Rebeca Argudo-ABC

  • Para Pedro Sánchez, la democracia es un instrumento para lograr el poder

Entiendo que un enemigo muerto es preferible, a efectos prácticos, a un enemigo vivito y coleando pero, puestos a defender la democracia si es de lo que se trata, parece más eficaz hacerlo enfrentando a Maduro que a Franco. A fin y al cabo, uno acaba de usurpar el mando al legítimo presidente electo de su país y el otro lleva casi cincuenta años criando malvas. Nuestro presidente, Pedro Sánchez (el ‘Valeroso de Paiporta’, le llamarán en los escritos), elegía de manera épica enfrentarse al último. Y, mientras batallaba heroicamente con un finado en fase de momificación, con flamenquito y autotune lésbico, alertaba al mundo entero del peligro de dar por sentada una democracia (y olé). Porque los derechos y las libertades no se conquistan de manera permanente, y «siempre puede volver a ocurrir», decía afectado y no quedaba muy claro si era prevención o amenaza. Las democracias son frágiles y peligran. Háganle caso, sabe bien de lo que habla: desde que está en el poder, gracias a una mayoría pírrica de carácter transaccional, ha utilizado las herramientas de nuestro Estado de derecho en beneficio propio sin rubor ni disimulo, a cuerpo gentil. Ha colonizado las instituciones de manera desacomplejada (colocó a su ministra de justicia en la Fiscalía General del Estado y, más tarde, al que era mano derecha de esta; a su exministro de justicia en el Tribunal Constitucional; a su exvicepresidenta en el Consejo de Estado; a su exjefe de prensa en la Agencia EFE; a militantes entusiastas en RTVE, Renfe, Correos, CIS…), ha dinamitado la separación de poderes, ha aprobado una amnistía, la derogación del delito de sedición y la reforma del de malversación para contentar a sus socios de gobierno y seguir contando con su apoyo, la ley del sí es sí pese a las advertencias de lo que ocurriría (y ocurrió), ha abusado de la figura del decreto-ley para eludir todo control en Congreso y Senado… Para Pedro Sánchez, la democracia es un instrumento para lograr el poder pero no un sistema de organización social y político con cuyo ideal comprometerse y preservar. Alcanzado su objetivo legítimamente, la democracia se convierte en un engorro, una molestia. La prueba enésima de ello es la nueva proposición de ley para limitar las funciones de las acusaciones populares que, en la práctica, serviría para dar carpetazo a las causas que acechan a la esposa y al hermano del presidente o al fiscal general del Estado. Mucho mejor luchar contra dictadores muertos que declarar frente a acusaciones independientes, dónde va a parar.

Pero, insisto, háganle caso. En algo lleva razón: las democracias son muy frágiles. Pero ya no las acechan señores bajitos con bigotillo y voz atiplada, sino demócratas sin ideal democrático, que llegan al poder mediante concursos electorales libres y pacíficos pero lo ejercen luego de forma antidemocrática. Y estaríamos ante un ataque desde dentro, ante un ejercicio autocrático del poder con apariencia de representativo (aquí o en Venezuela), y que es hoy un mayor peligro para las democracias liberales que todos los dictadores muertos cuyos nombres puedan recordar.