Javier Caraballo-El Confidencial
- Al presidente del Gobierno le ha funcionado con extraordinaria eficacia la estrategia de convulsión colectiva que ha puesto en marcha en el mes de diciembre
Fue Felipe González, el primer presidente socialista de España que ha celebrado este año el 40 aniversario de su primera victoria, en octubre de 1982, quien popularizó la expresión de mayor desprecio a los medios de comunicación: “Una cosa es la opinión pública y otra la opinión publicada”. Es lo mismo en lo que está ahora Pedro Sánchez, su sucesor en la secretaría general del PSOE y en la presidencia del Gobierno, que ninguno de los que le critican en la prensa escrita, en las radios y en las televisiones representa el sentir de la mayoría electoral en España.
Ciertamente, existe un claro contraste entre la opinión extendida de los medios de comunicación españoles, salvo los que ejercen de propagandistas del Gobierno, y lo que reflejan los sondeos de opinión que se van publicando. Si la valoración social del Gobierno de coalición, el tripartito que componen el PSOE, Podemos y la nueva Izquierda Unida de Yolanda Díaz, fuera tan desastrosa como se recoge en la mayoría de las críticas, sería imposible que las encuestas se mantuvieran impermeables a esa ola de protesta y de malestar ciudadano.
Alguien está equivocando el pronóstico y los vaticinios electorales, y, por el espectáculo de prepotencia que hemos presenciado en la última quincena de este diciembre con el que se consume el 2022, parece claro que el presidente Sánchez está convencido de que la opinión pública no comparte la impresión de lo que, de forma muy amplia, ha censurado quienes opinan en los medios de comunicación, la opinión publicada. Que las críticas escandalizadas que se han trasladado, que hemos trasladado, por su política invasiva e irrespetuosa con los otros poderes del Estado; que aquello que a muchos les parecía, nos parecía, abiertamente contrario a un partido socialdemócrata y constitucionalista, como las cesiones al independentismo catalán y a los herederos de ETA; que todo eso, en fin, que pensamos que va a suponerle un enorme desgaste al PSOE, no afecta al apoyo electoral que puede mantenerlo una legislatura más en la Presidencia del Gobierno.
¿Qué está pasando? La cuestión es que, si nos atenemos a los sondeos independientes que se publican, nada del CIS de Tezanos, la realidad es que el desgaste electoral que se le presume al PSOE, que le presumimos, no se refleja en esas encuestas. La única explicación posible es que al presidente del Gobierno le ha funcionado con extraordinaria eficacia la estrategia de convulsión colectiva que ha puesto en marcha en el mes de diciembre, sobre todo en la última quincena, como se decía antes. Repasemos lo sucedido, someramente, que lo veremos con claridad.
Todo comienza el viernes 21 de octubre, Pedro Sánchez acude a una cumbre en Bruselas de la Unión Europea y, según las crónicas, aparece sonriente porque, desde Madrid, le han comunicado que ya tiene amarrada la mayoría necesaria para aprobar unos nuevos presupuestos, los últimos de la legislatura. De forma paralela, tiene cerrado con el Partido Popular, solo pendiente de firma un par de días después, un acuerdo para desbloquear al fin la renovación del Consejo General del Poder Judicial. De forma inesperada, el presidente Sánchez le cuenta a los periodistas en Bruselas que tiene un acuerdo con Esquerra para reformar —todavía no hablaba de derogar— el delito de sedición. Nadie de su nivel en política realiza un anuncio así sin calcular las consecuencias. Más bien al contrario: se busca un efecto preciso. Y es lo que ocurrió, de forma inmediata el Partido Popular se descolgó del acuerdo porque hubiera supuesto su tumba firmar un pacto de Justicia con Pedro Sánchez al mismo tiempo que este pactaba con Esquerra para despenalizar los delitos del independentismo.
La respuesta a la pregunta de por qué fue el propio Pedro Sánchez quien reventó a conciencia el pacto de Justicia con el PP la encontramos una semana después, el 29 de octubre, en el acto de homenaje al 40 aniversario de la victoria socialista celebrado en Sevilla, que se mencionaba antes: ya en ese mitin el dirigente socialista comenzó a divulgar el mensaje que ha mantenido, in crescendo, durante los dos meses sucesivos: en España tenemos una derecha que incumple la Constitución, que no respeta la mayoría democrática, aliada con poderes oscuros en los medios de comunicación y en la Justicia. Si Pedro Sánchez, aquel viernes de octubre en Bruselas, decide mantener dos semanas más en secreto el acuerdo con Esquerra para derogar el delito de sedición, hubiera firmado su acuerdo con el PP para renovar el Poder Judicial, pero se hubiera quedado sin discurso para justificar, ocultar o encharcar todo lo que venía después. Y, en todo caso, con los presupuestos ya resueltos para agotar la legislatura, lo urgente era la búsqueda de un discurso de confrontación frontal con la derecha.
Más importante que desbloquear el Poder Judicial era, y es, el armazón de un discurso político que agite la polarización. El Poder Judicial ha sido la excusa perfecta, o la trampa perfecta, en la que ha caído el Partido Popular y que le facilita al presidente Sánchez un mensaje sólido, contundente y extremo. Al tambalear, al hacer temblar, los pilares del Estado con el ataque sin precedentes al Consejo General del Poder Judicial y al Tribunal Constitucional, el presidente Pedro Sánchez ha conseguido su objetivo principal, que todo quede envuelto en un escándalo monumental del que, con seguridad, la inmensa mayoría de los ciudadanos no ha distinguido otra cosa que un nuevo y agresivo enfrentamiento entre izquierdas y derechas, entre el PSOE y el PP. Todo ha quedado empequeñecido o desdibujado en esa enorme polvareda.
Sin necesidad de volver a mencionar la derogación de la sedición o el abaratamiento de la malversación, fijémonos solo con lo ocurrido con la ley trans, que también ha salido aprobada. Hasta los disidentes del propio Partido Socialista, el poderoso lobby feminista del PSOE, han quedado sepultados por la tormenta de arena propiciada por Pedro Sánchez; Carmen Calvo, que lideraba la protesta contra la ley trans, acabó absteniéndose: fue la única porque todos los demás votaron a favor. En adelante, habrá quien contemple estos últimos días de diciembre como una sublime jugada política de Pedro Sánchez, mientras que otros lo seguirán viendo, lo seguiremos viendo, como una muestra injustificable de poder desmedido, arrollador. En todo caso, unos y otros coincidirán en que este ha sido su último cartucho antes de afrontar un decisivo año electoral.