- En el programa al que me refiero, además de a Emilio Botín Mercedes Milá entrevistó a Carmen Martínez Bordiú y Mario Vargas Llosa. No es un mal plantel
En sentido estricto, una hemeroteca es, según la Real Academia Española, una «biblioteca en que principalmente se guardan y sirven al público diarios y otras publicaciones periódicas». Pero yo creo que es razonable incluir hoy en día en ese término la recolección de programas informativos audiovisuales. Días atrás en una cena de amigos en la que estábamos hablando de Pepe Sámano, gran amigo de Jaime Botín, surgió la entrevista que en 1986 hizo a en su programa «Jueves a jueves» Mercedes Milá a su padre Emilio Botín-Sanz de Sautuola y López, presidente del Banco de Santander y abuelo de la actual presidenta. Fue la primera y única entrevista televisiva que concedió en su vida el viejo Botín. Y lo hizo muy poco antes de dejar el cargo que había ostentado durante 36 años haciendo que el Banco de Santander pasara de ser un pequeño banco local a un gran banco internacional con gran expansión entonces en Hispanoamérica.
En esta hora en que Jaime Botín acaba de fallecer, me viene a la cabeza que su padre contaba cómo fue su hijo quien le había convencido de la necesidad de conceder esa entrevista porque «esto en publicidad al banco le costaría una fortuna».
Aquel fue un tiempo en el que en televisión se hacían programas de gran contenido que hoy serían inimaginables en una televisión en la que la propia Milá ha pasado de ser una periodista rigurosa a ser hogaño una presentadora de programas de espectáculo de gusto para mí, cuestionable. Sin ir más lejos, en el programa al que me refiero, además de a Emilio Botín entrevistó a Carmen Martínez Bordiú y Mario Vargas Llosa. No es un mal plantel.
Emilio Botín era el hermano de mi abuela materna y yo tuve la suerte de tratarlo familiarmente, principalmente en la Misa que se decía los domingos en un mínimo oratorio en la casa de su hermano Marcelino, cuya mujer, Carmen Yllera, estaba impedida y en una silla de ruedas. Asistir a la tertulia que se producía después de la Misa era un aprendizaje fascinante para un niño de pantalón corto. Hablaba de la situación política en España, pero también de la nacionalización de la banca francesa por Mitterrand o de la visita del presidente Jimmy Carter al Papa en la que le habían sacado una foto medio tumbado en un sofá con las piernas abiertas ante el Pontífice. Y al contemplar de nuevo esa entrevista que recuerdo haber visto con fascinación cuando se emitió, siendo yo estudiante de periodismo, me reafirmo en el buen trabajo de Milá, que consiguió hacer un retrato casi perfecto de un hombre que reconoce en el diálogo que la obligación de la banca es tener una buena relación con el Gobierno -entonces del socialista Felipe González- y que cuando le comenta Milá que Fraga ha destrozado en un accidente de tráfico el coche blindado que él le había regalado dice no recordar haberlo hecho -el regalo- pero que si necesitaba otro estaría encantado de regalárselo. Una mano izquierda perfecta.
Emilio Botín fue un genio de su tiempo que supo superar las dificultades que se ponía en España a la banca comercial. En nuestro país existía en la década de 1960 una limitación al número de sucursales que un banco podía tener en una localidad. Se permitía abrir una sucursal por cada cierto número de cuentacorrentistas. El Santander en Barcelona era un banco marginal. Así que el viejo Botín se ofreció a financiar el Camp Nou del FC Barcelona a condición de que cada socio del club abriera una cuenta corriente en el banco sin importar la cantidad de dinero que tuviese en cuenta. No hace falta decir que el acuerdo, rigurosamente legal, hizo crecer al banco en toda Cataluña de forma prodigiosa.
Este hombre religioso, amante de su tierra, fue un patriota que creía que su obligación era generar un beneficio para los accionistas que son los verdaderos dueños del banco. A mediados de la década de 1970, el Banco de Santander tenía un anuncio en televisión -de los primeros que se emitían en color- en el que el lema era «No somos el Banco de España, pero sí el de más españoles». Ya sé que los banqueros no son gente popular, pero hay algunos de los que todos los españoles podríamos aprender mucho. Y ojalá España tuviera hoy muchos grandes como lo fue Emilio Botín. Ahora hace 31 años de su muerte. Sus hijos quisieron enterrarle con la máxima discreción en el cementerio de la capilla de su finca de Puente San Miguel. Un amigo de la familia, Javier Rivero, mostraba su disgusto por lo que creía excesiva sencillez: «Yo lo llevaría al entierro en armón de artillería». Y yo creo que no le faltaba razón.
Hay días en los que es mejor mirar más atrás.