José Alejandro Vara-Vozpópuli

  • Hemos pasado del ¿cuándo se va? al ¿pero qué le pasa a este tipo?

A los cincuenta años, el hombre ha acumulado toda suerte de aventuras, ironías, contratiempos, obscenidades, disgustos y copiosas anécdotas, dijo el capitán Burton. También arrugas y canas. A Pedro Sánchez le han venido todas de golpe. En apenas dos meses ha pasado de ‘Pedro el guapo’ a ofrecer una imagen macilenta y decrépita. Un cambio tan vertiginoso que se ha convertido en el chamullo playero del verano. La unánime pregunta de “¿pero cuándo se va?” ha devenido en “¿pero a este tío que qué le pasa, está enfermo?”.

Jordi Ébole le confesó que, en un momento de su vida, necesitó terapia y que incluso cuando la pandemia, los médicos de Moncloa (hay todo un equipo pendiente de sus constantes vitales) le diagnosticaron estrés traumático. O sea, que estaba de los nervios. Quizás porque veía demasiado al tenebroso Salvador Illa, a quien acomodaron durante la emergencia en una habitación de Moncloa, o porque le llegaban noticias sobre el imparable tráfico de mascarillas de la mafia del koldismo putero. Ahora proliferan todo tipo de historias, se manosean elucubraciones, se hilvanan acertijos sobre si tiene esto o aquello. Hasta severos columnistas se han apuntado al tema, luego de su inquietante aparición en TVE de este lunes, cuando tocaba verlo ya recuperado tras el largo reposo en La Mareta y, sin embargo, se mostró confuso de argumentos y con un algo alucinado en la mirada. Como si hubiera contemplado a Zapatero incurrir en una buena acción. “No está en sus cabales”, se leyó en las redes. “El chulito zumbao”, le llaman algunos acólitos de Felipe González.

Las especulaciones se dispararon en aquel monólogo sombrío cuando la defenestración de Santos Cerdán, con el rostro lívido, cerúleo, la cara pintada a brochazos, la voz dispersa, encorvado de espalda y andares extraviados. Una mezcla entre los comulgantes de Bergman y el zombi de Tourneur.

Ahora emergen, aisladas y con sordina, algunas opiniones profesionales que señalan con timidez si tal gesto de la boca o tal insólito pestañeo denotan alguna anomalía aún por determinar.

Como no frecuenta las entrevistas, no se le ha podido preguntar sobre este asunto. Pepa Bueno, la única que podía, no lo consideró oportuno. Tampoco Tezanos, como apuntaba Espada, planea preguntar sobre el tema en su próxima encuesta del CIS, donde sí planteó aquello que tanto preocupa a los españoles: La tortilla de patata, ¿con o sin cebolla?

Dado el abrumador silencio imperante, pareciera que la salud del líder socialista fuera un asunto tabú, como las corruptelas arábigas de don Juan Carlos en aquellos tiempos de la Transición. Sólo Cacho y FJL osaron zambullirse en tan movedizas arena. No hubo más bemoles. Ahora emergen, aisladas y con sordina, algunas opiniones profesionales que señalan con timidez si tal fruncido de los morritos o tal pestañeo bucal denotan alguna anomalía aún por determinar.

Se escucha también a especialistas del bisturí estético desentrañar sobre cómo el vertiginoso proceso de adelgazamiento del narciso ha sacado a la luz los posibles rellenos botulínicos insuflados en sus mejillas, lo que produce esa estampa calavérica que viene ofreciendo.

Tan solo Adolfo Suárez confesaba sus enormes padecimientos con su endeble dentadura, que le llevaba a maltaer, eternas jornadas infernales. Aznar exhibe orgulloso su juvenil aspecto, fruto quizás de una genética envidiable, un pelazo superlativo y la práctica insistente del deporte, con sus famosos seiscientos abdominales diarios.

Es asunto que mueve al morbo pero que no se trata en absoluto de algo anecdótico. A Javier Milei quisieron destruirlo mediante un juicio político luego de confesar, sin ambages, que habla y duerme con sus cinco perros, a los que llama ‘hijos’ (el presidente argentino no tiene descendencia) y hasta los pasea por la sala del consejo de ministros como si se tratara de asesores sin turno de palabra.

En España, los jefes de Gobierno apenas han padecido males físicos reseñables. Tan solo Adolfo Suárez confesaba sus enormes padecimientos con su endeble dentadura, que le llevaba a maltraer, eternas jornadas infernales. Aznar exhibe orgulloso su juvenil aspecto, fruto quizás de una genética envidiable, un pelazo superlativo y la práctica insistente del deporte, con sus famosos seiscientos abdominales diarios. A Rajoy le dio por caminar deprisa y hablar despacio, González le daba al puro sin consecuencias negativas, Zapatero sigue comiendo almendras y sin embargo Sánchez, tan joven y esplendoroso, aparece ahora hecho una piltrafilla.

“Los hombres menudos pueden ser agraciados, pero no hermosos”, decía Aristóteles. “Sólo en un cuerpo grande y alto se reconoce la hermosura”. Alto sí es Sánchez. Muy orgulloso está de serlo. Jubilado Obama, se exhibe como el adonis de Occidente. Al menos hasta hace unos días. Ahora le irrita tanta rumorología sobre su aspecto, sobre si tiene algún padecimiento inconfesable, sobre si ha enflaquecido por el ayuno intermitente o por un mal de estómago. Quizás se trata de una estrategia para eclipsar las corrupciones de Begoña, del hermanísimo y del fiscal general al borde del banquillo. Ha descuidado su aspecto para que se hable más de sus supuestas dolencias que de las que atormentan al país. Esto es, de si el presidente está recibiendo atenciones médicas antes de que a España la envíen definitivamente al cotolengo.