ABC 06/03/15
CARLOS HERRERA
· Se coge a un millón de parados y se les coloca en nuevas funciones creadas a propósito
¿CÓMO no habíamos caído antes? ¿Cómo se nos pudo pasar por alto una solución tan brillante para darle un mordisco ciclópeo al problema del paro? La fórmula, una vez más, la da el comunismo de manual: contratamos un millón de parados para limpiar los bosques o llevar las bolsas de la compra a las jubiladas. Subimos los impuestos paralelamente y con ese dinero pagamos el trabajo que les adjudicamos a los afortunados, sea el que sea, resulte productivo para la economía nacional o no.
La ocurrencia la ha espetado con toda seriedad y formalidad el príncipe neonato de Izquierda Unida, Alberto Garzón. Se coge a un millón de parados y se les coloca en nuevas funciones creadas a propósito. Aunque, claro está, surgen dudas. Primera: ¿por qué solo a un millón y no a millón y medio? Segunda: ¿cómo se elige a los afortunados?, ¿por qué Fulanito sí y Menganito no? Tercera: ¿de forma temporal o con carácter indefinido? Ítem más, ¿por qué no de forma rotatoria y que así puedan beneficiarse los cuatro millones y pico de parados?
Los comunismos clásicos que condenaron a decenas de países del mundo a la tristeza, la miseria y el terror (y que aún siguen pertinaces en diversos rincones del globo) consideraron que el trabajo no debía observar dos elementos que parecen imprescindibles para hacer progresar las sociedades libres: productividad y competitividad. Los comunismos consideraron que los trabajos podían crearse de forma artificial, fueran o no útiles para el crecimiento. Así llenaron sus ciudades de ascensoristas: en cada elevador una persona. ¿Adónde va? Al sexto. ¿A ver a doña Paula? Claro, claro. Y así se coloca a un tipo subiendo y bajando pisos ocho horas con un sueldo a cargo de la colectividad. Poco importa que ese trabajo no sea necesario, ya que los que suben al ascensor le pueden dar perfectamente al botón por sí mismos, porque, en rigor, tienes a una persona trabajando, aunque su trabajo no sirva para nada. Pero te debe un sueldo. Que pagamos con nuestros impuestos todos los que, por cierto, jamás subiremos en ese ascensor, o que pagaremos a la larga mediante la creación del correspondiente déficit solo amortiguado con nueva deuda.
Una empresa que ofrece trabajos improductivos, como contar, por ejemplo, las veces que se ponen rojos los semáforos de la Castellana, no prospera. La que ofrece algo que el mercado lo considera útil sí lo hace. Aquí y en Venezuela. Tome nota el fenómeno.