ABC 11/01/17
EDITORIAL
· El presidente demócrata sabe que será juzgado más por su retórica que por sus resultados, los cuales, fríamente analizados, dibujan una presidencia mediocre tirando a negativa
LA reacción final de Barack Obama ante la victoria de Donald Trump está siendo la de un perdedor herido por la derrota más que la de un presidente que culmina dos mandatos consecutivos con un respaldo mayoritario de la población. Obama se despide de la Presidencia con la peor transición de poderes que se recuerda, aunque esté liberándose del reproche que cualquier otro habría merecido, sobre todo si fuera republicano, porque aún conserva la bula de los medios de comunicación y de la opinión pública, especialmente la europea. Los errores de Obama no hacen bueno a Trump, quien bastante tiene con luchar contra sí mismo para ser un presidente a la altura de la responsabilidad que le han dado los americanos. Sin embargo, los despropósitos de Trump tampoco blanquean el balance de la presidencia de Obama, ni justifican las decisiones que está tomando para condicionar el mandato del extravagante nuevo inquilino de la Casa Blanca. Obama sabe que será juzgado más por su retórica que por sus resultados, los cuales, fríamente analizados, dibujan una presidencia mediocre tirando a negativa. Pero este es el privilegio de los presidentes demócratas, juzgados por lo que dicen y no por lo que hacen. Y lo que hay al cierre de la era de Obama son cinco guerras inacabadas –Siria, Irak, Yemen, Libia y Afganistán–, una crisis racial virulenta, una clase media fracturada por el aumento de la desigualdad, paralela a los buenos resultados de Wall Street y del empleo, y, sorpréndase el progresismo, más de tres millones de inmigrantes indocumentados devueltos o deportados a sus países de origen. Además, deja a la Rusia de Vladímir Putin –apenas afectado por las acusaciones de ciberespionaje lanzadas por Washington– como gran actor de la política internacional, a Irán como la potencia nuclear del mundo musulmán, a Israel abandonado en la ONU cuando arrecian las amenazas contra Occidente y a la dictadura comunista de Cuba rehabilitada sin sacar un preso de la cárcel. Todo aquel a quien Obama puso «líneas rojas» –Putin, Al Assad– se las ha saltado impunemente, aunque en el reverso de esta moneda el presidente demócrata tenga el récord de ejecuciones extrajudiciales de terroristas.
El acceso de Obama a la Presidencia de Estados Unidos fue recibido como un acto de justicia histórica con los afroamericanos. A partir de entonces, los mandatos de Obama se han escrito como una sucesión de ilusiones frustradas, y no por culpa de otros. Ningún presidente tuvo tan a favor a los medios de comunicación, la opinión pública nacional e internacional, las mayorías iniciales del Senado y la Cámara de Representantes y hasta el reconocimiento precipitado del Comité Nobel. Simplemente, Obama no estuvo a la altura.