MIQUEL ESCUDERO-EL CORREO

La humildad tiene mala prensa entre quienes la confunden con la pusilanimidad. Pero, de hecho, es una llave que abre el paso a la sabiduría y consiste en reconocer la realidad, aunque no nos guste. En cambio, quienes se instalan en la arrogancia rechazan la realidad cuando no coincide con sus deseos, y lo hacen con una confianza desmesurada en someterla bajo su poder.

En junio de 1967, el secretario de Defensa McNamara encargó una historia del proceso de toma de decisiones en Estados Unidos, acerca de la política sobre Vietnam. En año y medio se redactaron 47 tomos, para uso interno. Con gran escándalo, ‘The New York Times’ dio a conocer en 1971 el contenido de algunas páginas de ese informe secreto.

Hannah Arendt escribió al respecto que tuvo la impresión de que era un ordenador el que hacía y deshacía en el Sudeste asiático, y que «los expertos en la solución de problemas no juzgaban, sino que calculaban». Hay ignorancias asombrosas que, entre mentiras y ocultaciones, engañan y extravían. Desde una perspectiva de relaciones públicas, se decidía sobre asuntos militares y se cometían errores funestos a partir de ideas muy confusas: «Un error pudo llegar a ser colosal solo porque nadie quiso corregirlo a tiempo».

En los ‘Papeles del Pentágono’ se lee que los objetivos de EE UU eran, en una escala de 0 a 100: 70 para evitar una derrota humillante y salvar las apariencias; 20 para frenar la influencia china; y sólo 10 por la libertad y el bienestar de Vietnam.

Se fueron de allí en 1973, sin conseguir ganar a pesar de su aplastante superioridad de medios, que emplearon mal y en exceso. Pero ya llevaban años fuera de la realidad.