Antonio Elorza-El Correo
- El reparto del mundo entre fieras: la antigua URSS a disposición de Putin, el mercado mundial para China y el plan MAGA dominará América
En el año 2025 se cruzan dos efemérides: los cincuenta años de la muerte de Francisco Franco, dictador, y el centenario de otra muerte, la de Pablo Iglesias, fundador del PSOE. En apariencia, nada las asocia y sin embargo ambos nombres se encontraron unidos por un episodio de la guerra colonial española en Marruecos, que tuvo lugar en abril de 1922.
Convertido ya entonces en la estrella ascendente del militarismo para la derecha española, el joven comandante Franco protagonizó «un hecho heroico», celebrado por su devoto cronista Víctor Ruiz Albéniz, el ‘tebib arrumí’. La naturaleza del acontecimiento despertó a Pablo Iglesias de sus habituales llamamientos a fortalecer el partido obrero y desde las páginas de ‘El Liberal’ de Bilbao, reaccionó con un grito: «¡Inhumanidad! ¡barbarie! ¡locura!».
No era para menos. El ‘hecho heroico’ había consistido en que, hallándose cercada una posición por los rifeños en Dar Drius, sobre la línea de frente, Franco acudió en su auxilio con doce legionarios. Regresó al campamento una vez cumplida su misión, con el trofeo de doce cabezas ensangrentadas de los atacantes, una por barba. Lógicamente, Pablo Iglesias protestaba contra esa bestial forma de atraer a los moros hacia la civilización y de paso contra la «maldita» guerra colonial.
La significación de la matanza iba más allá. Como en el caso del legionario fusilado in situ por tirar la sopa, también en Dar Drius, que él mismo cuenta a su primo Pacón, reconociendo que ni el código de la Legión lo autorizaba, estamos ante la ejemplaridad de la muerte, por brutal que sea su ejecución. Una clave de su comportamiento al frente de su bando en la Guerra Civil. Reforzada por la clonación de las formas de lucha de los rifeños, que él mismo califica en el ‘Diario de una bandera’ de «saber manera», esto es, conjugar la astucia y la represión sanguinaria. No se trató de un acto puntual, susceptible de ser condenado como hizo Pablo Iglesias, sino de la expresión de la personalidad de victimario frío y ejemplarizante que le caracterizó durante toda su vida. En Dar Drius está ya el caudillo de la Cruzada y el anciano decrépito que en septiembre de 1975 exige en el Consejo de Ministros «un vasco más» para que no exista desequilibrio en las ejecuciones entre FRAP y ETA, siendo esta la destinataria principal del castigo.
Fue una barbarie rentable. La derecha española vio en figuras como Franco y Millán Astray, en la Legión como «barbarie organizada», un seguro frente a eventuales amenazas revolucionarias. Y así fue, a pesar de unos excesos que asombraron incluso a quienes compartían la prioridad de la defensa del orden. Los británicos podían simpatizar con la contrarrevolución, pero en 1934 no se imaginaban a los ‘gurkhas’ nepalíes actuando en Manchester como los moros en Asturias.
Casi un siglo más tarde, la barbarie parece seguir produciendo beneficios. Como respuesta a la ejercida por Hamás, Netanyahu decidió y llevó a cabo el arrasamiento de Gaza. Si por un lado tenemos la copia de la matanza y de los secuestros practicados por el Profeta en la batalla de Badr, en la vertiente opuesta ha regido el castigo bíblico del libro de Josué. Y a más barbarie, culminada en los bombardeos de Beirut, mayor éxito.
La llegada de Trump a la Casa Blanca lo ha refrendado con el proyecto de convertir las ruinas de Gaza en una nueva Riviera, resolviendo el problema con una limpieza étnica generalizada. Y todo ello, a modo de culminación de la política de inversiones de lujo de la familia Trump en Arabia Saudí, Omán y Dubai. Sin olvidar la participación del yerno Jared Kushner en la compañía israelí de construcción naval de guerra. No es ya el viejo lema ‘bussiness and charity, fifty fifty’, sino un novedoso ‘genocide and investments fifty fifty’. El horror de un capitalismo desalmado, más allá de lo imaginable.
Lo de Trump tiene su lógica: el reparto del mundo entre fieras, como en el pacto Molotov-Ribbentrop de 1939. El único obstáculo es Taiwán. En lo demás, con la exURSS a disposición de Putin y el mercado mundial para China, el plan MAGA desplegará su dominio imperial sobre América, de Groenlandia a Panamá. Y mientras Israel controla Oriente Próximo, la familia Trump creará un universo de ocio y lujo, con sus socios saudíes, desde el desierto al cementerio de Gaza, convenientemente limpiado de cadáveres y de supervivientes. Una distopía pintada en rosa: ‘Trumpyland’.
Trump busca sucursales en Europa, y rápidamente las encuentra, de la Meloni y la Le Pen a Orbán. En España ya tiene a Vox, y la nulidad de Abascal no impedirá su avance. Sánchez debería pensar si vale la pena seguir promocionándole, y sofocando a Feijóo, o si es mejor restaurar la alianza de socialistas y conservadores que impulsó medio siglo de bienestar europeo y aquí asentó la Transición. Al unísono con Putin, Trump necesita someter a la Europa democrática y no existe razón alguna para colaborar al triunfo de su barbarie.