en pandemia poniendo a la Guardia Civil a preservar el bueno nombre del Gobierno mientras esparcía mentiras a troche y moche. Cualquier excusa es buena para ser el Gran Hermano orwelliano.
Ni se pueden ocultar los asuntos bajo de la alfombra ni favorecer la demagogia de quienes viven de enredarlos, pero no de resolverlo. Como no hay soluciones mágicas, tampoco cabe recurrir al pensamiento mágico que lleva a conclusiones erróneas al basarse en supuestos equivocados o sin base real alguna. Para ello, nada mejor que esa trasparencia que contraviene el Ministerio del Interior con el subterfugio firmado el pasado 22 de mayo por Francisco Pardo Piqueras, director general de la Policía, de que la difusión de “los datos sobre nacionalidades concretas de las personas internadas, expulsadas o devueltas” podrían complicar las relaciones con los países de los que provienen inmigrantes ilegales. ¿Cómo no ver que las mafias de la trata de seres humanos se valen de ese negocio para el tráfico de drogas que es la matriz económica de la violencia al igual que son usadas por las redes terroristas islámicas?
¿Cuántos jóvenes abandonan el sistema escolar y arruinan sus oportunidades por empezar a fumar en el colegio? Una cruzada que, en España, abandera la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, rompiendo la espiral de silencio que envuelve este asunto
De ahí que convenga contemplar con recelo la resolución del vecino del sur, principal productor de cannabis del mundo, de regularizar con aparentes fines médicos e industriales su cultivo en el Rif, la región montañosa marroquí fronteriza con España, y de amnistiar a 4.831 condenados por décadas de cultivo ilícito. Como ha manifestado alguna vez el presidente galo Macron: “Al contrario, de quienes defienden la despenalización generalizada, los estupefacientes necesitan un frenazo en vez de publicidad (…) Decir que el hachís es inocente es peor que una mentira. En el plano cognitivo, sus efectos son desastrosos. ¿Cuántos jóvenes abandonan el sistema escolar y arruinan sus oportunidades por empezar a fumar en el colegio? Sin hablar de los que acaban en drogas duras.” Una cruzada que, en España, abandera la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, rompiendo la espiral de silencio que envuelve este asunto.
Si se propicia una emigración desbocada y desintegrada con la complicidad de medios de comunicación que infravaloran un malestar ciudadano agravado por la apreciación de unas desplumadas clases medias que, ante su creciente depauperación, no acceden a las prestaciones públicas en pie de igualdad con quienes están ilegales, se activa una bomba de espoleta retardada que pulveriza el panorama político y la convivencia como en Francia. Desde la distancia, como el que asiste por televisión a las Olimpiadas o al Tour, la Francia de la “Liberté, Égalité, Fraternité” aparenta ser un país homogéneo, sin diferencias regionales, un Estado fuerte, centralizado y vertical con un monarca republicano en la Jefatura de la Nación, pero que, en realidad está descompuesto y dividido siendo El archipiélago francés del libro de éxito de ese título de Jérôme Fourquet, director del Instituto Francés de la Opinión Pública, y del que no anda lejos una España al que se le suma el mal del secesionismo.
El sueño húmedo del trío de Lanzarote
Por eso, parafraseando el cartel que James Carville, el genio de la triunfante campaña de Clinton en 1992, plantó en el cuartel demócrata -“Es la economía, estúpido”-, hay que exclamar que el problema español no estriba tanto en la inmigración como en la negligente política que facilita el negocio de logreros gubernamentales que pretenden convertir a estos emigrantes en proyectiles electorales que, de un lado, sean el nuevo proletariado de la izquierda y, de otro, artefactos humanos al servicio de una polarización que extreme las posiciones imposibilitando la alternancia al retroalimentar los polos opuestos del imantado mapa político. Ello sería el sueño húmedo del “Trío de Lanzarote” y la desgracia para este archipiélago español que hoy tiene sus campos de pruebas en Cataluña (separatismo) y Canarias (emigración ilegal) haciendo que su estado sea, según la sarcástica definición del escritor Karl Kraus sobre el Imperio austrohúngaro en 1914, “desesperada, pero no grave”.