La Fundación Fernando Buesa y su revista El Valor de la Palabra/Hitzaren Balioa, están consagradan a defender unas pocas verdades básicas: la dignidad intrínseca de todas las personas, el derecho de éstas a construir sus vidas en paz y en libertad, la palabra como herramienta para la organización de la diversidad.
El pasado 6 de mayo tuvo lugar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el acto de presentación en esa ciudad de la Fundación Fernando Buesa Blanco y de su revista anual de pensamiento El Valor de la Palabra/Hitzaren Balioa. No sé hasta qué punto conocen ustedes esta revista y esa Fundación. Me atrevo a pensar que no demasiado, lo cual, permítanme que se lo diga, es una pena. Pues es una pena desconocer, o no conocer suficientemente, o conocer a distancia, una de las escasas instituciones que, en este País Vasco amenazado por la fractura política y social, tiene como vocación fomentar el encuentro de las diferentes sensibilidades que conforman nuestra sociedad, propugnando el entendimiento entre ellas, sobre la base de la defensa activa de los derechos humanos. Por eso, me tomo la libertad de utilizar este espacio para animarles a acercarse a la Fundación Fernando Buesa Blanco (www.fundacionfernandobuesa.com) y, en concreto, a su revista.
Seguramente la primera impresión que recibirá quien se aproxime a El Valor de la Palabra sea la de encontrarse ante un objeto bello. Su cuidado diseño, la presencia en sus páginas de la reflexión académica, la aportación literaria y la creación artística, hacen que cada uno de sus números sea un encuentro con la belleza. Resulta paradójico que esa belleza surja poderosa de la apuesta de una institución que, como recordaba José Ángel Cuerda en el acto de presentación de la Fundación, el 20 de febrero de 2001, «nace del horror, de la tragedia, del mayor crimen que se pueda cometer. El asesinato de una persona por odio». En efecto, Fernando Buesa pagó el precio de la palabra libre. Sin embargo, en un país como el nuestro, donde el terror y la intolerancia se han alimentado de una memoria de agravios, reales o imaginarios, la Fundación que lleva su nombre ha sabido hacer realidad lo que parece estar exclusivamente al alcance de los poetas, como José Ángel Valente: «Escribo desde la sangre, desde su testimonio. Pero escribo también desde la vida, desde su grito poderoso». Pues es la vida, su grito poderoso, su fuerza constructiva, la que se agita irreductible en todas y cada una de las páginas de esta publicación y, en general, en todas las actividades de la Fundación. Vida reivindicada contra sus agresores, vida afirmada frente a la cultura de la muerte. Mediante la palabra razonada.
Por eso, quien traspase las formas de la revista, quien se adentre en sus contenidos, descubrirá también un destacado esfuerzo de reflexión. La Fundación Fernando Buesa Blanco quiere ser, lo está siendo, un espacio para el encuentro libre de personas que, diversas en sus ideas, han hecho de la discusión abierta de éstas su única fuerza. Sin reducir un ápice el tono de la crítica hacia quienes dan la espalda a las víctimas, la Fundación ha apostado, desde su constitución en diciembre de 2000, por una Euskadi incluyente y plural. Esta era la preocupación manifestada por Fernando Buesa en muchas ocasiones, como en el debate de política general celebrado en el Parlamento vasco el 27 de septiembre de 1996: «¿Cómo construimos valores objetivos y metas para ahora, para mañana o para pasado mañana, que conformen una cultura común de la que participen los ciudadanos de Euskadi por encima de sus legítimas diferencias?». Él mismo nos daba la respuesta en otra intervención: «Los derechos y libertades públicas de los ciudadanos están por encima de cualquier otra consideración en los proyectos políticos. No es posible que ningún proyecto político avance ni se construya vulnerando los derechos y libertades públicos de los ciudadanos y ciudadanas. No hay derechos nacionales por encima de los derechos ciudadanos».
La Fundación que lleva su nombre y, en concreto, la revista El Valor de la Palabra/Hitzaren Balioa, está consagrada a defender unas pocas verdades básicas: la dignidad intrínseca de todas y cada una de las personas, el derecho de éstas a construir sus vidas en paz y en libertad, la palabra como herramienta para la organización de la diversidad. Son verdades universales. En ellas nos hemos ido encontrando muchas y muchos. De ellas, de su afirmación innegociable, dependerá el futuro de nuestro País Vasco.
Imanol Zubero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 11/5/2004