El valor de la ley

La única baza de Batasuna seguía siendo la fidelidad de los seguidores, pero ninguna fidelidad política está blindada ante las frustraciones, y además estaba Aralar. ETA mostró una vez más su anquilosamiento mental en el último comunicado. Así que la izquierda abertzale se vio forzada a un giro sustancial a su discurso, y lo ha dado.

Desde hace tiempo, se trataba de lograr la cuadratura del círculo, necesaria para la supervivencia política de la izquierda abertzale. Antes e inmediatamente después de Lizarra, la cohesión de los seguidores era mantenida ante la expectativa de que el poderío militar de ETA doblegara la resistencia del Estado o empujase como en el citado pacto al PNV a abrazar sin reservas una estrategia soberanista a corto plazo. Más tarde la ficción de las dos mesas de Otegi hizo creer de nuevo en que cabía una aproximación a los objetivos de ETA con Batasuna como interlocutor formal del Estado y la organización terrorista como protagonista real. El fracaso de Loyola reveló lo erróneo de tal apreciación: aun detrás aparentemente de la cortina ETA no renunciaba a dirigir la representación y su rigidez sofocaba cualquier atisbo de pragmatismo. Entre tanto tenían lugar hechos decisivos. Frente a las agobiantes profecías de los defensores de la ‘equidistancia’, la victoria en el combate abierto desencadenado por ETA correspondió a los defensores del Estado de derecho, gracias por supuesto a la cooperación policial ofrecida por Sarkozy, tanto desde su cartera del Interior como luego al frente de la República francesa. Y como es bien sabido, la tan denostada Ley de Partidos cumplía con su papel, justamente reconocido en Estrasburgo: impedir que siguiera funcionando un partido político legal imbricado en una organización terrorista.

El resto es de sobra conocido. Cada vez más cercado, el colectivo abertzale había conseguido colar ayuntamientos enmascarados en las últimas elecciones. Difícilmente iba a lograrlo ahora. Y sobre todo a la impotencia de ETA se unía el rechazo mayoritario de los vascos, radicales incluidos, a la violencia, léase terrorismo. La única baza seguía siendo la fidelidad de los seguidores, pero ninguna fidelidad política se encuentra blindada ante la sucesión de frustraciones, y además contaba el progreso de Aralar. ETA mostró una vez más su anquilosamiento mental en el último comunicado. Desde ahí no llegaba la solución. Así que la izquierda política abertzale se vio forzada a dar un giro sustancial a su discurso, y lo ha dado.

La tradición en los textos radicales y de ETA es de inversión de significados (‘alternativa democrática’ por terrorismo selectivo) o de ambigüedad calculada (‘permanente’ como engaño por definitiva o irreversible), y la cuidadosa medición de las palabras se observa asimismo en los textos de Rufi Etxeberria y de Íñigo Iruin en el Euskalduna. En el discurso del primero, el rechazo y la oposición a la violencia incluye a ETA de manera inequívoca, si bien no lo hace de manera frontal. Solamente al ser ETA el único referente citado se salva el peligro de la condena genérica o dual de anteriores comunicados, con una coletilla que además difumina el rechazo a la organización: «Y eso incluye la violencia de ETA, si la hubiera, en cualquiera de sus manifestaciones». Sobre todo el texto precisa que no sólo se trata de las manifestaciones de violencia (terror) clásicas, sino asimismo de las formas accesorias e imprescindibles, como sería el impuesto revolucionario.

La intervención de Iruin, pegada explícitamente a los requerimientos de la Ley de Partidos, refuerza la declaración anterior. El protagonista ideológico coincide con Batasuna, en cuanto que el nuevo partido independentista retoma sus miembros, pero para «emprender una nueva vía», conforme ampara la Ley. La exigencia de «condena o rechazo del terrorismo» es atendida por cuanto «la toma de postura frente a la violencia de ETA se ha convertido en un problema constituyente». El propósito entonces es romper de modo definitivo con toda «dependencia», a efectos de contribuir con el resto de organizaciones políticas al fin de toda violencia, «y en particular la de la organización ETA». Impecable. Completan el cuadro la referencia a la reparación a las víctimas (eso sí, algo genérica), al Convenio Europeo de Derechos Humanos y el «rechazo de quienes fomenten, amparen o legitimen los actos de terrorismo», comprendida la expulsión de quienes con su conducta se impliquen o favorezcan la acción terrorista.

Por buscar una referencia clásica, nos encontramos formalmente con la transformación de las erinias o furias en euménides, deidades benévolas de la Orestiada, episodio que se completa con el cambio de denominación, que ahora podría generar algo parecido a Izquierda Democrática Abertzale. Con los antecedentes de que disponemos, la desconfianza es de rigor. También lo es acatar la servidumbre de la ley: los radicales se colocan de modo explícito en el terreno del rechazo al terror, y ETA es designada. Y resulta obvio que el ingreso real de la izquierda abertzale en el área democrática contribuiría a un desgaste ulterior de ETA y a una normalización de nuestra vida política. Queda pendiente solo el tema de la continuidad, de organización o de personas, con consecuencias opuestas. No obstante, el cambio está ahí.

Antonio Elorza, EL DIARIO VASCO, 8/2/2011