Juan Carlos Girauta-ABC
- Como siempre, el Gobierno de España ha acabado imitando al de Madrid. La diferencia es que este es liberal y aquel solo cree en la ingeniería social, que el uno reparte juego a los emprendedores y el otro a los amigos, que el autonómico hace y el nacional dice. Parole, parole, parole.
Recordará el lector la coñita progre con la oficina del español de Ayuso. Gentes de bien y de orden, siempre prestas a la autocrítica que los marxistas no se aplicaron nunca y sus herederos analfabetos menos, se unieron al injustificado lamento. ¿A qué esa oficina? ¿Y por qué Cantó? Ay, uy. ¡Insensatos! A la izquierda de ahora no hay que hacerle caso porque probablemente ni siquiera exista. ¿Y si su voz no es más que el efecto especial de un ejército de bots? Fíjense, suelen surcar las redes en el anonimato, exhibir careto de catálogo, reproducir las mismas frases de laboratorio, como aquella tropa fantasmal, seres sin cuerpo, que Putin prestó a los separatas catalanes para desestabilizar Europa. Es más, personalmente, y hasta que no vuelva a ver resultados electorales, ni siquiera doy por hecho que quede en España un solo votante de izquierdas que no sea un invento de Tezanos.
Volviendo al tema, ya era raro que nadie se hubiera percatado de la inmensa oportunidad de negocio que es nuestra lengua. Algunos lo decíamos como parte de un quejío más general sobre España, esa cosa autolacerante tan nuestra, tan regeneracionista, tan noventayochesca, tan académica. Un quejío de fondo que, en realidad, nos arrebata por la belleza de lo triste cuando lo triste acarrea no tener que hacer nada. Puesto que España no tiene arreglo, me voy a hacer la siesta, que luego hay tapeo y copeo. Lo que nos quita un trabajo de encima siempre es bienvenido, y no otra cosa sucede con la España que duele y el me duele España, que ya huele. Así pues, del mismo modo que yo lo constaté siendo veinteañero cuando me largué a Londres, lo constatarían otros muchos españoles sin mayor reacción que el quejío. ¡Fíjate lo tontos que somos, con la de gente que querrá aprender español en el mundo! Las dimensiones de la industria del inglés en Londres eran sorprendentes. De ahí pillaba el sector inmobiliario, el hotelero y el de la restauración, por no mencionar las infinitas escuelas de idiomas y los intermediarios de toda laya. Oficinas con una secretaria arreglaban a jóvenes de los cinco continentes sus viajes, alojamiento, aprendizaje, exámenes acreditativos de nivel, asistencia a los principales musicales y otras actividades culturales sin cuento.
Ser la capital efectiva de una lengua universal y no aprovecharlo era una estupidez, y cuando al fin lo hizo el gobierno madrileño, en vez de imprimirle velocidad de halcón peregrino a la feliz iniciativa se la imprimió el personal al desguace de sus impulsores. Cosecharon, aproximadamente, el mismo éxito que con la campaña IDA contra Ayuso en las elecciones a la Asamblea. La prueba es que, como siempre, el Gobierno de España ha acabado imitando al de Madrid. La diferencia es que este es liberal y aquel solo cree en la ingeniería social, que el uno reparte juego a los emprendedores y el otro a los amigos, que el autonómico hace y el nacional dice. Parole, parole, parole.
Como anticipo de la palabrería que acompañará la imitación, no se les ha ocurrido mejor nombre para la cosa que Valle de la lengua. Y aquí sí que hay que detenerse. Si llegan a llamarlo Monte de Venus habría sido menos sugerente. ¿Piensan promover el español y su inconmensurable potencial a base de excitar a las señoras? No puedo creer que se les escapara a todos la inevitable asociación con el cunilingus. Valle de la lengua es el título de una película porno de los ochenta que, si no se produjo, debió producirse.
Puedo oír al mentecato de turno, al bot de baratillo señalando cuán malpensado es el que firma. Tonterías. No hay que ser Sigmund Freud para darse cuenta. De hecho, Freud se habría atusado la barba, le habría dado una calada pensativa al puro, quizá se habría administrado algo de cocaína y, finalmente, habría descartado la relevancia de la asociación por demasiado explícita. Una idea para sus anuncios, tirando de tradición publicitaria: «El español, valle de la lengua. Da un gustirrinín…»
Hablando de Freud, la acaso inexistente izquierda española incurre en una evidente proyección cuando acusa al prójimo de montar chiringuitos, vocablo que está pidiendo a gritos nueva acepción en el DRAE. Lo que te digo es que los chiringuitos (yo prefiero chiringo, que de hecho es un vaso de aguardiente) son la especialidad de las gentes de progreso cuando tocan Presupuestos. Arrastran una legión de individuos incapaces de valerse en el mercado; como no les pongan algo a su medida no se van a ganar la vida, objetivo único de su indignación política crónica. La indignación se presenta como noble y desprendida, qué sé yo, por los desahucios, por los bajos sueldos, pero no la mueve sino una rabiosa premura de dinero para el indignado, que únicamente puede proceder de un favor político disfrazado de necesidad social aún no cubierta, o de protección a una minoría.
La izquierda toca poder, presupuesta, coloca a su famélica legión y esta, ya más tranquila, pierde pegada. Le cuesta cada vez más mostrarse indignada porque se le ha pasado la rabia y la premura. Y no todo el mundo vale para el teatro. El que sí vale es Toni Cantó, paradójico receptor de esa proyección masiva con que la izquierda bot se ha delatado. Sucede que la lógica de los fantasmas y de los aspirantes a indignado con derechos no se sostiene a poco que uno dedique tres segundos a pensar. Pero el bot no hace tal cosa. Si la hiciera, comprendería que, a diferencia de ellos, Cantó tenía una carrera antes de entrar en política, antes de comprometerse con las siglas que, en cada momento, le pareció que mejor defendían su ideario. Chiringo el vuestro.