ARCADI ESPADA – EL MUNDO

· Durante una buena temporada el avestruz socialdemócrata hundió la cara en el barro y reclamó al gobierno del Estado que no recurriera a la ley para encarar las maniobras del gobierno nacionalista de Cataluña. Diálogo, diálogo y diálogo, exigían los niergas. Resultaba difícil hacerles entender que la gran novedad de la deriva nacionalista era, precisamente, que habían renunciado al diálogo. Este verano, tal vez por influjo de la faulkneriana Luz de agosto, han empezado a asumir la novedad.

Pero de inmediato han cubierto su faz virginal con el último velo: ley y no fuerza. Tal vez haya quien se sorprenda de que la jefa de la oposición en Cataluña, Inés Arrimadas, comparta este punto de vista. Decía ayer en El País: «No nos pongamos en el escenario idílico de Puigdemont que sería el de la fuerza». No hay lugar para la sorpresa. El ordenado cajón de la inanidad socialdemócrata es transversal. Siempre hay para elegir cuando nada se tiene que decir.

El discurso de un escueto demócrata es otra cosa. Incompatible con la conocida mínima: «Hágase la injusticia y sobreviva el mundo». Y nunca distingue entre la ley y la fuerza, porque no puede concebir una fuerza al margen de la ley. Todo lo contrario de lo que está explícito e implícito en esa frase de Arrimadas que incluye, además, un juicio gravemente inexacto sobre el presidente Puigdemont y el conjunto del gobierno desleal. No es que estén esperando, con idílica aspiración, el desencadenamiento de la fuerza. Es que llevan mucho tiempo utilizando la fuerza, sin que la candidez de la opositora Arrimadas parezca haberlo percibido.

Desde el momento en que la mayoría nacionalista del parlamento catalán se desvinculó de modo solemne de las decisiones que pudieran tomar los tribunales, el Proceso se convirtió en un acto de fuerza continuado. Con una vertiente pública y otra secreta, porque parte de la actividad del gobierno desleal se mueve ya en la clandestinidad, como corresponde a cualquier organización criminal que pretende lograr sus objetivos a través de la fuerza.

Frente a ello los demócratas no tienen más alternativa que actuar, exactamente, con todas las de la ley. Es decir, sin omisión de ninguno de los requisitos indispensables para su perfección o buen acabamiento. Y entre ellos, inexorablemente, aquellos que habrán de dar enérgico sentido a la vida fofa de Carles Puigdemont i Casamajó y conducirlo al nuevo e idílico escenario donde la cuarta pared no será ya metáfora.