- Dios lo quiere, decían los fanáticos medievales (y los de ahora) antes de ponerse a despedazar gente. Pues ahora es la Patria
Samuel Johnson (1709-1784),poeta, ensayista, lexicógrafo, masón, autor del primer y monumental diccionario de la lengua inglesa y una de las mejores glorias de las letras británicas, dijo una vez una de esas frases que sobrenadan los siglos y nunca se olvidan: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”. ¿Cualquier clase de patriotismo? No, claro que no. Johnson era un auténtico patriota, además de un ilustrado. El “doctor Johnson”, como se le conocía, se refería a “a ese falso patriotismo que tantos, en toda época y en todo lugar, han exhibido para ocultar sus propios intereses”. La cita es de su mejor biógrafo, James Boswell.
Era imposible no recordar la frase de Johnson al ver las imágenes del homenaje a las víctimas de los atentados del 17 de agosto de 2017, en las Ramblas de Barcelona y en Cambrils. Era el quinto aniversario. Para empezar, hubo tres homenajes distintos. Uno, el de los independentistas, que fueron a vocear delante de la oficina del Parlamento Europeo en Barcelona. Otro, el de alguna organización de “víctimas” amparada por el PP, Ciudadanos y Vox, que se juntaron –muy pocos– en la fuente de Canaletas, porque está claro que estos señores no participarán jamás, bajo ninguna circunstancia, en un acto en el que participen los rojos, como les llaman; pedirán unidad, unidad, unidad, desde otro sitio.
El tercer homenaje, el grande, se celebró junto al mosaico de Miró que hay a mitad de las Ramblas. Ahí sí. Ahí hubo mucha gente: ministros, la presidenta del Congreso de los Diputados, el de la Generalitat, la alcaldesa Colau, muchos más. Un coro que cantó. La escritora Fátima Saheb, que leyó una carta y un poema de Espriu. Y sobre todo, además de la gente que llenaba la calle, estaban los familiares de los muertos y heridos: muchas personas llena de dolor, porque aquella masacre se llevó la vida de 16 personas y dejó un centenar y medio de heridos. Hubo víctimas de 34 nacionalidades, porque aquel día, cuando el miserable Younes Abouyaaqoub lanzó su furgoneta calle abajo y zigzagueando para atropellar a más gente, las Ramblas estaban llenas de turistas. Murieron dos niños: Xavi, de tres años, y Julian, australiano, de siete.
Talibanes. Fanáticos. Extremistas. Agitadores. Provocadores. Rompieron el silencio de todos, el dolor de todos, para vocear sus vergüenzas, sus delirios, sus venenos
Políticos, representantes institucionales y familiares llevaban claveles blancos. Los depositaron en unos recipientes preparados para eso. Y, como es costumbre, se pidió un minuto de silencio en memoria de los muertos y los heridos.
Y ahí saltaron los talibanes. Digo bien: talibanes. Fanáticos. Extremistas. Agitadores. Provocadores. Rompieron el silencio de todos, el dolor de todos, para vocear sus vergüenzas, sus delirios, sus venenos. España, Estado asesino. España, hipócritas. Que se investigue, que se sepa la verdad. Eso dijeron. ¿Para qué? Para salir en la tele. Era todo lo que buscaban.
Los crímenes de agosto de 2017 en Barcelona y Cambrils fueron unos atentados profundamente incómodos e inconvenientes para quienes entonces ocupaban el poder en Cataluña. Los gobernantes y sus seguidores estaban, en ese tiempo, atizando el odio a España con todo lo que tenían. Estaban preparando la secesión “por las bravas” de Cataluña, el golpe de Estado (porque fue un golpe de Estado como la copa de un pino) que llegaría en octubre de ese año, con el referéndum ilegal y la voladura del sistema legal que les había permitido a ellos detentar el poder. Y en esto aparecen unos yihadistas y provocan una espantosa matanza en Barcelona y en Cambrils. El efecto inmediato fue un gigantesco tsunami de cariño y solidaridad de toda España –de todas partes, pero sobre todo de España– hacia Cataluña y los catalanes. Eso partía el plan secesionista por el espinazo. No se podía tolerar que los catalanes respondiesen a aquel oleaje de amor con un afecto parecido. ¿Qué hacer?
Pues lo de siempre: mentir. Inventar una gigantesca teoría de la conspiración para difundir entre los ciudadanos la barbaridad de que aquella masacre la había cometido el CNI, es decir, el Estado español, para reventar el procès hacia la independencia. Y si no eran los servicios secretos españoles los que conducían la furgoneta, por lo menos habían estimulado aquello. O consentido. Lo que fuese, eso daba igual: ya se encargaría la gente de inventar lo que no llegase a decirse o escribirse.
Si aquel día hubiese caído un meteorito en la plaza de Cataluña, de inmediato habrían salido voces diciendo que no venía del espacio sino que lo habían lanzado desde España
Háganse cargo: si aquel día hubiese caído un meteorito en la plaza de Cataluña, de inmediato habrían salido voces diciendo que no venía del espacio sino que lo habían lanzado desde España. Esto era lo mismo. ¿Por qué? Porque, en la mentalidad de los talibanes del independentismo, había cosas mucho más importantes que unos cuantos muertos inoportunos y extranjeros. La Patria, por ejemplo. La liberación de la Patria oprimida, sojuzgada, esclavizada… y soñada.
Se montó una delirante teoría de la conspiración basada en la presunta inmortalidad del imam de Ripoll –hay quien dice que sigue vivo, como Elvis– y, más recientemente, en las ponzoñosas baladronadas de un tipo de la catadura del excomisario Villarejo, una persona intachable, fiable, honrada, leal y que siempre dice la verdad, como todos ustedes saben perfectamente. Una teoría de la conspiración –qué coño “teoría”: un cuento del tamaño del Titanic– que no tenía nada que envidiar a la que se inventó después de otra matanza, la del 11 de marzo de 2004, cuando algunos periodistas y políticos se tiraron años repitiendo que las bombas las había puesto ETA, aunque se sabía que eso era falso desde los primeros tres cuartos de hora. Esto fue lo mismo.
La vergüenza que vimos el otro día, en el quinto aniversario de los crímenes de Barcelona y Cambrils, es la última dentellada de esa misma serpiente. Una dentellada pobre, porque los saboteadores eran pocos, pero ruidosa, eso sí. Se trataba de salir por la tele. Se trataba de volver a hacer ruido para intentar sacar del coma al independentismo, que lleva ya largo tiempo en cuidados paliativos. Se trataba, por decirlo de una vez, de liarla. Y de nada más. ¿Que para liarla hay que despreciar y humillar a los muertos, a los heridos y a sus familias? Pues se hace, hombre, por qué no. ¿Que hay que llamar “español de mierda” a un padre o hermano de una de las víctimas, que preguntaba a uno de los talibanes cómo se atrevían a hacer aquello? Pues se le llama, caramba, eso y cien cosas más. Porque hay algo mucho más importante que esa gentuza llorona: la Patria. El sueño adolescente, romántico e interesadísimo de la Patria. Dios lo quiere, decían los fanáticos medievales (y los de ahora) antes de ponerse a despedazar gente. Pues ahora es la Patria. O las dos cosas. Qué más da. Lo importante es que salga por la tele.
Puigdemont y la verdad
Laura Borràs, expulsada de la presidencia del Parlamento de Cataluña por una acusación de corrupción, acudió a saludar y a dejarse besar por los saboteadores, que la trataban de “presidenta”. Ella ponía cara de Catalina de Rusia, feliz. Desde Waterloo, el espectro de Puigdemont alentaba por twitter la teoría conspiranoica del “que se sepa la verdad”… como si no se supiera, entera y verdadera, desde hace años ya. Pero Puigdemont, que cada día que pasa se parece más al kaiser Guillermo II de Alemania después de perder la guerra (el pobre se pasaba los días contemplando su gran colección de uniformes militares, no tenía otra cosa que hacer), no quiere que se sepa la verdad. Lo que quiere es que se admita que lo que él dice, y solo lo que él dice, es la verdad. Y eso no va a pasar nunca porque lo que él dice es falso. Se ha quedado otra vez solo en esta artimaña talibanera: todo el mundo, indepes y no indepes, salvo algunos de su propio partido (no muchos), han clamado contra el sabotaje del acto de recuerdo a las víctimas de la masacre de hace cinco años. Así que no va a colar eso del “que se sepa la verdad”. Porque la verdad ya se sabe. Puigdemont debería saber que Goebbels (“si se la repite mil veces, una mentira acaba convirtiéndose en verdad”) no siempre funciona.
Y es que hay cosas que no se deben hacer ni siquiera en nombre de la Patria. Ni del patriotismo. El último refugio de los canallas, cuánta razón tenía Samuel Johnson.