El lehendakari ha logrado que los tres socios que se cobijan a su sombra atribuyan al tripartito características de fetiche y de tabú. Los gobiernos que se constituyan en los tres territorios vascos serán, no los que la coherencia y la estabilidad requieran, ni siquiera los que la aritmética imponga, sino los que permita la cobardía de los partidos, más incluso que el interés.
Lo que se había presentado, antes de las elecciones, como la columna vertebral de Euskadi ha comenzado, después de ellas, a desvertebrarse, y el cauce central por el que discurrían las aguas mansas de la política vasca amenaza con desbordarse. Al final, el viejo Arquímedes tenía razón. No puede pretenderse que un cuerpo sumergido desaloje más volumen de líquido que el que corresponde al suyo propio. Y el tripartito ha pretendido desalojar mucha más agua de la que su volumen le permite. Por eso, y como no podía ser menos, la razón de los números se ha impuesto a la de la voluntad, y el cálculo de los intereses inmediatos ha dado al traste con la supuesta coherencia ideológica. Los tres socios que tan hermanados se sentían bajo el techo del lehendakari Ibarretxe han abierto hostilidades en cuanto se han puesto a la venta los cargos de junteros y concejales.
Desde que se contaron los votos la noche del 27 de mayo, era evidente que el tripartito no era la fórmula aplicable a las instituciones municipales y, mucho menos, a las forales. Como he dicho en otra ocasión, sobraba en Vizcaya, no llegaba en Álava y resultaba inconveniente en Guipúzcoa. Los tres socios lo sabían, pero ninguno se atrevía a reconocerlo. Unos, los dos pequeños, por interés; el otro, el mayor, por no despertar las disputas que dormitan en su seno. Como suele ocurrir, han sido los impulsos más bajos e irrefrenables del ser humano, como la codicia, el resentimiento o la venganza, los que han puesto a la vista de todos lo que la sensatez política se ha negado a ver. Un par de alcaldías robadas aquí, media docena de concejalías birladas allá y dos presidencias de Juntas escamoteadas sin que nadie sepa cómo, han bastado para hacer de una familia que se decía apiñada un patio de vecinos mal avenidos. Y todo por no haber querido aplicar a la política la operación más elemental de la aritmética: la suma.
El lehendakari Ibarretxe ha logrado que los tres socios que se cobijan a su sombra atribuyan al tripartito las características de un fetiche y de un tabú. Se le rinde culto sin posibilidad alguna de censurarlo. Quien lo critica desde dentro es desleal; quien lo ataca desde fuera, envidioso. Como si fuera el tótem bajo cuya protección se hallan a salvo los intereses de la tribu. Por eso cuesta tanto admitir ahora que, por el mero recuento de unos votos, tótem, fetiche y tabú hayan caído por los suelos hechos añicos. Desmontar el mito que con tanta devoción se ha difundido puede costarle a quien se atreva a hacerlo el precio de la traición. Nadie lo hará, en consecuencia. Y, así, los gobiernos que se constituyan en los tres territorios serán, no los que la coherencia y la estabilidad requieran, no siquiera los que la aritmética imponga, sino los que la cobardía, más incluso que el interés, de los partidos permita.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 26/6/2007