Martín Alonso Zarza-El Correo

  • El populismo autoritario es sobre todo una actitud que salpica al conjunto de la sociedad normalizando el estilo gangsteril

La historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinan su época», escribe Stefan Zweig en ‘El mundo de ayer’. La literatura, en cambio, puede franquear esos límites. Cuando hace dos décadas Philip Roth publicó ‘La conjura contra América’, el escritor mostraba su optimismo porque el país no se parecía a su distopía ucrónica protagonizada por un Charles Lindberg aislacionista, servil con Hitler, nacionalista y autoritario, a quien los votos llevaron a la Casa Blanca. Hoy esa novela, que ganó un premio a la mejor obra de ficción histórica, se lee, igual que ‘No puede pasar aquí’ de Sinclair Lewis (1935), como una premonición.

En su ucronía Roth escribe que «el terror de lo imprevisto es lo que oculta la ciencia histórica». Porque la historia trabaja con el pasado y sus categorías son las inferidas de lo acontecido, hay un desajuste temporal entre los hechos históricos y su conceptualización. El dicho quiere que «la historia no sirve dos veces el mismo plato». Pero, más allá del terror de lo imprevisible, la historia puede ejercer su magisterio mostrando la vulnerabilidad y fragilidad de los logros cuando la Humanidad enfila los rumbos de la descivilización; el camino contrario al horizonte normativo de la Ilustración.

El conjunto de cambios que trae aparejados el mandato de Trump denota una deriva de esa naturaleza, observable al menos en tres registros: el marco narrativo de la Ilustración Oscura, las medidas contra la educación y la normalización de las malas formas que minan la sintaxis del respeto y el civismo.

Pronosticó Thomas Mann que si el fascismo llegaba a Estados Unidos lo haría en nombre de la libertad. En nombre de la libertad de mercado, el campo de los libertarios ha llevado al neoliberalismo a formas netamente autoritarias. En cierto modo la secta de la Ilustración Oscura, también conocida como ‘neorreacción’ (NRx), es el soporte doctrinal de esa deriva. Peter Thiel, Nick Land y Curtis Yarvin son los principales exponentes de esta tendencia que considera disfuncional la democracia y goza de predicamento en la nueva Administración. Las intenciones de esta se inspiran en tres documentos programáticos: la Agenda 47 del Partido Republicano, el Proyecto 2025 de la Heritage Foundation y el ideario del America First Policy Institute.

En un momento de su campaña en 2016, Trump afirmó que le gusta la gente poco instruida. Los pasos dados en dos meses de mandato miran en tal dirección. La ciencia, la investigación y la enseñanza universitaria conocen diferentes medidas que afectan a su calidad. En unos casos se ha utilizado sesgadamente el antisemitismo con ese fin, como ha denunciado el historiador experto en el Holocausto Christopher R. Browning; en otros, se imponen condiciones que vulneran la libertad de expresión, como argumentan en una carta abierta varios especialistas de derecho constitucional respecto a la presión sobre la Universidad de Columbia. Igualmente, los recortes del presupuesto de los Institutos Nacionales de Salud, el mayor organismo público mundial de investigación, tendrán un gran impacto en la producción científica. Por último, el desmantelamiento del Departamento de Educación afectará seriamente a los programas dirigidos a contrarrestar la desigualdad.

Pero el populismo autoritario es sobre todo una actitud, que, por capilaridad, salpica al conjunto de la sociedad normalizando el estilo gansteril y azuzando las malas formas. La humillación trasmitida en directo al presidente ucraniano en la Casa Blanca es un ejemplo. A principios de marzo un estudiante israelí de Secundaria fue detenido por los vigilantes de Auschwitz por haber realizado el saludo nazi; plagiaba a Elon Musk o al exasesor de Trump Steve Bannon: la reversión de la desnazificación. La imagen de la motosierra de Milei-Musk en la Conferencia de Acción Política Conservadora dice más que mil palabras. Como la propuesta cruel de Trump de replicar Mar-a-Lago en Gaza.

La regresión de la civilidad se observa por arriba en el servilismo de los afines, dispuestos a competir en méritos por complacer al líder; por abajo, en una ‘hooliganización’ de la gente corriente alentada por la polarización -el atractivo contagioso de bramar y embestir que pintó Ionesco en ‘Rinoceronte’-. La canonización de la mala educación es la antítesis de la ‘Educación para la democracia’, de Condorcet, o de esa moderación que alentó a Montesquieu a escribir ‘El espíritu de las leyes’. Para volver a la literatura y al presente, Walter Benjamin acuñó la figura de los alertadores del fuego, tan necesarios hoy para hacer frente a la deriva en curso.