EL CORREO 03/06/14
TONIA ETXARRI
El Rey, al anunciar su abdicación, después de haber realizado una lectura fría y serena de la situación política que atraviesa nuestro país, dio ayer un paso adelante para facilitar el proceso de reformas que vienen reclamando tantos sectores y que ningún partido político con responsabilidad de gobierno se había atrevido a acometer hasta ahora. Abdicar no es una opción común en la historia de nuestra monarquía. No ha sido una decisión fácil para el Rey. Es conocida una declaración de la Reina, cuando se le pregunta en un libro sobre la posibilidad de que su marido abdicara. Doña Sofía respondió con una frase tan lacónica como contundente: «los Reyes mueren en la cama», interpretando, así, las intenciones del Monarca.
Seguramente don Juan Carlos habría preferido aguantar mientras la fuerzas le hubiesen acompañado. O le habría gustado hacer coincidir el cuadragésimo aniversario de su reinado con la despedida. Pero, después de estos dos años tan convulsos en los que la imagen de la Corona ha quedado deteriorada por el viaje a Botswana, la acusación a su yerno de corrupción, sus cinco entradas en el quirófano, el Rey ha querido prestar un último servicio al país al facilitar, con su retirada, el impulso de una nueva generación en la vida española –incluida la propia Corona– y la reforma pendiente de la Constitución .
La figura de Juan Carlos será irrepetible. Un jefe de Estado, cuya aportación a la implantación de la democracia ha sido siempre reconocida por todos los políticos de la Transición, incluidos los republicanos. Un jefe de Estado que estuvo a la altura en su primera visita al País Vasco, en febrero de 1981, cuando los socios políticos de ETA quisieron reventarle el acto en la Casa de Juntas de Gernika y, días después, frenaba la intentona golpista del 23-F. Su «motor del cambio» fue tan potente en el paso de la dictadura a la democracia que el accidente de la caza del elefante quedará , con el paso del tiempo, como una anécdota en su prolijo historial.
Quienes se escudan, para promover que los Reyes pasen por las urnas, en que las nuevas generaciones no les han votado, deberían recordar que los ciudadanos que se pronunciaron en el referéndum de la Constitucion de 1978 sí lo hicieron. Porque aceptaron la monarquía parlamentaria. Una Carta Magna que fue votada por un 44,66% en Euskadi porque el PNV promovió la abstención y por un 68,11% en la rebelde Cataluña.
El Rey se va en el momento que él ha decidido. Desde el pasado mes de marzo, tanto el presidente Rajoy como el socialista Rubalcaba eran partícipes del secreto mejor guardado. Y ha elegido el mejor momento para comunicarlo. Consciente de que, con este Congreso de los Diputados, con esta mayoría y con esta oposición socialista todavía tutelada por Rubalcaba, garantiza que el relevo se realice con naturalidad política y estabilidad parlamentaria. Los oportunistas que quieran aprovechar la corriente del río republicano saben que, en la actual legislatura, son minoría en el Congreso y el Senado.
La crisis que padece nuestra país no es en absoluto comparable con los acontecimientos que acaecieron cuando su padre Don Juan de Borbón, le pasó el testigo. El príncipe Felipe seguramente tendrá que liderar un nuevo pacto de convivencia para afrontar los desafíos soberanistas. Pero lo tiene más fácil. Su padre le ha dejado marcado el camino de la concordia.