Editorial El Mundo
LA RONDA de contactos de Felipe VI con los líderes de los principales partidos concluyó ayer con el más desmoralizador de los fracasos. No podía acabar de otra manera cuando el único candidato posible desprecia todas las vías de acuerdo que se le abren a izquierda y derecha para ahorrarles a los españoles las cuartas elecciones generales en cuatro años. Había precedentes de un candidato que declina el encargo del Rey, pero Rajoy no tenía entonces sobre la mesa ninguna oferta de investidura que sumase. Pedro Sánchez disponía de dos cuando se presentó ante Felipe VI: una que reeditaba la mayoría de la moción de censura que le hizo presidente y otra que había propuesto Ciudadanos a cambio de tres medidas razonables en defensa del constitucionalismo y la moderación fiscal. Pero Sánchez nunca ha tenido interés en explorar con sinceridad ninguna negociación porque está convencido de que la repetición electoral le beneficiará y perjudicará a sus rivales. El coste institucional y económico de la prolongación del bloqueo lo pagarán todos los españoles.
Durante todos estos meses Pedro Sánchez ha consumado una monumental ceremonia del engaño, para la cual ha necesitado la solícita cooperación de un abrumador aparato mediático. Con Moncloa degradada de poder ejecutivo a fábrica de relato, su inquilino ha hecho gala de una soberbia sin precedentes que nos hace preguntarnos con quién espera pactar después de despreciar a todos sus socios posibles, uno detrás de otro. La arrogancia del sanchismo resulta tan descarada que no pierde el tiempo en disimulos: ayer mismo, mientras los representantes políticos acudían a Zarzuela, la RTVE de Rosa María Mateo mandaba cartas a los partidos para emplazarles al debate electoral. Pero la desfachatez alcanza su punto culminante cuando nos enteramos de que Sánchez viajará el fin de semana a Nueva York para dar una charla sobre el clima mientras deja morir el periodo de sesiones más idiota de la democracia.
Ciertamente podemos criticar al resto de líderes por moverse tarde o por no moverse; por hacer ofertas insuficientes o por no hacerlas. Pero solo al vencedor electoral cabe atribuir la principalísima culpa de este fracaso que renueva la excepcionalidad de la política española, de la que él ya fue protagonista en 2016. Fiel a su tradición noesnoísta, ajeno a cualquier interés general o sentido de Estado, el verdugo de la legislatura dejó sin opciones al Rey y compareció ante los medios para seguir vendiendo su imagen de víctima de los demás. Con ella irá a las urnas persuadido de que un número satisfactorio de ciudadanos aplaudirá su comportamiento. Si así es finalmente, habrá que preguntarse qué alternativa seria urge ofrecer al país. De alguien que actúa como Sánchez poco cabe esperar, por desgracia.