Juan Carlos Viloria-El Correo
- Asistimos al retorno del jefe como propietario del aparato del estado
El gran politólogo, Francis Fukuyama, uno de los mejores analistas de desarrollo y política internacional autor –hace ya tres décadas– del bombazo ‘El fin de la Historia y el último hombre’, acaba de poner el foco sobre el fenómeno del trumpismo y los populismos en general, a los que señala como una amenaza trascendental para la democracia liberal. Las maneras histriónicas del presidente de Estados Unidos y su utilización del cargo, y de la Casa Blanca, como un show de televisión donde se recibe a los «concursantes» para premiar a unos y castigar a otros, está funcionando como embeleco de una demolición de los fundamentos democráticos. La afición por el espectáculo, el ‘show business’, el truco, la sorpresa, características del mundo televisivo ( y del inmobiliario) de donde proviene Trump, se han trasladado, sin rubor, a su acción política. Pero la bufonada esconde, según Fukuyama, una regresión inquietante.
La vuelta al «patrimonialismo», esa antigua forma de poder en la que el Estado está al servicio de intereses privados. Esta forma de populismo contemporáneo que socava el estado de derecho y reinstala en el corazón del poder una lógica de clan, de clientelismo, depredación y lealtad personal. Donald Trump, apunta el politólogo japo-americano, se inscribe en la tendencia del retorno del jefe como propietario del aparato de estado. Y su acción tiende a erosionar los contrapoderes institucionales para servirse abiertamente de la Casa Blanca para enriquecer a su familia y las empresas familiares. Según una reciente investigación del New Yorker, durante los dos mandatos, la familia de Trump se habría embolsado tres mil cuatrocientos millones de dólares, de los cuales 2,37 a través de las criptomonedas.
Mil trescientos millones son las ganancias de ‘Trump Media’, que invirtió masivamente en divisas virtuales. El arma de los aranceles ha funcionado como un juego de premio-castigo, convirtiendo a los respetables y formales dirigentes mundiales en serviles y aduladores lacayos que se presentan ante su corte (plató) con regalos y humillados para lograr exenciones o rebajas al castigo. El despacho oval funciona como una corte real y Trump no parece que gobierna, sino que reina, dice Fukuyama. Con Putin ofreció en su acogida en Alaska un ejemplo insuperable del «concursante» premiado con aplausos, apretones de manos, alfombra roja, pero el antiguo espía de la KGB no se dejó seducir por el folclore trumpista. En EE UU el presidente ha dedicado los primeros meses junto con Elon Musk a combatir el vicio americano de la «vetocracia» que ha bloqueado, durante años, la acción ejecutiva por la facilidad del recurso, demanda, apelación, vía judicial o administrativa. Pero con tanto abuso, que con el agua están tirando algo, niño.