Miquel Giménez-Vozpópuli
- Sólo queda Pedro en pie en un Peugeot que tenía como destino llevar hasta la Moncloa a la más colosal red clientelar y de corrupción jamás vista en España
Como en la famosa novela de Agatha Christie “Diez negritos”, ahora rebautizado con no sé qué título políticamente correcto que ni sé ni me importa, al final sólo queda uno. Hay diez invitados a cenar por un misterioso Mr. Owen en una casa aislada, en la Isla del Negro. A lo largo del argumento todos van cayendo asesinados implacablemente por una mano misteriosa que es conocedora de sus crímenes, delitos o faltas. Les propongo un ejercicio: cambien el número de diez por el de cuatro, el lóbrego casoplón por un automóvil Peugeot y ya tenemos una excelente trama de misterio que podríamos tejer alrededor de Pedro, Koldo, Ábalos y Santos Cerdán. La desgracia – o la justicia, que ya se verá cuando existan sentencias en firme – se ha ido abatiendo uno tras otro sobre las cabezas, carreras políticas y personales de los tres que ayudaron a Sánchez a ser lo que es hoy. Tres imprescindibles valets de chambre, tres Clemenzas o Lucas Brassi según se mire, han visto como día a día aquel vínculo que forjaron entre carreteras, fondas y algún local de moral distraída se ha diluido y ahora su amigo, su Pedro, su jefe, reniega de ellos. Es curiosa la figura si la aplicamos a la historia sagrada. Según esta, el Apóstol Pedro llegó a negar hasta tres veces que conocía a Jesús. Este se lo había advertido: “Antes de que cante el gallo, has de negarme tres veces”. La diferencia es que el Pedro que nos ocupa no es apóstol ni sigue a nadie más que a él, además de que si bien San Pedro lloró amargamente al comprobar su cobardía, arrepintiéndose de todo corazón, el Pedro de nuestra historia se limita a pedir que lo maquillen de manera que parezca un mártir y a mentirnos – una mentira más – diciendo que no ha comido cuando una conocida empresa de catering les había llevado suculentas viandas.
La desgracia – o la justicia, que ya se verá cuando existan sentencias en firme – se ha ido abatiendo uno tras otro sobre las cabezas, carreras políticas y personales de los tres que ayudaron a Sánchez a ser lo que es hoy.
Fuera de juego los tres adláteres, sólo queda Pedro en pie de los que hablaron y hablaron y hablaron en un Peugeot que tenía como destino llevar hasta la Moncloa a la más colosal red clientelar y de supuesta corrupción jamás vista en España, y eso que hemos conocido muchas. Al aficionado a la novela policial que escribe esto le asaltan algunas dudas. La primera es por qué se grababa todo, absolutamente todo. ¿No se fiaban los unos de los otros? ¿O Pedro no se fiaba de ellos y se limitaba a utilizarlos para después sacárselos de encima?¿Que contenía el disco duro que llevaba la señorita Anais oculto en sus partes íntimas, intentando sustraerlo del registro policial en el domicilio de Ábalos?¿Que hay en el famoso sobre de Aldama?¿Quién estuvo pacientemente grabando y atesorando pruebas contra los de Peugeot?¿Alguno de ellos, en el fondo, era un tapado de los servicios de inteligencia?¿Quién es, resumiendo, el asesino?
Recordemos que en la novela el encargado de impartir una justicia que los tribunales no supieron ejecutar es nada menos que un juez camuflado entre los invitados, Su Honorable Señoría Lawrence Wargrave. ¿Podría ser un juez el que ha precipitado la caída de los arriba mencionados? ¿Será el mismo juez quien haga lo propio con Pedro? Haría bien el presidente en leer esta novela y poner especial énfasis en el verso que da título a la misma, una vieja canción infantil que habla de cómo van cayendo los diez negritos. Se dicen cosas de interés, como que cinco negritos estudiaron Derecho o que uno se hizo magistrado. Pero quisiera resaltar el final, cuando la cancioncilla dice ominosamente “Un negrito quedó solo, se ahorcó, y no quedó…¡ninguno!”